LA RECOMENDACIÓN DE RÓMULO A AD: ENFRENTAR LA DICTADURA O CALLAR PARA SIEMPE

Si caben paralelismos entre las coordenadas de las grandes crisis históricas, uno de ellos que podríamos reivindicar quienes nos ocupamos del oficio de la memoria para compararlo con las tribulaciones del presente, sería sin duda el que confrontase las tribulaciones y desesperanzas del año que precediera a la gran insurgencia popular que diera al traste con la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez en enero de 1958 con la que súbitamente ha eclosionado en este estío al acecho rico en siembra de brutal violencia y en cosecha de homicidios. La misma acumulación de lava interior aumentando de temperatura sin que su densidad y su eventual potencia explosiva pudiera ser medida desde la aparente quietud de las superficies: la indignación y la protesta contenidas. El mismo protagonista central de los eventos: la generosa y patriótica juventud venezolana. El mismo aparataje policiaco militarista. Con una diferencia abisal: la presencia criminal, ofensiva y humillante de las fuerzas represoras cubanas y la abyecta obsecuencia de la camarilla de uniformados ladrones, narcotraficantes y mercachifles que medran a escala planetaria de los ya exangües recursos de la vaca petrolera. En ese, entre otros muchos aspectos, la dictadura castrista que se intenta imponernos por la fuerza de las armas es infinitamente más perversa, más cruel y más devastadora que la de Pérez Jiménez. Así sobren las conciencias menguadas del hemisferio que se niegan a reconocerle ese su carácter genéricamente dictatorial.

Como hoy, muy pocos hubieran sospechado que la dictadura siempre triunfante de la mano de monumentales fraudes electorales, perfecta o torpemente implementados, exactamente como la que hoy no encuentra otros atajos que la violencia, traspasaría la raya amarilla de la brutalidad y agotaría su capacidad adquisitiva de conciencias para verse atropellada por un gigantesco oleaje de indignación y rechazo. A nadie se le hubiera ocurrido pensar que el Almirante que celebraba la cena navideña con el tirano, uno de sus altos oficiales de confianza, exactamente a un mes de distancia estaría presidiendo una Junta de Gobierno. Ni que el todopoderoso de hacía unas horas escaparía arrastrando sus valijas cargadas de dólares ante la sarcástica advertencia de su segundo de a bordo, que le susurraría en medio del atronador rugido de las multitudes que asaltaban la Seguridad Nacional en búsqueda de esbirros y torturados: “vámonos, General, que el pescuezo no retoña…”.

Toda historia es, por definición, inédita y sus desenlaces sorprendentes. Pero sus expresiones suelen ser menos idiosincráticas de lo que parecen. Lo que ha permitido establecer una suerte de anatomía de las tiranías y sus fracasos, derrumbes y agonías. Buceando a la pesca de paralelismos se han escritos las grandes obras de la historia de las civilizaciones, desde Tucidides a Flavio Josefo y desde Spengler a Arnold Toynbee. Detrás de la caída y decadencia del Imperio Romano late el ascenso y derrumbe del Tercer Reich. Así fuera, como bien lo señalara Marx en el 18 Brumario, como farsa o comedia de la tragedia originaria.

De allí la tentación de ver en este fin de ciclo y derrumbe arrasador de las viejas certidumbres – se hunden la IV y la V Repúblicas abrazadas en la impotencia de su renovación – un reflejo especular de esa década tenebrosa de muerte y desolación en que la inmundicia militarista asesinara a grandes líderes populares y encadenara en sus cárceles a la flor y nata de nuestra juventud política y universitaria. ¿Cómo olvidar a Leonardo Ruiz Pineda, a Alfredo Carnevali, a Pinto Salinas? ¿Cómo olvidar al medio centenar de mártires cuyas vidas fueran sesgadas de manera brutal y asesina por el hamponato de la criminalidad y las Fuerzas Armadas en este turbio período de nuestra historia?

Pero a desmedro de la calma chicha y la soberbia arrogante y desfachatada del poder de las armas se incubaba entonces, exactamente como ahora, el gigantesco despertar de una generación que llegado el momento – ni un día antes ni un día después – derribaría las falsas columnas del templo y volvería, una vez más, a rescatar a Venezuela de sus abismos. Exactamente como entonces, pero ahora con la ira no de unos millones de venezolanos, sino con la indignación de un pueblo entero que los arrasará sin remedio, empujándolos al lugar del que jamás debían haber escapado: el basurero de la historia.

En muchos aspectos, esta dictadura es muchísimo más destructiva y servil. Aquella tenía obras y tareas cumplidas que aún resisten las miserias del tiempo y pueden ser exhibidas como ejemplo de progreso y modernidad. Mientras ésta no exhibe más que derroche, despilfarro, saqueos, asesinatos, crímenes y prostitución a destajo. De estos tres lustros de infamia no habrá un solo hecho, ni un solo gesto, ni una sola institución u obra que rescatar de la inmundicia. Serán barridos de la historia sin dejar tras su paso más que la podredumbre y la incuria. La muestra de que en lo profundo de nuestra sociedad acechaba la escoria dejada por el paso de la modernidad.

Aún así: a ocho meses del desenlace de aquella dictadura represora y asesina la máxima conciencia posible de la oposición democrática no dudaba ni un instante en calificar a aquel régimen de dictatorial ni en arrepentirse de no haber asumido las armas y enfrentarla exactamente como lo estaba haciendo Fidel Castro con Fulgencio Batista desde la Sierra Maestra. Incluso – como lo confiesa sin presunciones ni soberbias el 21 de mayo de 1957 a sus por entonces más cercanos y fieles compañeros de partido Luis Augusto Dubuc y Carlos Andrés Pérez -, con muchísimo mayor éxito: “Lo que está haciendo Fidel Castro, y con mucho más éxito, debí hacerlo yo en 1950.” Es la voz amarga de un hombre que desde el exilio rumia su desesperación ante la pasividad que observa entre sus camaradas dirigentes inculpándose a sí mismo incluso de complicidad  por haberse dejado arrinconar por las presiones de quienes refrenaban sus pulsiones revolucionarias: “He tenido algún trabajo en estos años y rumiado mucho desagrado; sobre todo, ando con el reconcomio de haber sido víctima,  o cómplice, de una serie de presiones, desde el interior del país, y desde el exterior, para haber dejado de cumplir con el deber de hacerle la revolución a esa gente.” “Esa gente”, los Pérez Jiménez, los Vallenilla Lanz, los Luis Felipe Llovera Páez y su corte de paniaguados equivalían a los Diosdado Cabello, a los Nicolás Maduro, a las Luisa Ortega Díaz, a los Rafael Ramírez, a los Generales del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, a los asesinos de la Guardia Nacional, a los empresarios ladrones, a los bufones de la corte, a los invasores cubanos, a Fidel y Raúl Castro, a los que en su momento sacara a patadas de esta miserable OEA y venciera con coraje, virilidad y hombría en los campos de batalla.

La amargura y arrechera de Rómulo Betancourt lo lleva al extremo de insistir en que, si de esa fecha – 21 de mayo de 1957 – a principios de 1958 no se le ha dado un parao a la dictadura de manera “evolutiva o a la brava” – son sus palabras textuales – , vale decir: legal, constitucional, pacíficamente, o insurreccional, violenta, revolucionariamente” lo decente sería cerrar la boca y callar para siempre: “Es más: si en el 57 o comienzos del 58 no hay solución al problema venezolano – evolutiva o a la brava – no nos quedaría otro camino sino el de ponernos un bozal, y no hablar más en el exilio de los atropellos, etc., de aquella gente. Por propio respeto, tendríamos que callarnos definitivamente.”

@sangarccs

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar