Farco Haram

Está  claro que los cabecillas de las Farc no son musulmanes, no quieren instaurar la Sharia en el Caguán, no son salafistas, no apoyan las revueltas en Mali, no lanzan ataques en Camerún, no cooperan activamente con Al Qaeda en el Magreb, no tienen compromisos con Al Shabab en Somalia, ni hablan Kanuri, Hausa y Faluni, que son algunas de las lenguas que domina el Timochenko nigeriano, Abubakar Shekau, comandante de Boko Haram.

Pero trazando analogías, haciendo comparaciones viables y asimilando lecciones aprendidas, salen a flote muchas de las conductas que permiten establecer por qué los colombianos rechazan tan enfáticamente los negocios de La Habana, qué va a pasar en la segunda vuelta, y por qué la comunidad internacional observa con absoluta reserva lo que pasa en Cuba, a tal punto que sigue persiguiendo a la banda terrorista aunque ella firme acuerdos sobre esta vida y la otra con sus contertulios del Gobierno.

De hecho, Boko Haram y las Farc se solazan reclutando niños, llegan al paroxismo cada vez que tienen una cámara de televisión al frente, remplazan al Estado en la administración de justicia, imponen sus propios códigos de conducta en santuarios o zonas reservadas, se imaginan restableciendo el imperio Bornu con su esplendor de 5 siglos, o controlando la tierra prometida, es decir, la República Independiente de Caquetania, y entran en alianzas estratégicas con sus pares, ya sea el Eln, Anzaru, el Mujwa, o Ansar Dine. De hecho, organizaciones como éstas, guiadas por liderazgos vitalicios, fundadas en el terror, y económicamente prósperas, suelen inducir negociaciones en las que sus intereses resulten favorecidos a cambio de la ilusión de reducir la violencia y compartir poder, pero tarde o temprano su verdadera identidad aflora, como sucedió con los diálogos del año pasado en Costa de Marfil, cuando la banda islamista llegó a la conclusión de que era relativamente poco lo que estaba consiguiendo sentada en una mesa.

En definitiva, se trata de grupos terroristas que se pasean por el vecindario como Pedro por su casa, ya sea en Níger, Benin, Nicaragua o Venezuela, hasta que, finalmente, las democracias se deciden a superar el trauma tal como acaban de hacerlo los países africanos apoyados por Washington, Londres y París: drones, apoyo satelital, patrullas coordinadas, información de inteligencia compartida, vigilancia conjunta en las fronteras, fuerzas de tarea combinadas y cero negociación, cero farsa, cero engaño.

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