Sobre las elecciones aburridas

Quizás sea momento de valorar el que las campañas electorales tengan buenas dosis de aburrimiento, atributo positivo.

Pocas cosas más previsibles que las reacciones de la prensa colombiana frente a las campañas electorales. En cada ciclo electoral se repite la queja: la campaña está aburrida. La semana pasada parecía que se hubiesen puesto de acuerdo en el estribillo.

“Muchos se preguntan por qué esta campaña no logra el entusiasmo que otras”, observó El Espectador. “¿Por qué estas elecciones no emocionan?” fue el interrogante de Salón de debate en EL TIEMPO. En otro informe del mismo diario, Edulfo Peña examinó las razones de la “frialdad” de la campaña.

“Despierta más pasión El boletín del consumidor que la campaña presidencial”, escribió Óscar Montes en El Heraldo. En El País, Luis Guillermo Restrepo advirtió que el aburrimiento se prolongaría hasta junio.

¿A quiénes aburre la campaña: a los votantes o a los analistas? ¿Qué se requiere para despertar las pasiones en tiempos electorales? ¿No es acaso mejor mantenerlas apagadas? ¿Podemos otorgarle valores a la aburrición de las campañas?

Estas elecciones contienen notables atributos de interés.

Ante todo, son elecciones con opción –un pleonasmo, claro, útil para subrayar el punto–. Los extremos están ausentes, algo positivo. Pero la gama de posturas políticas de los candidatos, entre la izquierda y la derecha, es variada. Hay variedad de género: el número de mujeres aspirantes en la contienda es el más alto de nuestra historia.

Se critica, con razón, que hay una cantidad desproporcionada de candidatos oriundos de Bogotá. Sin embargo, ello es el reflejo parcial del crecimiento de la capital, hoy con mucha más población que en el pasado. Y su electorado siempre activo pesa.

El menú de candidatos ofrece agendas y visiones distintas. Hay por lo menos diferencias frente al tema de la paz. Edulfo Peña nos dice que serían “diferencias ligeras”, porque todos están de acuerdo con la paz. Pero en todo proceso de paz los detalles cuentan, ninguna diferencia es ligera.

Esta es, además, una elección de resultados inciertos. La única certidumbre, aceptada por todos, como indican las encuestas, es que habrá segunda vuelta –un escenario de fórmulas impredecibles–.

Reconocerle atributos de interés no significa ignorar vacíos ni preocupaciones. Una mayor, a la que no se presta mucha atención, es el divorcio creciente entre las elecciones presidenciales y las de Congreso. Refleja la debilidad de los partidos y abre espacios para una política presidencial cada vez más personalista.

De los personalismos al populismo hay apenas un salto. Allí sí se acaba la aburrición. Pues, como lo ha demostrado la historia latinoamericana, desde Perón hasta Chávez, los líderes populistas despiertan pasiones, y los países que caen bajo su encanto sufren de todo, menos de aburrición.

Quizás sea momento de valorar el que las campañas electorales tengan buenas dosis de aburrimiento, atributo positivo. Además, frente a un pasado sectario, donde la violencia política ha segado tantas vidas, la aburrición en las campañas electorales debe apreciarse como conquista.

En su respuesta en el Salón de debate, de EL TIEMPO, Carlos Lemoine no dejó de clasificar de aburrida la campaña, pero reconoció valores. Síntoma de algunas cosas buenas: “Hay estabilidad, el país es predecible […]y está inscrita en un proceso legítimo con niveles moderados de participación y protesta”.

“La campaña puede […], debe ser mejor”, añadió. De acuerdo. Pero mejorar el nivel del debate electoral no depende exclusivamente de los candidatos. Corresponde también a la prensa, que haría bien en abandonar las preocupaciones con la aburrición y en dedicar más espacio a los discursos y las giras de los candidatos.

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