Cucarachas en la cabeza

Santos autorizó el pago de bonificaciones a militares y policías con despliegue publicitario inusitado, incluso para sus estándares, y como si fuesen una dádiva, señalando que se reparaba una injusticia de años. Y afirma apodícticamente que los miembros de las Fuerzas Armadas deben “sacarse de la cabeza las cucarachas” que les han metido los enemigos de la paz, y anuncia que militares activos participarán en el último punto de la negociación, el 3 de 5: el fin mismo del conflicto armado. Asegura, además, que es mentira que las Farc no vayan a entregar las armas, porque precisamente para ello se está negociando.

Todo esto con el objeto de ganarse la lealtad de los organismos de seguridad y tranquilizarlos sobre la tesis manejada por la oposición, que plantea que las Fuerzas serán desmanteladas y su doctrina basada en el concepto del enemigo interno será cambiada. En el mismo sentido, una y otra vez, el jefe negociador de La Habana jura en la televisión.

Permítanme desglosar esos asertos. Muy merecidas las bonificaciones a militares y policías. Es apenas una pequeña compensación por el enorme esfuerzo de mantener la democracia en Colombia. Pero es curioso que sólo ahora se dé cuenta de que está resolviendo una injusticia de años. Estuvo ocho años como ministro de Defensa y lleva cuatro como presidente, y si, en agosto del 2010 conocía de tal iniquidad, ¿por qué la viene a superar ahora, en un gran “gesto de generosidad”? ¿Más si sabía durante su cuatrienio inicial que esa era una reivindicación sentida de los cuerpos armados?  La demora de cuatro años en tomar la medida anunciada privó conscientemente a militares y policías escalafonados antes de 2004 de tal beneficio, como si estos no hubiesen enfrentado el terrorismo de extrema izquierda,  de extrema derecha y de sus simbiontes del narcotráfico. Uno se pregunta ¿será que hay un malestar generalizado de las Fuerzas por sus condiciones de vida, que quiere aplacar porque se acercan decisiones de fondo, y una profunda y real  preocupación sobre el contenido de las conversaciones de La Habana?

No se trata de que los militares tengan “cucarachas en la cabeza”. Las Farc han hablado de que una vez se firme el tratado de paz, debe reducirse sustancialmente la tropa y Petro propuso que los guerrilleros se vincularan a las Fuerzas Armadas, las dos cosas sin que hayan sido desmentidas por Santos.

La desmembración de la unidad de las Fuerzas Armadas, sacando a la policía de la jurisdicción del ministerio de defensa, para crear un ministerio de la seguridad ciudadana (que se dice, será inicialmente dirigido por el negociador Oscar Naranjo), es un proyecto radicado en el congreso, que ya implicaría un cambio de doctrina, porque la policía ha jugado un papel crucial en la lucha contra el terrorismo. Convertirla en una entidad que se ocupe sólo de la delincuencia común y de la vigilancia de ciudades, es debilitar la lucha contra el enemigo interno, el cual ha dicho repetidamente que su objetivo es tomarse el poder y que en su estrategia aplica el principio de cercar las ciudades desde el campo, como lo certifica el esfuerzo que hacen las Farc para recuperar el corredor del Páramo de Sumapaz, del cual fueron expulsadas durante el gobierno de Uribe, (y crear allí una zona de reserva campesina), con el propósito confeso de tomarse militarmente a Bogotá.

Pero de hecho, el cambio de doctrina comenzó desde el momento en que el gobierno aceptó a las Farc como “parte” de un “conflicto armado”, con lo cual El estado democrático  reconoce que las Farc tienen una causa justa, porque nuestra democracia no es tal, sino, a lo sumo, un remedo de ésta, y admite que el colombiano es un modelo político excluyente que debe aceptar a la oposición armada y sus demandas. Legitimados los terrorista de esta manera, ya no son enemigos a vencer o doblegar, sino co -constructores de una “verdadera democracia” cuyas propuestas tienen plena validez, y que, además no es derrotable.

Eso es lo que significa un cambio radical de la doctrina militar, un giro de 180 grados, porque hasta la presidencia de Uribe se venía operando sobre la base de que Colombia poseía un estado democrático de derecho, perfectible, por supuesto, pero que poseía los mecanismos institucionales necesarios para que los colombianos alcanzaran el bienestar y solucionaran sus desencuentros por la vía pacífica. Este concepto no reconoce a la oposición armada como un actor legítimo, y la entiende como el enemigo a vencer, lo que significa desde la derrota militar completa hasta su debilitamiento, para obligarla a negociar sobre la base de preservar las instituciones democráticas y fijar unas condiciones razonables, especialmente la entrega de las armas a la firma de un tratado de paz y los niveles de justicia y reparación mínimos para que se puedan reincorporar a la vida civil y, si es su deseo, ejercer una oposición leal a la democracia. Y, agreguemos que  durante el ejercicio de la presidencia de Uribe las Farc y los otros grupos terroristas estaban estratégicamente vencidos.

Tiene razón Santos cuando dice que no cambiará la doctrina militar, porque ya lo hizo.

Y finalmente, en cuanto la entrega de las armas: las Farc han dicho en todos los tonos que no las entregaran, sino que a lo sumo las dejaran si se firma una paz que cumpla los objetivos estratégicos de esta organización. Y el cerebro de la negociación, el Alto Comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo ha dicho en diferentes oportunidades que a la firma un acuerdo de paz se abriría un proceso de transición de hasta diez años, al final de los cuales se llegaría  a la paz verdadera, una vez cumplidas las condiciones de  las Farc. Diez años de una paz armada con las Farc haciendo política y practicando todas las formas de lucha. Esa es la verdad, esas, son las cucarachas en la cabeza de las que habla Santos.

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