QUE SIGA EL SAINETE

El sainete que se ha ido escenificando desde la Alcaldía de Bogotá, cada día adquiere más ribetes entre pintorescos y dramáticos. Ahora entra en escena un concuñado del señor Petro para enredarle más su situación político-jurídica en el manejo de una capital que no tiene derecho a estar tan mal gobernada.

Todos los organismos judiciales y de control han tenido que ver en la comedia que empezó con la acusación del Procurador para pedir la destitución de Petro y que este ha logrado enredar con estratagemas dignas del más refinado leguleyismo. Con este cúmulo de habilidosidades parecería que aun no tuviera desenlace. Máxime ahora con el apoyo recíproco que se dan Petro y Santos. Ya sabemos que el alcalde salvó electoralmente en Bogotá al presidente y que amor con amor se paga así no sea tan desinteresado.

En Colombia, la justicia se ha convertido con su inoperancia en un factor de inestabilidad. Es morosa. Y por eso pierde credibilidad y confianza ante el país. Una nación sin confianza en la justicia –agregaba el exministro Rodolfo Segovia -, "es un país de cafres". Quizá de los mismos cafres que alguna vez detectara el maestro Darío Echandía para calificar las torpezas en el comportamiento de los colombianos.

Con el novelón de Petro –que ahora se alarga con la salida en el escenario de su concuñado en lo que podría ser tráfico de influencias– se prolonga la agonía de Bogotá. Y se prolonga porque no hay institución que diga la última palabra en esta gazapera de dimes y diretes con que se maneja el sistema judicial colombiano. Los medios de información denuncian y denuncian y ahí sigue Petro atravesado como mula muerta en las calles de Bogotá, llenas de huecos y de inseguridades.

El alcalde de Bogotá sigue tomándole el pelo a la justicia colombiana. Pasan los días y no se resuelve en definitiva su situación. El desgobierno en la capital del país es inocultable. Y es, en síntesis, por la inoperancia de una justicia oportuna y eficaz.

El exministro Rudolf Hommes se muestra preocupado por la aplicación de la justicia en Colombia. Comparte el mismo desasosiego de las mayorías nacionales. Con su guasa para decir las cosas, recurre a una canción de José Alfredo Jiménez para hacer la radiografía de nuestras insensateces. "Vámonos alejados del mundo, donde no haya justicia, ni leyes, ni nada…". Este por supuesto sería el paraíso de los anarquistas y hasta de los petristas, pero difícilmente el objetivo de una Nación que se soslaza en proclamarse depositaria de Santander "el hombre de las leyes", cuya herencia se ha degradado con el imperio de las leguleyadas y rabulerías.

La gran mayoría de los juristas discrepan de la aplicación de las leyes en Colombia. Y si a esto se le suma la alta dosis de corrupción que se les ha inoculado, ahí si rige el apague y vámonos. Daniel Samper Pizano considera que, "ni siquiera en las épocas más podridas del país los colombianos vinculamos la justicia a la corrupción".

Confiemos en que el Consejo de Estado pronto finalizará la película de Petro, antes que Bogotá se sume en el caos, sin remedio alguno como hoy parece…

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