Libertad para Leopoldo López

Este año, mi esposo, el dirigente opositor venezolano Leopoldo López, pasó su cumpleaños número 43 tras las rejas. Para celebrar su cumpleaños, nuestros hijos (Manuela, de 4, y Leopoldo, de 1) y yo tratamos de entregarle una torta en la prisión militar de Ramo Verde. No se nos permitió ingresar; se nos forzó a celebrar en la calle justo afuera de la prisión, donde nuestra familia le cantó el “Cumpleaños Feliz” a una foto suya de tamaño real.

Para nuestros hijos, esto fue un mal sustituto de ver a su papá. Ha pasado un mes desde la última visita que le hicimos a Leopoldo, y lo extrañamos a diario. En su ausencia soy una madre soltera, circunstancia que ha causado ya un daño en nuestra familia.

La ironía es que mi esposo no es un criminal, sino más bien un devoto padre, esposo y político, cuya “ofensa” fue exhortar a los venezolanos a ejercer, de manera pacífica, su derecho a congregarse, a protestar y a expresar sus puntos de vista acerca de nuestro gobierno. Él está en la cárcel por cargos de instigación pública, daños a la propiedad y asociación para delinquir, los cuales, según ha dicho Amnistía Internacional, “tienen un gusto a intento de silenciar disenso por motivos políticos.” El gobierno ha jurado mantenerlo en prisión por espacio de una década.

En su afán de encarcelar a mi esposo, el gobierno ha intentado mostrar la apariencia de un proceso judicial legítimo. Pero no se confundan: las reglas normales de la evidencia y del debido proceso no han sido aplicadas. A mi esposo lo arrestaron a mediados de febrero sin previa averiguación, por órdenes del presidente y sin evidencia. Se han documentado numerosas violaciones a los baremos, tanto legales como de derechos humanos. En una audiencia reciente, el gobierno llegó a argumentar que los llamados de mi esposo, claramente a la no-violencia, de hecho contenían mensajes subliminales en código para provocar la violencia.

De no ser porque estamos hablando de que mi esposo se enfrenta a una sentencia de 10 años de prisión, yo pensaría que estos cargos son un chiste enfermizo.

Leopoldo es un político. Yo no lo soy. Él fue electo alcalde del municipio Chacao de Caracas, en el año 2000, y se mantuvo en funciones hasta el 2008, cuando en su contra hicieron efectiva una injusta inhabilitación para postularse a cargos públicos. De no haber sido por la prohibición, Leopoldo habría planificado para lanzarse a alcalde de Caracas en 2008, contienda electoral de la que se había predicho que él ganaría. Adicionalmente, una encuesta de esa época sugirió que, en una hipotética elección presidencial, Leopoldo habría recibido un porcentaje de votos incluso mayor que el de Hugo Chávez.

Nadie, pues, debería dudar por qué está Leopoldo en prisión: el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, le teme y con gran razón. Chávez no cumplió; Maduro tampoco ha cumplido sus promesas, y ambos han desmantelado sistemáticamente nuestras libertades fundamentales: libertad de expresión, de asociación, de prensa, y la libertad de votar por los candidatos de nuestra escogencia.

Pero a pesar de más de una década de persecución, mi esposo no ha tenido miedo para llamar la atención sobre la pobreza galopante, la violencia que abunda por todos lados y el sistema político resquebrajado, todas estas cosas que son las plagas de nuestro país. Como fundador y coordinador nacional del partido político Voluntad Popular, Leopoldo ha movilizado a millones para que defiendan, usando la no-violencia, la salida constitucional de Maduro. Es el éxito de mi esposo, y la inminente expiración de la inhabilitación política que le impusiera Chávez en 2008, que han atemorizado a Maduro.

El juicio a Leopoldo se ha programado para ser retomado esta semana, pero que nadie se deje engañar. No hay presunción de inocencia ni hay debido proceso para un preso político en Venezuela, donde el sistema judicial ha sido denunciado reiteradamente por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos como un sistema falto de independencia y de imparcialidad. Y en las llamadas charlas, que Leopoldo no tenía esperanzas de que fuesen fructíferas, Maduro rechazó todo compromiso y cualquier llamado a la liberación de los presos políticos.

Tenemos que enviar un mensaje al gobierno de que no puede pisotear impunemente los derechos de su pueblo. En consecuencia, hago un llamado al presidente Maduro, para que libere a mi esposo y a los más de 100 presos políticos que están siendo retenidos en Venezuela. Ahora bien, mis actos solos no bastan. Mi esposo necesita el apoyo de todos los países que defienden la libertad. Insto, pues, a los gobiernos del mundo para que tomen acciones significativas, y presionen a Maduro para liberar a los presos políticos de Venezuela.

Leopoldo es fuerte, y entre más tiempo lo tengan en prisión, más fuerte se hará su determinación. Sin embargo, el panorama luce sombrío para la Venezuela cuyo sistema político, económico y social han sido arrojados por una espiral descendente. Salvo que la comunidad internacional tome medidas concretas contra el régimen de Maduro, el pueblo venezolano tendrá que enfrentar más sufrimientos.

Mi esposo, como hombre que se siente orgulloso de ser venezolano y ama a su país, no ha perdido las esperanzas. Puede que los agentes del gobierno hayan encerrado su cuerpo, pero no podrán encerrar su mente, como tampoco podrán encerrar a los millones de venezolanos que ansían ser libres.

Esposa del líder opositor venezolano Leopoldo López. Vive en Caracas.

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