EL CANDIDATO

Amable lector. Había una vez un pueblo azotado por unos bandidos que secuestraban a sus semejantes, los torturaban, les quitaban su tierra y a miles y miles los dejaban lisiados o muertos. Surgió un hombre que habló sobre la necesidad de imponer el orden. Al principio pocos creyeron en él, pero como las gentes cada vez se sentían más amenazadas y menos protegidas, lo eligieron para gobernar.

Antes de continuar es oportuno señalar que en este pueblo ha existido una enorme desigualdad, donde algunos tienen en exceso y a muchos les falta casi todo. La justicia avanza a pie, mientras los delincuentes vuelan, además no son pocos los jueces que valoran más el dinero que los códigos.

La educación, salvo contadas excepciones, con dificultad alcanza la mediocridad. La corrupción es abundante, fértil y acogedora. Las leyes son numerosas y extensas, en buena parte inoperantes. El Estatuto Tributario, el medio más eficaz para ayudar a corregir las desigualdades, después de la reforma del año 2012, se hizo más confuso y casi irracional.

Al poco tiempo de estar gobernando quien había prometido recuperar la autoridad, la gente comenzó a sentir un gran alivio. Los bandidos fueron perdiendo terreno y se comenzó a vislumbrar la paz. No sobra decir que en ese tiempo se cometieron abusos, que desde un escritorio son fáciles de censurar, pero en la guerra, en cualquier lugar que sea, difícilmente se pueden evitar.

Luego de proporcionar seguridad y confianza a la mayoría de las gentes, al dejar su cargo señaló la persona que creyó idónea para continuar la labor pacificadora iniciada por él. Muchos atendieron su llamado y por ello fue elegido. Al posesionarse, no ahorró palabras de gratitud y admiración por la extraordinaria labor realizada por su antecesor, en bien del pueblo. Al amanecer antes de que el gallo cantara por primera vez, ya denigraba de su tutor.

Para sorpresa de todos, poco tiempo después se congració con el vecino que era el protector de los bandidos. Con estos inició un proceso de paz, que curiosamente una semana antes de la elección presidencial, dijeron que a lo mejor le causaron daño a algunos, pero que serán resarcidos. Desde luego no por ellos, sino por todos los demás como si hubiesen sido los responsables de tanta crueldad y sufrimiento.

Acaso las gentes sensatas de este pueblo podrán confiar en quien nos ha gobernado estos últimos cuatro años. La gratitud, lealtad, entereza, probidad, sabiduría y esmero en los problemas del Estado, no son propiamente los atributos que lo enaltecen.

Si el presidente llegare a ser reelegido, más que por su astucia y por haber dispuesto de todos los recursos del Estado, sin la menor duda, fue por la candidez de algunos, la indiferencia de otros y el regocijo de los bandidos. Es verdad que los militares no deben participar en política, pero sus familiares y amigos sí pueden votar, ojalá lo hagan. Hay un refrán que dice: "Cuando Dios no lo quiere, los Santos no pueden".

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