¿Quién ganó?

Los votos por Santos no fueron votos sinceros.

Juan Manuel Santos nunca ha ganado una elección. Hace cuatro años llegó a la Primera Magistratura con más de nueve millones de votos ajenos, propiedad del uribismo, o de la derecha, si alguien prefiere denominarlos así. En esta ocasión, como si se tratara del extraño mundo de Subuso, Santos volvió a ganar con votos que no le pertenecen y que, para mayor paradoja, constituyen la oposición a quienes lo eligieron en el 2010.

A Santos lo reeligió la mermelada y la fatua promesa de la paz, aspectos representados en el voto pagado y en el apoyo de la comparsa profariana que debió ponerse guantes de látex y tapabocas para depositar el voto. Aun así, JuanPa es su presidente: el primer presidente de la izquierda en la Historia de Colombia.

Y es que los votos por Santos no fueron votos sinceros, sino fruto de alianzas desesperadas para salvar la farsa de La Habana. Son tan abundantes como inconcebibles las incoherencias entre lo que los líderes de izquierda opinaban de Santos antes de la primera vuelta y lo que decían después. Gustavo Petro dijo que “Santos está incapacitado para hacer la paz en Colombia”. Clara López decía: “Estoy convencida de que la paz no pasa por la reelección del presidente Santos, todo lo contrario”, y agregaba que Santos estaba preparando un fraude jamás visto. Y Claudia López afirmaba: “Santos ha sido una gran decepción… se entregó a la corrupción y a la politiquería para reelegirse…, por ese camino no solo no es necesario sino que es un obstáculo para la paz”.

Entonces, ¿a qué estamos jugando? Bueno, es evidente que la izquierda no votó por JuanPa sino por las Farc. Y es aún más claro que el país está totalmente dividido, tal y como Santos se lo buscó, entre “amigos y enemigos de la paz”.

Ahora, si en su primer periodo fue incapaz de llevar a cabo sus propuestas con una votación del 70 por ciento a su favor, ¿qué puede esperarse ahora con solo un 51 por ciento que está contaminado con personas que lo detestan? Es que la misma izquierda que llevó a Santos al poder, que le puso en Bogotá un millón de votos más que en primera vuelta, se declaró, al mismo tiempo, en oposición a su gobierno. O sea que de ese 51 por ciento que lo respaldó con el voto, muchos se bajarán del bus, en tanto que la otra mitad seguirán siendo férreos opositores a sus programas. Más débil, imposible.

Por lo que sí hay que felicitar a Santos es por arrancar al fin una de sus locomotoras, aunque no fuera ninguna de las que prometió para su primer gobierno, sino la locomotora de la reelección. Sería de necios negar que compró miles de votos a través de los ‘Ñoños’, Musas y Acuñas. Que puso todo el aparato del Estado a hacer campaña enviando funcionarios recién retirados a todos los rincones del país. Sacó la chequera para hacer toda clase de ofrecimientos demagógicos, como el de las casas gratis. Hizo anuncios electoreros de último minuto para todos los gustos, como el de la paz con el Eln o el de restablecer el recargo de las horas extras a pesar de que su gobierno se opuso a esa reforma hace apenas unos meses. Enmermeló sin medida a los medios mezclando la publicidad oficial con la de su campaña… en fin. El repertorio es digno de un tahúr profesional.

Pero lo más grave fue su paz extorsiva. Era evidente que este proceso estaría atado a su reelección y que la instrumentalización política de un tema tan sensible para el país era un abuso. La buena fe de los colombianos hacia las promesas de paz oscila entre la ingenuidad y la estupidez, y muchos ven espejismos en vez de ese espejo que es el país vecino. Ya en 1997, Santos decía que “la paz está de un cacho”. Lo que ahora está de un cacho es el poder para las Farc.

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