DILMA NECESITA DEL MUNDIAL

La carrera en Brasil para definir el presidente del periodo 2014 al 2018 inició el pasado domingo, mientras el gigante de Suramérica parecía anestesiado en un día sin fútbol.

Dilma Rousseff, aspirante a lograr cuatro años más para su proyecto de gobierno, se mantiene cauta, y evita mostrarse demasiado en público para que no se le señale como abusadora de la imagen del Mundial.

Dilma también pasa desapercibida mientras se sienten apaciguadas las protestas sociales que afectaron algunas ciudades de Brasil antes de empezar el torneo. No hay demasiadas pancartas en las calles, las manifestaciones de megáfono en mano disminuyeron considerablemente, e incluso las peticiones de los grupos sociales de oposición parecen estar detenidas mientras rueda el balón y la selección nacional se mueve a tropezones hasta los últimos encuentros.

La cabeza del Partido de los Trabajadores camina un sendero cómodo que parece llevarla sin problemas a una renovación de su mandato cuando se vote el próximo 5 de octubre. Es la favorita, con una buena ventaja sobre sus opositores: el socialdemócrata Aécio Neves y el socialista Eduardo Campos.

De obtener el triunfo electoral, su partido logrará gobernar por 16 años seguidos (al contar los dos periodos de Lula), en un hecho sin precedentes en la historia política reciente del Brasil, que le ha dado beneficios evidentes en reducción de la pobreza y crecimiento económico.

Pero todos en el gobierno brasileño andan en puntas de pie. No quieren despertar al monstruo del inconformismo que lanzaría toda la política oficial al traste. Dilma necesita desesperadamente del Mundial y más aún, de que su selección de fútbol avance hasta la final y ojalá levante la copa dorada, antes de que la resaca de la fiesta multimillonaria revele de nuevo las carencias del país.

Este Mundial, uno de los más emotivos y apasionantes en el ámbito deportivo de las últimas décadas, también tiene un peso en la política interna brasileña, pues sus protagonistas temen que al terminar la fiesta e irse los invitados, aumente el inconformismo por el derroche y la corrupción en la organización del evento. Por eso hoy, cuando ruede el balón en la semifinal que los enfrenta a Alemania, estará en juego más que el pase al partido definitivo. Hoy Brasil juega parte de su estabilidad.

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