La demagogia de la paz

Un tema tan azaroso, que suele ser presa del oportunismo político, debería estar excluido del debate electoral.

Es un hecho que la campaña presidencial aún no despega ni suscita mayores emociones. Y creo que la razón salta a la vista: es una campaña que está viciada por un elemento perturbador que la sitúa en un contexto de excepcionalidad. ¿Cuál? Pues la promesa de una paz incierta que el electorado no se atreve a entorpecer.

Las pruebas abundan. No hay que olvidar que desde que se iniciaron las negociaciones en La Habana señalamos que la paz no se firmaría en este cuatrienio –violando la promesa de que sería una negociación de meses y no de años–, sino que se convertiría en un instrumento para catapultar la reelección de ‘Juan Manuel’, con la premisa de que él es imprescindible para consolidar ese pacto.

Pues bien, ese mismo argumento, que más parece un chantaje, es el que viene machacando Santos en la campaña de ‘Juan Manuel’ con aseveraciones como “No es el momento de cambiar de ‘capitán’, eso sería fatal”, “Ninguno de los candidatos tiene la más mínima experiencia en procesos de paz”, “Vamos a completar lo que hemos comenzado” o “No podemos comenzar de cero cuando estamos a punto de ganar”.

Y, por consiguiente, como la paz es un tema de alta sensibilidad para los colombianos, la mayoría se ha hecho a un lado para no aguar la fiesta, con lo cual ‘Juan Manuel’ podría reelegirse con una votación pírrica gracias a un maniqueísmo descarado que ha dado frutos debido a que a nadie le gusta que lo califiquen de “enemigo de la paz” y lo igualen con los verdaderos enemigos, que son los que llevan 60 años asesinando a colombianos. Esa es una ofensa verdaderamente grave que supera con creces la incultura de quienes hicieron mofa del Jefe de Estado por un insignificante episodio de incontinencia.

De manera que ese talismán que es la promesa de un país en paz ha adormecido la campaña a tal grado que ‘Juan Manuel’ lidera las encuestas con un pobrísimo 23 por ciento que no se compadece con el reparto impúdico de mermelada, mientras que tres cuartas partes de los colombianos se oponen a esa reelección sin hacer olas, pasivos ante la esperanza –que es lo último que se pierde– de que esta vez sí se logre la paz con unos rufianes que a diario demuestran que ni la quieren ni la merecen.

Es como si a la gente la hubieran convencido de que el terrorismo es culpa de todos y que, para solucionarlo, el aporte mínimo de cada uno es el voto a favor de quien tiene la ‘llave de la paz’. Pura demagogia que se sirve de un viejo anhelo colectivo, anclado en el ADN de la Nación, para alcanzar réditos personales o grupales. Con esa promesa se creó la Constitución de 1991 y con la misma, Andrés Pastrana fue elegido presidente.

Sí, el cuento de la paz ha sido un factor emocional que ha perturbado por décadas nuestro trasegar político. Desde las palomitas de Belisario, pasando por la ‘Séptima papeleta’ de 1990 y el ‘Mandato por la Paz’ de 1997, hasta llegar a la reelección de un mandatario que no tiene otra cosa que ofrecer. Por eso, la manipulación de conciencias con la incesante invocación de lemas publicitarios: ‘estamos reparando a las víctimas’, ‘preparémonos para el postconflicto’, ‘hay que convocar al Consejo Nacional de Paz’.

De nuevo, todos se harán a un lado cuando emerja, por reclamo de las Farc, la ‘Comisión de su Verdad’, que prodigará culpas a diestra y siniestra (sobre todo a diestra) y exculpará a estos arcángeles hasta del menor de sus crímenes. Luego se abrirá la puerta a su Asamblea Nacional Constituyente con la inocente convicción de que de allí surgirá una paz definitiva y absoluta. ¡Qué ingenuidad! Por eso, un tema tan azaroso, que suele ser presa del oportunismo político, debería estar excluido del debate electoral.

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