Corrupción, mundialización y vaciamiento ideológico

De no cambiar el curso, estas “experiencias socialistas/comunistas” harán que América Latina siga quedándose atrás, cada vez más lejos del desarrollo.

Bolivia y Venezuela van por caminos equivocados, marcando el paso a otros países que les siguen en ese peligroso sendero, iluminado por el faro del socialismo del siglo XXI. En Bolivia hasta se habla de una posible guerra civil. Venezuela sumergida en una dramática convulsión social, tremendamente empobrecida en medio de su riqueza natural.

Expulsan a los embajadores de Estados Unidos, encarcelan opositores, cierran medios de comunicación y ahora quieren llevar niños que han quedado en la calle en Irak, cuando deberían atender primero a los niños abandonados en sus propias calles, todo para desviar la atención de los problemas que ellos mismos han causado.

Vemos manifestaciones contra el gobierno brasileño, crecen protestas y malestar general en Argentina con la administración de Cristina Fernández. ¿Por qué pasa todo esto en América Latina? Creo que la principal causa es el subdesarrollo, unido a la pobreza. El subdesarrollo es el que permite que lleguen al poder, intentos de dictadores “socialistas” como Chávez, de Venezuela.

De un inepto como Evo Morales, o de otros “presidentes” que copian parte de modelos socialistas. Es la gente estancada en ese subdesarrollo a la que seduce el llamado populista, el grito estridente de estos políticos que compran voluntades de los más necesitados con falsas promesas.

Estos “presidentes”, una vez que ya no estén, van a dejar sus países con igual subdesarrollo y más pobreza que cuando llegaron. Siembran la semilla populista, para un futuro gobernante igual de malo que ellos. De no cambiar el curso, estas “experiencias socialistas/comunistas” harán que América Latina siga quedándose atrás, cada vez más lejos del desarrollo. Pero para poner en contexto el origen de esta descomposición de la clase política y gobernantes de turno, como muy bien lo dice el analista Jaime Osorio, en toda América Latina miles de millones de dólares han llegado a los bolsillos de altos funcionarios públicos, repartidos de diferentes fuentes “secretas” (y otras no tan secretas). La descomposición de la clase política latinoamericana forma parte de un proceso mucho más extenso, que presenta particularidades ligadas a las historias regional y nacional, y que está atravesando por tendencias globales en materia de corrupción, que abarcan tanto el centro como la periferia.

La corrupción, en definitiva, también se ha mundializado. Las ideologías que acompañaron el quehacer político desde mediados de los 50, cuyas principales corrientes podríamos identificar como conservadoras, liberales, social-demócratas, social-cristianas y socialistas-marxistas, jugaban un papel clave en términos de identificación social de relevancia en los gobiernos, partidos políticos y otras instancias de representación, y en los individuos que formaban parte de esos proyectos. Esas matrices ideológicas permitían que lo público, bajo la idea de un proyecto, jugara un papel de significación frente a lo privado, intentando compensar el debilitamiento de estas matrices o referentes ideológicos, y el peso del individualismo tiene repercusiones directas en los partidos políticos, al diluir sus perfiles, y en la clase política, al alentar el pragmatismo ideológico y lo que se ha dado en llamar «realismo político».

Esta suerte de vaciamiento ideológico favorece la movilidad de la clase política, y las diversas franjas que la conforman se constituyen en agrupamientos sociales «disponibles» para diferentes proyectos políticos, con una preferencia de los objetivos individuales por sobre los sociales. En ese debilitamiento, además de otros factores, juega un papel relevante la forma que ha asumido la lucha electoral, particularmente en situaciones de desmovilización: en su afán de ganar mayorías electorales, los partidos políticos terminan presentándose como fuerzas de «centro izquierda» y disolviendo sus perfiles diferenciadores.

Esto constituye un factor contraproducente en casos de elecciones con procesos de movilizaciones sociales significativas. En América Latina, el crecimiento del desempleo, el subempleo, la pobreza y la miseria, la pérdida de beneficios sociales y el desarraigo migratorio, son algunos de los rasgos más visibles del rompimiento de los tejidos sociales. No se ven señales que el panorama antes descrito esté en vías de revertirse.

Los signos más inmediatos podrían percibirse en los procesos sociales y movilizaciones de protesta, como las de Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador y Bolivia, que ponen de manifiesto el creciente malestar de varios sectores con el accionar sin control y sin escrúpulos de la clase política. La opción por nuevas alternativas, expone el reclamo por formas novedosas de gestión gubernamental, transparencia, probidad y un mayor compromiso entre los actos de gobierno y las promesas electorales. Revela, asimismo, la necesidad de poner fin a la autonomía, la falta de representatividad y la corrupción de los partidos políticos y de la clase política.

De manera hipotética, podría señalarse la descomposición de la clase política latinoamericana en las últimas décadas, marcada por la corrupción y la volatilidad ideológica, sin embargo, ese periodo parece estar llegando a su fin. Es posible, entonces, que veamos nuevas maneras de gestión de la política y de incidencia de la población en el quehacer público y, con ello, de nuevas representaciones y formas de organización del Estado y de la escena política. De ser así, la hora de la actual clase política y de sus malas prácticas, podría estar llegando a caminos que se estrechan.

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