Bienvenido el debate, Sr. Madero

¿Qué pasaría si se incrementara, por decreto y en las condiciones actuales, el salario mínimo? No hace falta mucha imaginación, y lo hemos visto explicado por tirios y troyanos. El costo de la nómina para las empresas aumentaría sustancialmente, así como las cargas sociales que, con las nuevas disposiciones fiscales, no son deducibles en su totalidad, por lo que muchas de ellas no podrían seguir compitiendo con éxito en un mercado, por otro lado, cada vez más demandante. Cuando el gasto operativo se incrementa, sólo hay dos opciones, pensando en la estructura de un estado de resultados: o reducirlos a como dé lugar, o incrementar los ingresos para poder mantener la nueva estructura.

Disminuir el gasto significaría reducciones en la plantilla laboral, lo que arrojaría más gente al desempleo y, en consecuencia, a la economía informal. La manera más sencilla de elevar los ingresos es, simplemente, subir los precios de los productos, con lo que se crearía una presión inflacionaria que terminaría afectando a la economía entera.

Este es el razonamiento que ha dado origen a una reacción casi furibunda en contra de la propuesta, por parte de empresarios, funcionarios públicos y políticos de todos los colores, redes sociales y por supuesto de comentócratas en medios de comunicación. Sin embargo, tal vez la propuesta en sí misma no sea tan descabellada como parece a simple vista.

Siguiendo con los términos contables, uno de los principios generalmente aceptados es que las pérdidas se registran cuando se conocen, y las ganancias solamente cuando se han realizado. En este orden de ideas, el presidente Peña cuenta hoy, tras el trajín de las reformas, con un diseño institucional que le permitiría generar el desarrollo prometido desde el primer día de su mandato. Y aquí es donde hay que poner atención: en realidad los beneficios de las reformas no se pueden contabilizar todavía, puesto que no han ocurrido. Las reformas, per sé, no sirven de nada si no se traducen en beneficios concretos.

Es a partir de este momento cuando hay que pasar del diseño a la implementación, y la fecha no podría ser más oportuna al llevarse a cabo, el día de hoy, la promulgación de las leyes secundarias de la Reforma Energética. Es el momento de pasar a la siguiente etapa, del trabajo arduo, de lograr que las disposiciones legales rindan los frutos esperados y que las ganancias se reflejen en la calidad de vida de los ciudadanos.

Sin embargo, y como ha sido expresado desde un principio, las reformas parecen carecer del entramado necesario para pasar de lo macro a lo micro. La reforma tributaria, por ejemplo, ha impuesto cargas en las empresas que les resta competitividad. La falta de compromiso para regularizar a la economía informal e integrarla al sistema productivo es evidente, y surgen serias dudas sobre los efectos de la falta de transparencia y rendición de cuentas en la productividad de las empresas. Una vez más: si los beneficios no se producen, no pueden ser contabilizados.

La propuesta de aumento al salario mínimo ha sido duramente criticada, pero nos ha servido para encontrar un punto en el que la mayoría de los involucrados coinciden: es necesario incrementar la productividad para poder llevarla a cabo sin que la economía sufra el efecto contrario al esperado. La productividad es la clave no sólo para poder aumentar los salarios, sino para que las reformas se traduzcan en beneficios concretos. Y la productividad no podrá lograrse sin un compromiso claro y consistente en contra de la corrupción, sin la regularización de la economía informal, sin el combate frontal a la piratería y la falta de legalidad.

Estamos viviendo, ciertamente, momentos históricos. Momentos en los que nuestra nación parece tenerlo todo a favor para salir adelante, pero momentos, también, en los que la falta de acción, la falta de compromiso, la falta de resultados que se reflejen en la economía de los ciudadanos, nos pueden llevar a perder el tiempo que no tenemos. Ya perdimos una oportunidad sin par cuando, en el año 2000, la frivolidad y la estulticia se conjuntaron en una administración que no supo qué hacer con el poder. El antecedente no puede caer en el olvido.

Así, la propuesta de aumento a los salarios mínimos presentada por el PAN podría parecer descabellada, en las condiciones actuales y desde una perspectiva simplista. Sin embargo, ha tenido la virtud de poner sobre la mesa la necesidad de incrementar la productividad y reflejar el efecto de las reformas en algo concreto, una meta a alcanzar: en ese sentido podría ser el detonador de un cambio más importante que las reformas en sí. Si bien el aumento no es viable en las circunstancias presentes, debería ser el objetivo a lograr y convertirse en el motor que obligue a la administración actual, a los sindicatos y grupos de poder, a las organizaciones empresariales y a la ciudadanía en general, a trabajar por un fin determinado y urgente. Bienvenido el debate, y ojalá que se convierta en el punto de partida para aterrizar las reformas en un mejor nivel de vida para todos los mexicanos.

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