Casi inadvertido para la gran prensa se desarrolla el paro del Pacífico, que abarca varios municipios costeros entre Tumaco, Buenaventura y Quibdó.
Un cuarto de millón de habitantes campesinos de El Charco, La Tola, Olaya Herrera, Santa Bárbara de Iscuandé, Mosquera, Barbacoas, Guapi y Roberto Payán, entre otros, reclaman más atención en servicios públicos y arreglo de vías a un Gobierno que desde mucho antes de las elecciones lo prometió. Hay sed, hambre, desasosiego y la eterna sensación de abandono. “Aquí sólo vienen por votos”, manifestó un afrodescendiente apostado en la pequeña pista de aterrizaje de Guapi e integrante de un grupo de manifestantes que no dejan ni despegar ni aterrizar los pequeños aviones que prestan el servicio para ese municipio y sus alrededores.
Hay total incomunicación fluvial y aérea y los barcos de cabotaje no pueden arrimar a tierra. Se perfilan ya hambrunas y epidemias, pero esos connacionales no dan brazo a torcer : “Preferimos morirnos antes que seguir permitiendo que se burlen de nosotros”, dijo una habitante de Timbiquí, y por más que se han querido apaciguar los ánimos, existe una calma chicha que ojalá no desemboque en violencia, que parece ser la única presión que existe para que estas gentes sean escuchadas.
Llama la atención que con este paro se reciba al nuevo Gobierno, o mejor al Gobierno reelegido, tan sólo cinco días después de iniciado su mandato y que a la persona que finalmente fue designada como una especie de alto consejero para el Pacífico no la hayan dejado posesionar, dándole al menos un compás de espera para que conozca mejor la problemática.
Este movimiento es sintomático de un ambiente de desconfianza con el Gobierno central, muy ocupado en la conformación de su gabinete, en darle un pedazo de pastel a cada uno y a otras actividades de mayor (!) cuantía. Empero, mientras esto sucede en la capital, allá en la Costa Pacífica se cierne un movimiento que ojalá no involucre también a los citados puertos de Tumaco, Buenaventura y Quibdó y allí si fue Troya.
