El sentido común y el pensamiento común

Hay días en que nos proponemos actuar con sentido común. Es decir, hacer cosas normales. La Presidenta y el jefe de Gobierno porteño se reunieron el martes para inaugurar un tramo de autopista de tres kilómetros.

Es mucho para aliviar el tránsito en una zona difícil y poco para semejante acto y semejantes presencias.

Más que resultar un golpe de efecto, no surtió efecto.

El Gobierno nacional había piqueteado la obra por años y los automovilistas, más que gracias, dijeron: era hora.

Antes de cortar las cintas de la obra absurdamente demorada, Cristina le dijo a Mauricio: es normal que la Presidenta autorice una obra como ésta, “ni pacto ni nada, es sentido común”.

¿Qué tuvo de sentido común tanta tardanza?

El sentido común duró menos que recorrer la miniautopista de los diez años: Cristina convirtió al filósofo Ricardo Forster en secretario de Estado para la Coordinación Estratégica del Pensamiento Nacional (ver pág. 6). Hay varias paradojas además del nombre interminable y falangista, y una la marcó el historiador Romero: “¿Es que hay un pensamiento nacional y otro no nacional”?

¿Sarmiento o Borges pertenecerían a él?

Forster coordinará sobre una parte del pensamiento, no sobre todo el pensamiento. Pero eso será una liberación para los que no piensan como Forster y para los que piensan que nadie debe coordinar ni decir qué hay que pensar.

Forster es el líder de Carta Abierta, el grupo de intelectuales que ha cumplido los ritos de la obsecuencia kirchnerista: no decir nada de la corrupción y decir de todo de la oposición y la prensa no adicta. Otra paradoja es que su coordinación será estratégica.

El pensamiento reside en transgredir estrategias, a menos que se piense para legitimar a los que están en el poder. Los estrategas calculan; los que piensan, piensan sin calcular para aproximarse a la verdad.

Hay una tercera paradoja y la planteó el propio Forster. A una radio le dijo: “Lejos estoy yo de la tradición del pensamiento único, del doctrinarismo ideológico, del dogmatismo. Todo lo contrario” . Y a otra: “Ha habido corrientes de ideas que le han hecho un daño enorme al país. Profundamente antinacionales, en general vinculadas a tradiciones liberales y conservadoras”. Podría empezar por coordinarse a sí mismo.

El dilema hoy es entre profundizar una democracia autoritaria o avanzar hacia una democracia normal.

El sentido común sería un gran logro. Nos daría previsibilidad. Tendríamos la idea de lo que el otro puede hacer sin inventar proyectos estrafalarios.

Dictaminar qué entra y qué no entra en el pensamiento nacional es empobrecer el pensamiento nacional. O peor, titular como pensamiento nacional lo que en realidad es el pensamiento de un grupo. Es un inmenso retroceso. Y es lo menos inteligente que se podría haber pensado para promover la inteligencia.

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