Orwell en La Habana

No tengo el propósito de profundizar ahora en tan delicado asunto, para reconocer, en primer lugar que la corrupción es el cáncer de las democracias actuales, desde Estados Unidos y Europa hasta América Latina.

Si contemplamos la situación del país, carente de estadistas, sumido en la corrupción, secularizado al máximo, con un sistema de salud que no merece ese nombre, viviendo de una industria extractiva que carcome su herencia verde, agobiado por un desempleo que solo cede en la propaganda reeleccionista y expoliado por la voracidad del agio institucionalizado, muchos pierden la fe en el ideal de la democracia.

A medida que se asciende en la pirámide educativa, al alumno se le indoctrina en el desprecio de las instituciones nacionales; y aunque esa inculturación no es muy exitosa, queda, sin embargo, un fondo escéptico, pero crédulo al mismo tiempo, en el que luego encuentran acogida todas las ideas simplistas, superficiales y disociadoras.

Buena parte de la política del siglo xx se explica por los movimientos que buscaban formar, a cualquier precio, estados, sociedades y hombres nuevos. Para lograr tan loables propósitos, desde luego había que eliminar la democracia, el estado de derecho, la libertad individual y demás estructuras de la civilización occidental y cristiana. Tanto el fascismo como el comunismo participaban de ese odio y grandes países y millones de personas fueron embrujadas por esas inflamadas y fascinantes dialécticas.

El 11 de noviembre de 1947, en Los Comunes, el entonces líder de la oposición, Winston Churchill, afirmó: “Democracy is the worst form of government except all those other forms that have been tried from time to time”.

Vale la pena recordar esa gran sentencia, crucial en la ciencia política, en un país descreído como la Colombia actual, porque los totalitarismos presentan cuadros de corrupción peores, pero cuidadosamente ocultados por la represión, mientras sus regímenes son ensalzados por las ideologías más alienantes.

El salto al socialismo del siglo xxi, no traerá, desde luego, como consecuencia, la moralización de la vida política. La corrupción en los últimos años de la URSS, la actual en China, la soterrada pero siempre presente en Cuba, la rampante en Venezuela, no presagian nada nuevo para la Colombia del postconflicto y su deriva castrochavista.

En una sociedad desvertebrada hace fácil carrera el newspeak, descrito de manera incomparable por George Orwell (1903-1950), uno de los más grandes escritores del pasado siglo, con el cual tengo especial relación.

En efecto, mi pésimo inglés mejoró, hasta algo así como medio regularcito, con un curso especialísimo en la propia sede principal de la BBC. El profesor, magnífico, original, carismático, chispeante, histriónico, nos enseñaba con Animal Farm (1945), la prodigiosa fábula donde Orwell describe la génesis y el desarrollo del estado totalitario, que conduce a la peor opresión.

Nadie mejor que Orwell para describir el comunismo. Había regresado al laborismo civilizado desde la más extrema izquierda, porque en la guerra civil española se había enrolado en las filas más radicales y terroristas, las anarquistas, y en Cataluña había visto cómo los comunistas masacraban a todos los que no se les sometían, empezando por los terribles anarquistas.

Un año antes de su muerte apareció “1984”, insuperable texto para el politólogo, óptima descripción del estado totalitario. Allí impera el newspeak, lenguaje en el que cada palabra significa exactamente lo contrario. El estado está organizado en cuatro grandes ministerios: el de La Paz, dedicado a la guerra; el del Amor, encargado de la represión; el de la Abundancia, que maneja la miseria colectiva; el de la Verdad, en cuyo edificio aparecen los lemas supremos: La guerra es la paz; La libertad es la esclavitud; La ignorancia es la fuerza.

Pues bien, no puedo dejar de recordar a Orwell cuando observo unas conversaciones que solo pueden conducir a equívocos y engaños, porque los del gobierno, empecinados en conciliar, allanar, facilitar y ceder, se expresan en español, mientras la contraparte, la de los autodenominados “Constructores de la Paz”, piensa, responde en newspeak y avanza continuamente.

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