La factura

Tanto agradecimiento del Presidente es muestra de lo hipotecado que quedó.

La noche de su reelección, Juan Manuel Santos no habló casi de su nuevo mandato: tuvo que dedicar el discurso a dar las gracias. A su familia, claro, por ahí se empieza. Pero, luego, a cada uno de los partidos de la Unidad Nacional, a Germán Vargas, al expresidente César Gaviria, a Clara López, a los ‘verdes’, a Gustavo Petro y sus progresistas, a Antanas Mockus, al movimiento LGBTI, a los sindicatos, a los empresarios y a tres regiones fundamentales para su victoria: la Costa Atlántica, la Pacífica y Bogotá.

Al referirse a estas regiones, no pensaba solo en los electores y sí, mucho, en los caciques, sin cuya intervención no habría obtenido buena parte de los 900.000 votos que le sacó a Óscar Iván Zuluaga. En municipios de ambas costas y del suroccidente, así como en zonas de la capital, los resultados recordaron los años de la violencia liberal-conservadora de mediados del siglo XX, con el 90 por ciento de los sufragios para el mismo candidato –en este caso, Santos– y unos pocos para su oponente.

Casos como los de Argelia, en el Cauca; Repelón y Baranoa, en el Atlántico, o Fonseca, en La Guajira, para citar unos pocos entre decenas, donde Santos multiplicó de modo dramático su votación de primera a segunda vuelta, o consiguió el domingo 15 cerca del 95 por ciento, constituyen ejemplos de lo que hace años la analista Claudia López llamó “votaciones atípicas”. Y hay zonas del suroccidente de Bogotá que también ameritan análisis.

Pero, en fin, con las imperfecciones de nuestra democracia, una mayoría de electores respaldó a Santos, que ahora tendrá que concluir las negociaciones de La Habana. Los acuerdos con las Farc no traerán de manera mágica el fin de la violencia, pero quitarán del camino al núcleo de comandantes y a buena parte de la tropa de la organización que, al lado de los paramilitares, más ha matado, secuestrado, extorsionado, narcotraficado y reclutado menores. Quedarán sueltos muchos, como pasó con las Auc, que formarán bandas criminales, más fáciles de combatir ya sin máscara política ni unidad de mando.

Pero volvamos al discurso de la victoria. Tanto agradecimiento del Presidente es muestra de lo hipotecado que quedó: todos los que le dieron una mano la extienden ahora para pasarle factura. El problema es que hay más bocas que porciones de torta. Los caciques de la Costa quieren cuatro ministerios. Gaviria quiere el de Hacienda para su hijo Simón. Juan Fernando Cristo, el de Interior. La izquierda –un sector del Polo– demanda al menos uno. Los sindicatos, el de Trabajo. A Germán Vargas, el nuevo vicepresidente, Santos le había prometido Vivienda, Transporte y otro más. El Valle, que se portó muy bien con Santos, quiere otro. Y el Presidente, con todo derecho, querrá nombrar a dos o tres ministros de su cuerda personal, como Gabriel Silva en la Cancillería.

Y hay otras disputas: Clara López, clave en el triunfo santista, pide que el Gobierno no se le atraviese en su aspiración de ser alcaldesa de Bogotá. Pero el saliente mintrabajo, Rafael Pardo, ya salió a decir que quiere justo esa alcaldía. Y falta Gina Parody. En fin, que no hay cama pa’ tanta gente. Los que más opciones tienen de asegurarse su pedazo son los caciques, pues Santos los necesita como respaldo en el Congreso y no los puede ‘conejear’. Los demás, que se preparen.

A Gaviria de pronto le dice que su hijo está muy biche para Hacienda. A Vargas quizás le conserve solo el de Vivienda. A Cristo, que en Interior necesita a alguien que aglutine más, pero que de pronto le crea una consejería para las víctimas. A la izquierda, que no cabe, pero que él no se le va a atravesar a la aspiración de Clara López de ganar la capital. A Pardo y a Gina, que echen adelante, que él verá el momento justo de darles una mano. Y así, entre facturas y ‘conejos’, arrancará Santos su segundo mandato.

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