El Presidente buena vida

Pensaba que, pasado el susto de ganar las elecciones, Santos se iba a poner a trabajar.

Tengo un amigo que desde los 18 está con el cuento de que quiere ser presidente de Colombia. En realidad no es amigo, es conocido; yo no tengo amigos políticos porque sé escoger a mis amistades. El hecho es que lleva años con la idea, pero no le ve uno la vocación de servicio que se debería tener para aspirar a semejante cargo. Le gustan la fiesta, la buena vida y jugar golf entre semana, mientras el resto del mundo trabaja. De hecho, a los tres imbéciles más grandes que he conocido en mi vida, alguna vez les oí decir que querían ser presidentes. Yo me hacía el serio, pero reía desde adentro, pensando que alguien como ellos no podría entrar nunca a la Casa de Nariño. Eso hasta que Juan Manuel Santos llegó al poder.

No le estoy diciendo imbécil a Santos, ni más faltaba. Tampoco afirmo que sea un flojo; solo me llama la atención que encuentre los espacios para darse vacaciones en medio de un trabajo tan difícil como gobernar a Colombia.

En estos cuatro años lo hemos visto en medios de comunicación y redes sociales ir a los partidos de eliminatoria, dar inicio al Carnaval de Barranquilla, entrenar en bicicleta, visitar a Falcao en Portugal a ver cómo anda de la rodilla y ahora, la última, venir al Mundial a ver a Colombia contra Costa de Marfil. Yo pensaba que, pasado el susto de ganarle las elecciones a Álvaro Uribe, se iba a poner a trabajar por el país que lo eligió, que para eso se gana el sueldo. Pero no. Quizá desde su perspectiva lo mejor sea ir a un partido de fútbol antes de meter el diente a temas como la paz, la pobreza, la corrupción, la infraestructura y otras minucias. Tal vez un día miraremos al pasado y descubriremos que el gran legado del gobierno de Santos fue haberle devuelto a la Presidencia el glamour y farándula que había perdido con Uribe.

Eso es lo que pasa con Colombia, y ni siquiera con Colombia, con la democracia en general. Es como si los que se postularan a los puestos públicos no lo hicieran por servir al pueblo, sino por los beneficios colaterales. No les gusta la gente, les gusta el poder. Es curioso que alguien que ande en camioneta blindada cerrando a los carros particulares para pasar primero sea llamado ‘servidor público’. Uno mira bien y a los políticos y a los narcotraficantes les gustan las caravanas escoltadas en la misma medida.

Y es una larga cadena de sucesiones esto de los beneficios a los políticos. Si, siendo hijo del Presidente, Martín Santos viaja a su finca en helicóptero del Ejército, lo más lógico es que le parezca raro un día irse en carro, pagar peaje y soportar el trancón de la Bogotá-Girardot vía La Mesa como cualquier hijo de vecino. ¿La solución? Ser Presidente. Pasó con Misael Pastrana, su hijo Andrés y ahora el hijo de este, Santiago, que ya avisó que quiere participar en política.

Y tampoco se trata de que nuestros dirigentes no se tomen sus días. Sería absurdo pedirles que trabajen 24/7. Todo el mundo necesita descansar; de hecho, el mundo está lleno de personas que se van de vacaciones sin merecerlo. Lo que uno pide es que no lo hagan tan evidente. Si van a pasarla bueno, no lo compartan, que en este país hay mucha persona que apenas sobrevive con lo del día.

A mí me hubiera gustado nacer en el estrato seis bogotano para tener la vida resuelta. Como no conté con tal suerte, soy un resentido que ataco a los que considero que están por encima de mí en la pirámide social. Por eso se la tengo adentro a Santos en Twitter. Cada vez que ‘postea’ algo sobre sus actividades extracurriculares no lo bajo de ‘Vagazo’ y le exijo que vuelva a trabajar. El día que le dé por responderme un tuit, me orino del susto.

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