Pensarlo dos veces

Esto sí es la tapa. Dice el presidente-candidato Juan Manuel Santos que el Gobierno tiene, más o menos, una idea aproximada del paradero del terrorista Rodrigo Londoño Echeverri, más conocido como ‘Timoleón Jiménez’ o ‘Timochenko’, el número uno de la banda de las Farc. Y, a continuación, agrega que lo pensaría dos veces para darlo de baja teniendo en cuenta dizque los avances del proceso de paz.

Esto que ha dicho Santos es grotesco. Podría decirse que es una más de sus muchas salidas en falso, como aquella de que “el tal paro nacional agrario, no existe”. Pero esta es peor porque demuestra la falta de carácter con la que el Presidente maneja los diálogos con las Farc y el escaso compromiso que tiene con la defensa de los colombianos.

Así, mientras las Farc asesinan a placer, tanto a civiles como a uniformados, este Gobierno lo que hace es preservar las vidas de los cabecillas farianos sacándolos hacia La Habana cuando el Ejército los tiene cercados o limitando operaciones en su contra. Y que no nos pongan de ejemplo los casos del ‘Mono Jojoy’ y ‘Alfonso Cano’ porque su ubicación fue un proceso que tardó años y que era imposible cortar de tajo.

Las Farc justifican todas sus tropelías con el argumento de que se decidió desarrollar conversaciones en medio del conflicto, con lo cual se ha querido presionar un cese de fuego bilateral que convertiría a Colombia en un inmenso Caguán. Pero las palabras de Santos indican que, en la práctica, el Estado tiene pisado el freno en lo que al combate de las guerrillas —concretamente de las Farc— se refiere, de donde se deduce que estas están logrando réditos militares, además de los políticos, de ese sainete que se desarrolla en Cuba.

Recuerdo que no habían transcurrido más que unos meses del Gobierno de Santos cuando llegaron a nuestros oídos rumores de que las Fuerzas Armadas tenían órdenes de no combatir a los grupos terroristas, que si en patrullajes se encontraban alguno se hicieran tiros al aire y se retiraran. No los creímos. Más tarde se corroboró su veracidad. Se mantuvieron los bombardeos aéreos pero en lo demás hubo todo un revolcón: se reconoció la existencia del tal conflicto armado para poder darles estatus de contraparte a las Farc y condiciones de igualdad en las negociaciones que desde entonces se estaban ambientando.

Asimismo, se consideró que las bandas criminales eran un asunto meramente delincuencial y que, por lo tanto, se trataba de un problema que debía resolver la Policía. No importaba que las Bacrim tuvieran también una estructura militar jerarquizada, que usaran armas largas y que tuvieran campamentos en la selva. En consecuencia, se decía que no se podían bombardear ni ser combatidas por el Ejército. Por eso en el primer año del Gobierno de Santos, las Bacrim hicieron lo que quisieron en gran parte del país. Se recuerda el regaño de Santos a la gobernadora de Córdoba por denunciar insistentemente que el Gobierno no hacía nada para combatirlas.

Hoy, también por esas decisiones desconcertantes de esta administración, las Farc actúan a sus anchas a pesar de estar debilitadas, y lo hacen a sabiendas de que el Gobierno no va a detener los diálogos por ningún motivo, pues como dijo su títere-rehén, el presidente Santos, solo serían cancelados en caso de presentarse un magnicidio, el asesinato de alguien ‘importante’, aunque para él, en medio de su obsesión, nadie lo es.

Y sin pensarlo dos veces, las Farc siguen asesinando gentes de todas las pelambres, siguen atentando contra la infraestructura vial y energética, siguen desplazando, siguen extorsionando, siguen traficando drogas, siguen reclutando niños, siguen sin asumir su responsabilidad criminal y siguen siendo unos cínicos mentirosos, como al acusar a las Fuerzas Armadas de instalar minas ‘quiebrapatas’ a pesar de que el uso de estas fue proscrito hace años en el Ejército de Colombia. Aquí las únicas minas antipersona que existen son las que instalan los sicópatas que salvaguarda Juan Manuel Santos.

¿Y a este señor es al que vamos a reelegir? Realmente, esto sí es algo que hay que pensar más de dos veces.

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