Petro, chavismo y Farc

Entre  los conocedores se afirma que la izquierda colombiana tiene un límite democrático de no más del 10% de votantes gracias a los terroristas de las Farc. En efecto, mientras exista ese pavoroso flagelo, no cabe duda de que la izquierda estará estigmatizada y por ende limitada.

La estigmatización ni es gratuita ni infundada. En tiempos de alta temperatura política bien vale la pena recordar que los más grandes terroristas de la historia (las Farc) han sido apoyados por el régimen cubano y por el socialismo del siglo XXI de Venezuela. Fueron ellos los que pidieron un minuto de silencio para honrar la muerte del comandante “Raúl Reyes” y fueron ellos los que financiaron un busto en memoria y honra de “Tirofijo”. Son ellos los que compran y distribuyen droga, protegen a sus militantes en su territorio, los que los financian y los que les sirven como caja de resonancia política en el concierto internacional.

Al lado de esos regímenes se encuentran ideológica y moralmente Piedad Córdoba y Gustavo Petro. Ambos, como sabemos, destituidos por jugarle sucio al país, por romper la ley colombiana y por burlarse de todos nosotros.

Ellos son los que visitaban a Chávez y a Maduro, los que se ponían sus boinas como símbolo de escarmiento y terror, los que negociaban con los secuestrados como si se tratase de una mercancía más objeto de trueque o intercambio. Fueron ellos los que se vieron económicamente beneficiados con los recursos públicos del pueblo venezolano y son ellos los que se mezclan entre proclamas, protestas y marchas para enarbolar las banderas del socialismo.

Pero su desprestigio no viene solo. Por un extraño e inentendible sentimiento de culpa histórico, nos han metido en la cabeza que a la izquierda hay que dejarla gobernar. Que se trata de un deber moral. Que si somos realmente demócratas tenemos que dejar gobernar a la izquierda. Poco importa que no estén preparados, que su máximo logro haya sido presidir violentas protestas citadinas o masivas escaramuzas callejeras. No importa el mérito, el buen nombre, la dignidad, los estudios y la preparación o la capacidad de gestión.

La plaza del experimento fue Bogotá que por más de una década ofreció su presupuesto, sus impuestos, su  ánimo y sus condiciones para que la izquierda devastara su próspero devenir.

De manera que la izquierda no se ha estigmatizado gratuitamente por su connivencia con el terror sino, también, por su pésima gestión y administración.

*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI

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