Las conversaciones de La Habana

Alguien, con toda razón, dijo que en todas las guerras la primera víctima era la verdad. Basta leer los que Joseph Goebbels, su autor, llamaba los mandamientos de la propaganda para entender por qué la mentira se vuelve un arma, y de las más poderosas. Y lo que acontece en los enfrentamientos armados se repite en las contiendas políticas.

Es lo que ahora ocurre con las conversaciones sobre un posible acuerdo de paz, en La Habana. Según la oposición, se están haciendo concesiones inaceptables a las Farc. Dicen que ya se pactó la absoluta impunidad, así como también se aceptó la no reparación de los daños causados a millones de personas por esa organización delictiva. Todo esto lo niega el gobierno, ahora en trance de reelección. Y sostiene que lo pactado es excelente. ¿A quién creerle? Veamos.

Antes de aceptar la candidatura a la Vicepresidencia, Germán Vargas se reunió con los voceros del gobierno en La Habana, para enterarse de la marcha del proceso. Nada se informó a los colombianos sobre esa reunión. Pero no sólo se nos negó la información a todos los “de a pie”. No: tampoco pudieron conocerla los demás candidatos a la Presidencia. ¿Por qué?

Nadie lo sabe, por lo cual es necesario ensayar algunas explicaciones.

La primera, que es obvia, que salta a la vista, es ésta: el presidente teme de que si la gente se entera de lo acordado y de lo que aún se cocina, el rechazo será de tal magnitud que naufragará el barco de la reelección. Piénsese en lo contrario: si lo convenido fuera tan bueno, divulgarlo sería hacer propaganda, legítima, al presidente candidato.

La segunda podría ser ésta: aún no hay nada acordado, pues si se ha llegado a algunas conclusiones, éstas son provisionales y se pueden desbaratar en cualquier momento. Cualquiera entiende la insensatez de pedirle a la gente que respalde algo que no conoce y que, en últimas, puede que no exista. Firmar cheques en blanco ya no se acostumbra. Es más: nunca estuvo de moda.

Como he sostenido que lo de La Habana es un misterio, quise salir de dudas. Y me tomé el trabajo de preguntar a amigos de aquellos a quienes uno podría calificar de personas bien informadas, qué sabían del proceso de paz. Ninguno me dio una respuesta aceptable. Algunos confesaron que nada sabían; otros afirmaron que se había hablado de “reformas en el campo”, drogas ilícitas y de una “comisión de la verdad”. En síntesis: nadie sabía nada.

La pregunta que forzosamente hay que hacerse es ésta: ¿cómo quiere Santos  que los colombianos apoyen lo que no conocen? ¿Por qué merecen confianza los delegados de las Farc? ¿Han dado, acaso, alguna prueba de su buena fe?

No, ya es tiempo de reconocer que los electores somos mayores de edad, plenamente capaces, y que tenemos derecho a saber la verdad. ¿Por qué no se destapa la olla  para que todos sepamos qué se cocina en La Habana? ¿Es mucho pedir que todos los colombianos dispongamos de la información que se le dio a Germán Vargas?

Insisto: el más elemental de los derechos de quien vota, es saber por qué. Por eso en vísperas de las asambleas generales, se entregan a los socios los inventarios y los balances, en cualquier sociedad. ¿Por qué quienes votaremos el 25 de mayo, no tenemos ese derecho?

Esta razonable demanda de información no implica ser enemigo de la paz. Nadie es tan insensato para serlo. Pero otra cosa, muy distinta, es pedir que se vote por lo desconocido. Recuérdese que cuando a Pastrana le pidió el Procurador Edgardo Maya que sometiera a consulta la permanencia de la zona de distensión, contestó que el país la había aprobado cuando lo eligió presidente: solamente olvidaba que él jamás había mencionado el tema. En esa ocasión se engañó a los colombianos: es difícil que vuelvan a tragar entero.

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