EN LA VILLA DE BEODEZ

"Mano negra", "pajarracos", los que "viven de los muertos de la guerra", "buitres del miedo", los que "quieren continuar la guerra", los que "no quieren que a campesinos se les devuelvan las tierras", "enemigos de la paz", los que "quieren matar la esperanza de los colombianos", " tiburones", "vacas muertas" entorpeciendo el camino, "amantes de la guerra", "guerreristas", "neonazis", "fascistas", etc.

Estos calificativos que utiliza con cierta regularidad el presidente Juan Manuel Santos, no son propiamente para referirse a quienes por más de cincuenta años han sembrado el terror, bañado de sangre y destruido el territorio nacional.

No. Con esas ásperas palabras no se refiere él a los secuestradores, ladrones de ganado y tierras, torturadores y mayores traficantes de droga del mundo. Tampoco son para los que violan niñas y se roban los niños para engrosar sus filas; para los que siembran minas antipersona, torturan y asesinan militares y civiles, ponen collares bomba, extorsionan y queman buses con pasajeros adentro. Ni para los que degüellan policías, arrasan pueblos, dinamitan oleoductos, contaminan las aguas y el medio ambiente, derriban las torres de energía y destruyen las carreteras.

No van dirigidos a esos cínicos terroristas que en los tres o cuatro años que llevan de conversaciones en Cuba, no han dado la más mínima señal de que verdaderamente están dispuestos a acabar con la guerra.

No, porque a ellos ya les quitaron el rótulo de terroristas, porque desde el día mismo en que llegaron a La Habana, los ascendieron a guerrilleros, a ideólogos y su accionar violento quedó legitimado sin importar que se enviara el mensaje del que el crimen paga y que las vías de hecho sirven como herramienta política.

Para ellos todo ha sido cortesía y sumisión. Los criminales de las Farc son tratados ahora como los buenos del paseo y tienen licencia para intervenir la agenda nacional. Ellos dicen cómo se deben distribuir las tierras y eligen los cargos que quieren ocupar y las zonas donde van a reinar. Y todo a cambio de una firma, porque la paz para el presidente Santos es eso, un pedazo de papel firmado.

Las frases injuriosas y las agresiones son para los nuevos malos de Colombia. Esa intolerancia es para los descarados que hemos osado disentir de las conversaciones de La Habana. Es el trato reservado para quienes objetamos con la palabra, con el arma que nos concede la democracia, las injusticias que allá pretenden habilitar. Todo ese descrédito es para quienes hemos reiterado hasta la saciedad que sí se debe dialogar con el enemigo, que sí hay que negociar y, por ende, ceder para poder concertar pero, todo ello dentro de ciertos límites, con justicia.

Necesitamos un cambio, no podemos seguir con un Gobierno que no solamente descalifica, sino que criminaliza la libertad de expresión de la oposición. Un presidente que engaña a todo el mundo con mensajes mentirosos. Un presidente que no cumple con la obligación ética y moral de hablar con la verdad, de decir quiénes son los malos y quiénes los ciudadanos de bien. Aquí no podemos seguir permitiendo esas perversas tergiversaciones, el "enemigo del proceso de paz" no es enemigo de la paz. No más juegos sucios con la palabra paz.

Necesitamos a Óscar Iván Zuluaga, un hombre sereno, justo e idóneo, para que ponga orden en la casa.

Nuestro país merece respeto, aquí no podemos seguir viviendo como en la paradójica Villa de Beodez, la de la ronda infantil donde todo, todo es al revés, donde el ratón persigue al gato y el ladrón condena al juez.

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