“Guerrilla debe firmar una rendición, su desaparición”

Preámbulo a la Feria Internacional del Libro de Bogotá con Perú como país invitado.

“Sobre Colombia no se puede ser pesimista”

El Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, que inaugurará el 29 de abril en Bogotá la Filbo 2014, habló con El Espectador sobre Santos, Uribe, la guerrilla, el proceso de paz y, claro, sobre su obra narrativa.

Nelson Fredy Padilla Castro – Enviado Especial -Lima

Así aparezca en los cables de noticias todas las semanas, entrevistar a Mario Vargas Llosa no es tarea fácil. Yo estaba en una lista de espera desde 2009 cuando contacté por primera vez a su asistente Fiorella Battistini para que el autor peruano hablara sobre la importancia del teatro en su escritura, a propósito del estreno en Bogotá de la obra Al pie del Támesis. La posibilidad se hizo más lejana después de que ganó el Nobel de Literatura en 2010. “Me piden tantas entrevistas que tendría que dedicar mi vida a darlas”. Apenas el viernes pasado, con motivo de la Feria del Libro de Bogotá, con Perú como país invitado y él a la cabeza de la delegación que inaugurará el evento el 29 de abril, se hizo el encuentro gracias también a la gestión de la directora editorial de Alfaguara en España, la colombiana Pilar Reyes.

Charlamos en la atmósfera de calma del sexto piso de su apartamento en Lima, con la vista privilegiada del sector de Barranco hacia los grises del océano Pacífico, aunque abajo en las calles del puerto él es protagonista de primera página de la candente actualidad peruana. Durante su verano en esta árida costa -el resto del año lo pasa en Madrid, Londres o Nueva York- ha respaldado la gestión del presidente Ollanta Humala y ha promovido a la primera dama Nadine Heredia como digna sucesora; no deja de criticar a Alan García y ni de anunciar la extinción de las cenizas ideológicas de Alberto Fujimori; se declaró a favor del proyecto de ley de unión civil entre homosexuales y de la despenalización del aborto, y aplaudió la legalización de la marihuana en Uruguay. Cuando reaparece, la voz de Vargas Llosa retumba, no sólo aquí sino en el vecindario, y Colombia es uno de los países que más le interesan, junto a Venezuela, según esta entrevista con El Espectador enmarcada en la guerra y la paz, desde lo político hasta lo literario. Primero nos invita al refugio del aire acondicionado de su estudio “para que el sol no nos abrace, porque ya había empezado el otoño y resulta que ahora ha resucitado el verano”.

¿Qué sabe del diario El Espectador?

El Espectador es el periódico que dio la gran batalla contra el narcotráfico, que lo bombardearon, asesinaron al director. Vi la serie Escobar, el patrón del mal y me impresionó muchísimo saber que esa es una historia real y pensar que ese personaje llegó a creerse dueño de Colombia, que pudo ser presidente. Realmente se cayó porque la megalomanía lo cegó y se creó querellas con sus propios socios, que si no ese señor se hubiera quedado con el país. Eso es lo más impresionante que tiene la serie.

En estos acantilados empieza una insurrección orquestada por usted hace 30 años, ‘Historia de Mayta’, novela que abre con un narrador trotando y construye el retrato de un “revolucionario de catacumbas”. Esto para preguntarle ¿de qué sirvieron en América Latina tantas revoluciones?

Sí, empieza en este malecón. Las revoluciones nos han dejado muchos muertos, heridos, mucha pobreza, nos han demorado muchísimo el proceso de modernización, nos han dejado desgraciadamente un relente de rencores, violencias soterradas. Todo eso ha retardado, no impedido, el que la cultura democrática eche por fin raíces. Yo creo que ese es un proceso que hoy día es una realidad en América Latina. Es defectuoso porque todavía arrastramos reminiscencias de esa época en que se pensaba que a través de las balas, de los guerrilleros, de las bombas, del terrorismo, del secuestro, se podía traer la justicia social. Eso está quedando atrás, hoy los problemas son de otro tipo. En un país como Colombia tengo la impresión de que el problema es mucho menos político, es más de unos intereses creados que están allí, que utilizan un vocabulario de guerrilla, ideológico, pero que detrás de eso ya no hay nada más que mafias, carteles, narcotráfico.

Con Mayta describe una Lima pobre, sucia, opresiva, en la que había que habituarse a la miseria. Tres décadas después no veo un basurero al frente pero en nuestros países el factor miseria y la discriminación social siguen siendo crecientes. ¿Qué opina?

Hay avances muy notables, lo cual no quiere decir que hayan desaparecido los problemas. Pero yo creo que el Perú, desde que cayó la dictadura de Fujimori en el año 2000, ha empezado a crecer rápidamente y no sólo en términos económicos. Entre una derecha que era poco democrática y una izquierda que era poco democrática se han resignado y algunos sectores han descubierto con entusiasmo que el marco democrático es indispensable para por lo menos frenar la violencia y crear una coexistencia que permia vivir sin el terror y el pánico que hemos vivido tantos años.

¿No le parece evidente que la brecha entre pobres y ricos ha ido creciendo? Basta ir a la periferia de ciudades como Lima o Bogotá.

No. Yo creo que eso no es cierto. Digamos que hay grandes desigualdades pero el hecho central de América Latina no es ese sino el crecimiento de las clases medias. Varía mucho de país a país pero por ejemplo los países del Pacto del Pacífico son países que están creciendo y el fenómeno principal es el crecimiento de la clase media, es decir la disminución de la pobreza. Puede haber desigualdades, sí, pero en un sentido que no es negativo sino positivo porque hay más riqueza. En el caso del Perú, quizá el dinamismo en creación de empresas y de empleo es más del sector popular que del sector próspero. Eso explica la relativa estabilidad que están viviendo nuestros países con relación al pasado.

¿En el siglo XXI qué tipo de revoluciones imagina?

Yo creo que tecnológicas, porque las ideológicas han quedado atrás. Salvo pues quizá grupúsculos insignificantes pero en el mundo en el que vivimos la idea del guerrillero ya se acabó. Las aventuras van a ser tecnológicas y ojalá ese espíritu revolucionario se vuelque en actividades que no sean perjudiciales sino beneficiosas como las artes, las letras, las ciencias.

Lo mismo le pregunto las dictaduras, un tema recurrente desde sus primeras novelas hasta ‘La fiesta del Chivo’.

No se puede descartar nunca el peligro de las dictaduras. Vamos a ponernos en el caso más pesimista, el caso de Venezuela: que el gobierno de Maduro consiga aplastar a ese movimiento de oposición, quedarse dueño de la escena. Será una segunda Cuba y como hay vocación mesiánica de los venezolanos que creen que con el petróleo pueden comprar al resto de América Latina, eso puede significar que la región va ser inundada poco a poco por esa dictadura. Eso me parece imposible hoy día. Países que van bien como Colombia, Chile, Perú, Brasil, Uruguay, son países que están vacunados contra el tercermundismo revolucionario.

¿Para asegurarse de que eso no prospere usted va a ir en dos semanas a Caracas?

Voy a dar mi apoyo (cierra el puño) a los resistentes porque creo que es una gesta épica. Los latinoamericanos que creemos en la democracia tenemos una obligación moral, dada la conducta vergonzosa de los gobiernos democráticos, que en lugar de mostrar un apoyo directo a quienes luchan por tener lo que nosotros tenemos actúan con neutralidad. Lo dijo María Corina Machado: esa neutralidad es pura complicidad de gobiernos cobardes que no quieren excitar a sus izquierdas, que tienen miedo. Lo que es ridículo porque en las propias izquierdas hay bastante crítica hacia Venezuela. Hay un proceso de democratización de muchas izquierdas en América Latina.

¿Cómo analiza la guerra colombiana?

Yo soy bastante optimista en ese campo. Creo que por desgracia están allí y pueden hacer mucho daño, pero mi impresión es que es una guerrilla que se encoge cada vez más, que ha sido muy golpeada, está inmersa cada vez más en un vacío asfixiante. No tiene ningún tipo de superioridad moral que es fundamental para que una guerrilla tenga éxito. Nadie la ve con futuro, que pueda transformar Colombia en una sociedad comunista, nadie cree eso y los propios guerrilleros tampoco.

¿Qué percepción tiene del proceso de paz del gobierno de Juan Manuel Santos con las Farc en Cuba?

Detrás de esas conversaciones veo la búsqueda de una salida más o menos honrosa, aunque personalmente tengo bastantes dudas de que esa negociación pueda tener éxito porque me parece que hay una incompatibilidad muy grande. Ahora, si viene y significa la rendición de la guerrilla, en buena hora. ¿Quién cree hoy en el modelo cubano? Se nos deshace a ojos vista. Busca la propia Cuba maneras más discretas de no ser Cuba. Ese modelo de violencia política está agotado, extinto.

Usted fue procubano aunque después tomó distancia desde que protestó por el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla.

Yo discrepé desde mucho antes cuando se crearon esos campos de concentración para los disidentes, para los gays, para los criminales comunes. Pero el caso Padilla fue la línea fronteriza.

Muchos le siguen criticando su cambio ideológico.

Que digan lo que quieran los que todavía creen en el colectivismo, en el comunismo, que cada vez son menos afortunadamente para América Latina.

¿Cuál es el modelo a seguir entonces?

Hay un ejemplo que para mí es muy interesante que es el de Uruguay. Allí no subió una izquierda moderada sino radical. Fue una izquierda terrorista, el presidente Mujica asaltaba bancos con metralletas y es un régimen que ha respetado la democracia rigurosamente, que mantiene unas políticas de mercado abiertas, estimulantes, de inversión, que respeta la propiedad privada y a través de ese modelo está creciendo. Además, la violencia desapareció. Ya en Chile había empezado a ocurrir desde la caída de Pinochet con una izquierda con otra mentalidad, pero Uruguay para mí es el modelo que poco a poco se está extendiendo por la izquierda y al mismo tiempo tenemos gobiernos de derecha democráticos como el chileno. Todos esos son síntomas que indican que América Latina no va a ser el continente del futuro sino del presente.

En Bogotá tuvimos hasta hace unos días un alcalde exguerrillero por elección popular, reinsertado de un proceso de paz y ahora fue destituido. ¿Qué opina?

No conozco los detalles. No sé si la destitución es legal o no, pero me parece que lo importante es que no estamos en la agenda de hace 30 años que era decidir entre la dictadura militar o la revolución comunista, hoy la agenda es la democracia así haya países como Nicaragua o Bolivia que aparentan ser democráticos sin serlo mucho. Le izquierda entiende que el modelo Cuba conduce a la catástrofe.

¿En qué condiciones se debe firmar la paz con la guerrilla en Colombia?

Lo ideal es que ocurra como en Centroamérica, a través de unos acuerdos en los que la guerrilla firme una rendición, su desaparición. La mecánica de su inserción en la vida política depende claro de hasta qué punto fue grave el baño de sangre, hasta qué punto puede haber una impunidad. Que la guerrilla deje de ser guerrilla y entregue las armas. Ahora los antiguos guerrilleros se presentan a las elecciones y ganan las elecciones, no persiguen a nadie, no cierran periódicos. Eso es un progreso muy considerable.

¿Qué tan contraproducente para la paz de Colombia cree que sea el enfrentamiento entre el presidente Santos y el expresidente Uribe?

Los conozco a los dos. Yo creía que eran íntimos amigos, pero así es la política (risas). La democracia es eso, significa que los debates no desaparecen, incluso en ciertos periodos se exacerban. Eso es preferible a que haya una voz única, un monólogo, el soliloquio del déspota.

¿Ve el uso del proceso de paz como factor electoral como un riesgo?

En qué país no se utiliza todo en unas elecciones. Por qué sería Colombia la excepción. Colombia es una sociedad muy democrática, casi no ha tenido dictaduras. En los momentos más espantosos de la violencia de la guerrilla y el narcotráfico funcionaba una legalidad. Había elecciones, había una justicia imperfecta, una democracia más arraigada que en el resto de países de la región. Por eso está entre los países que progresa más rápidamente. No se puede ser pesimista porque es un país que con todos los problemas, los muertos, la violencia que todavía arrastra, ha progresado muchísimo. Hoy habría que estar completamente loco, desquiciado, vivir en un delirio sicodélico para pensar que el futuro se Colombia va estar dado por las guerrillas sanguinarias que sólo representan una lucha de supervivencia que tiene que ver cada vez más con el narcotráfico.

¿Cómo cree que nos podemos librar del motor de guerra que son las mafias del narcotráfico?

Legalizamos las drogas y se acabó. Hacemos lo que ha hecho Uruguay que nos está dando un ejemplo magnífico. Ya se sabe hasta el cansancio que la pura política de represión no resuelve el problema al contrario lo incrementa, hace subir los precios y los incentivos para que se multipliquen las mafias. Entonces la salida es legalizar y las inmensas cantidades de dinero que se invierten en represión hay que utilizarlas en la difusión de conocimientos para que haya, como ha ocurrido con el tabaco y el alcohol, una diminución del mercado, políticas de rehabilitación. Afortunadamente la idea va avanzando.

Usted ha estado en Colombia muchas veces. ¿Recuerda la primera vez?

Sí, me acuerdo mucho. Fue el año 58. Yo había ganado un premio por un cuento que daba una revista francesa. Me quedé un mes en París, regresé en Avianca y paraba en Bogotá pero en Portugal nos tuvieron dos días. Conocí Lisboa gracias a Avianca y cuando llegué el avión que debía tomar ya había pasado, entonces tuve que quedarme dos días. Recuerdo clarísimo que me quedé en un hotel en la carrera séptima y apenas llegué salí a caminar. Estaba frente a la vitrina de una librería y de repente vi gente que corría y caballos con policías. Mi primera impresión de Bogotá fue una manifestación que reprimían y tuve que echarme a correr porque realmente se me venían encima. Dije: ¿qué país es este que no acabo de llegar y ya quieren matarme? (risas).

También lo querían matar a comienzos de los 70 en una larga e intensa discusión ideológica que sostuvo con intelectuales y estudiantes de izquierda en Manizales, poco después de que usted empezara a distanciarse de Cuba.

Sí. Fue ir a meterse a la boca del lobo. Me acuerdo que fue enfrentarme a la furia de una izquierda en el auditorio de la Universidad de Manizales. En un momento recibí (risas) un papelito de un señor que me decía: ‘señor Vargas Llosa, si usted quiere salir vivo de aquí hágame una seña y yo lo saco junto a su mujer’. Estaba con Patricia. Los que querían lincharme me los encontré en la calle y me dijeron: ‘buenas noches, maestro. Pensé: Caramba, estos colombianos pueden pasar de un intento de linchamiento a respetar las formas en la calle (risas).

¿Qué significa volver ahora para inaugurar la Feria del Libro de Bogotá con Perú como país invitado?

La Feria del Libro de Bogotá ha ido creciendo y después de la de Guadalajara es la más importante de América Latina y además va el Perú como país invitado. Hay un gran esfuerzo para llevar hasta la comida. Va estar muy simpático porque tengo muchos amigos ahí en Colombia.

Y va a inaugurar la Cátedra Vargas Llosa en el Instituto Caro y Cuervo.

No conozco los detalles porque yo no intervengo pero sí voy a asistir a la firma del acuerdo con un instituto tan prestigioso, el único que realmente trabaja por difundir la buena lengua en el mundo hispánico. No voy a leer discurso.

Enrique Krauze lo perfiló en su libro ‘Redentores’ y le da crédito por el título. ¿Realmente usted se siente uno de los redendores de América?

(Carcajadas). Esas cosas las tomo a broma, no soy tan vanidoso como para creérmelo. (Risas).

lo incluyó junto a Hugo Chávez.

Hombre, redentor no soy, pero si lo fuera no lo sería a la manera de Hugo Chávez. A esas fantasías yo renuncié hace decenas de años.

También está García Márquez. ¿A esta altura de la vida cómo ve a Gabo?

Ya he dicho lo que pienso de lo importante que hay en Gabo que es su obra. He escrito un libro de 500 páginas, ‘Historia de un deicidio’. Ahí están mis opiniones sobre él.

Ahora que vaya a Colombia le van a hacer muchas veces esa pregunta y le recordarán la anécdota del puño y el ojo morado.

Voy a responder lo que respondo hace 30 años: de ese tema no hablo. Es fatigante.

Su ensayo ‘La civilización del espectáculo’ atrapa la realidad cultural que vivimos pero le deja a uno la sensación de que usted defiende un estatus de aristocracia intelectual versus la cultura de masas que se ha popularizado a través, por ejemplo, de internet y las redes sociales. ¿Por qué?

Hay quienes creen que la gran revolución audiovisual de nuestro tiempo está creando por primera vez una cultura democrática. Yo creo que eso no es verdad, que lo que ha creado este fenómeno es una información que llega a todo el mundo por primera vez o llega a un número que antes era inconcebible. Eso sí es verdad. Ha transformado enteramente nuestra época y eso no está en discusión. Lo acepto y creo que hay muchos elementos positivos como que cada vez va a ser más difícil establecer sistemas de censura, la tecnología dinamita los sistemas de censura y eso es muy positivo. Ahora, confundir la cultura con la información es equivocado. La cultura siempre fue y siempre será elitista.

No todo el mundo va a gozar con el Ulises de Joyce o con una ópera de Wagner. Esas jerarquías o diferenciación de especialidades está desapareciendo hoy con la idea de que todo es cultura y nada es cultura. Eso ha creado una enorme confusión que está desnaturalizando la función de la cultura que era crear ciudadanos críticos, insatisfechos, que no se dejaban manipular. Hay una pasividad, un conformismo que se deriva de esa enorme idealización de la tecnología como seudoproducto cultural y creo que eso tiene graves peligros para la sociedad, la libertad y la democracia. Ese es el sentido de ese ensayo y me alegro que haya debate porque es un tema que hay que discutir, porque si la cultura se convierte en entretenimiento y empieza a competir con las series televisias, con el circo, creo que por primera vez puede llegar a materializarse la pesadilla de Orwell de un mundo de grandes especialistas, gente muy bien informada pero completamente autómata, manipulada por los poderes que controlan la tecnología y que pueden llegar, a través de una supuesta revolución científica, a la dictadura.

Me impactó esta semana leer que el primer Nobel de Literatura chino, Gao Xingjian, aprovechó el Festival de las letras de Bilbao para hacer este llamado: “Estamos en una crisis no solo económica y financiera, sino también social y de pensamiento, porque hemos quedado estancados en las ideologías del siglo XX. […] Los intelectuales de todo el mundo deben abordar la realidad y poner en marcha un nuevo pensamiento, un nuevo renacimiento”. ¿A partir de qué premisas debiera surgir ese renacimiento ideológico en el siglo XXI?

Lo fundamental es dar al pensamiento una funcionalidad y en este mundo extraordinariamente transformado la libertad acaba siendo un protagonista esencial de la convivencia pacífica. Eso debería ser una preocupación absolutamente central porque nosotros no tenemos claramente una idea de los efectos de esta revolución tecnológica, acompañada del desplome de todos los valores y creencias. Ya no sabemos qué cosa es buena, qué cosa es mala, qué es bello, qué es feo, esas categorías ya no son aceptadas en los grandes centros de cultura. Hay un relativismo tan generalizado en el que podría, de pronto, la conquista más grande de la humanidad que es la libertad, comenzar a desaparecer. Es la posibilidad de que resucite la gran tradición autoritaria, totalitaria, la más antigua de la humanidad, y cobre una gran modernidad por el desplome de lo que la cultura ha conseguido a lo largo de la historia. Eso está muy bien expresado por el chino.

Y a nivel literario, ¿cómo ve la novela del siglo XXI ahora que acaba de presidir la primera bienal con su nombre y junto a una nueva generación de escritores latinoamericanos?

Vamos a escribirla. Se está escribiendo siempre buena literatura. Lo que pasa es que no tenemos una crítica que dentro de la gran oferta bibliográfica seleccione, establezca hablas de valoración, de prelación, qué cosa es importante, qué cosa no es importante. Prácticamente desapareció. Hay una crítica académica casi esotérica, para especialistas, el profano no puede acceder a eso. Y después la critica que guiaba se ha reducido a nada en periódicos y revistas. Hay reseñas puramente publicitarias. La función de la crítica cultural, en el gran naufragio cultural de nuestro tiempo, prácticamente se extinguió. Otro gran peligro. Asistimos a la cultura del bestseller que hace que la gente no lea lo mejor sino lo peor. Antes eso estaba en el mundo anglosajón y ahora en el mundo en español. Hay buenos poetas, novelistas, cuentistas, pero críticos con autoridad, que influyan, hay muy pocos. Nosotros teníamos muy buenos críticos y ahora los han liquidado.

Usted dijo una vez: “Yo soy Perú”. ¿Aspira a morir en su país así sea marqués y tenga ciudadanía española?

Dije eso porque me hicieron una pregunta malintencionada. Hablé con mucho cariño de España porque también soy español y soy marqués (sonríe). Lo que dije es que nací en el Perú, me he formado en el Perú y por lo tanto hablo español peruano. Eso no está en discusión. Al mismo tiempo no soy nacionalista, me siento como en mi casa en España, en Francia, en Inglaterra. No me preocupa dónde pueda morir, me preocupa llegar vivo hasta la hora de la muerte, no morirme en vida.

¿Eso significa escribiendo?

Exactamente. Yo quiero morirme con la pluma en la mano, sería maravilloso estar escribiendo y que de pronto venga la muerte como un accidente. Me parece prefecto. Siempre me ha dado mucha pena la gente que se muere en vida, sin ilusiones.

¿Va a escribir otro libro de memorias aparte de ‘El pez en el agua’?

Es uno de los proyectos que tengo. Vamos a ver si puedo hacer un volumen sobre mis años de París. Viví siete años allí.

npadilla@elespectador.com

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