Estado fallido

La alerta dada por el Arzobispo de San Salvador no se debe dejar pasar, sino reflexionar sobre ella, por cuanto significa que existe un estado general de inquietud nacional sobre el destino del país, a partir de la realidad.

En entregas anteriores hemos conversado del alcance de lo que se entiende por Estado fallido. Y, como este concepto se ha utilizado por primera vez en El Salvador por el verbo y ascendencia de un alto magistrado eclesial, debemos dar crédito al alcance de su afirmación, lo que dijo y quiso decir. Además de una manera desprevenida, no prejuiciada.

Si alguna institución en El Salvador, Venezuela, Irak o en cualquier país del mundo cristiano, e incluso en aquellos mayoritariamente agnósticos, islámicos, judíos, animistas o politeístas, es la eclesial. Ella, sus obispos, sacerdotes, pastores, diáconos o consagrados se encuentran en cada ciudad, pueblo o rincón del país, en contacto directo y vida diaria con los ciudadanos, la gente común, la de todos los días. La sienten, oyen, sufren y disfrutan con ellos, con esa entelequia llamada pueblo que se hace realidad en cada hombre.

Conocen quien es quien en cada pueblo, sus debilidades, fortalezas, pecados, faltas y delitos. Simples humanos preparados espiritual e intelectualmente para vivir con estoicismo y sentido religioso que no siempre alcanzan, pero que por eso son humanos. Quizá en el católico con algo de culpa inculcada, pero ese es otro tema, que Francisco pondrá en su lugar.

El hecho es que si alguna institución o individuo sabe exactamente cómo anda el país y hacia dónde va, son los curas, y si ellos lo saben lo saben sus obispos, el Arzobispo y el Vaticano. Esto, sin necesidad de contratar una encuestadora. Conocen la enfermedad, el diagnóstico y el remedio. Pero hasta allí llegan. Su obligación es señalar, alertar y sugerir, porque no son del César sino de Dios. No se trata de hacer un plan de gobierno según sus preceptos, porque El Salvador, por suerte, es un estado laico, no como Venezuela que es un estado confesional. Ellos ven lo general y lo particular, que es lo que debería hacer el gobernante que gobierna para todos y no para una parcela, porque un país no es un equipo de fútbol.

Es diferente un Estado forajido a uno fallido. Podemos asumir que un Estado forajido no es un estado fallido, lo mismo a la inversa, aunque uno podría derivar en el otro. El Estado forajido es aquel que se caracteriza por violentar de manera sistemática tanto las leyes nacionales como las internacionales. Es el gobierno que ha asumido la función de Estado al margen de la ley o las bordea en función de sus propios intereses ideológicos, económicos y hasta religiosos.

Significa que un determinado gobierno se subroga todas las funciones administrativas de la república, para cometer delitos con total impunidad; actividad desplegada igualmente hacia el ámbito internacional. Por ejemplo, protegiendo el terrorismo, el tráfico de personas, la violación de los Derechos Humanos, el tráfico de drogas o de armas, o cualesquiera otra manifestación condenada y prohibida por leyes internacionales.

Venezuela, por ejemplo, es un típico caso de Estado forajido, aunque aún no es fallido, porque ejerce la autoritas total en el territorio nacional, a lo menos por la fuerza de las armas. Es como afirmaba el Rey Luis XIV de Francia: “El Estado soy yo”.

En nuestro caso, el principio de la legalidad republicana está sometido al servicio del modelo político denominado Socialismo del Siglo XXI, que no es más que el gobierno del poder militar tutelado desde Cuba. Para ello apela a su propia valoración de lo que debe ser la sociedad y la comunidad internacional, a la cual se la intenta imponer mediante la financiación y protección del terrorismo, el tráfico de armas, el lavado de dinero, el  narcotráfico, y la coercibilidad económica utilizando el petróleo como arma de política internacional y dominación.

Estado fallido es Somalia, por ejemplo, donde el gobierno y el país, el Estado en consecuencia, no está en capacidad de garantizar a su  pueblo la seguridad física, alimentaria, educativa, cultural, sanitaria, los servicios públicos, ni el ejercicio legítimo de la autoritas por sobre otros grupos humanos situados fuera de ella. Haití es un Estado fallido, es una incógnita como subsiste, económicamente hablando. De todas formas, pareciera que nos encontramos frente a una reformulación territorial a nivel mundial, y de la misma conceptualización del Estado nacional, tal como lo conocemos.

Mientras, la alerta dada por el Arzobispo de San Salvador, monseñor José Luis Escobar Alas, no se debe dejar pasar, si no reflexionar sobre ella, por cuanto significa que existe un estado general de inquietud nacional sobre el destino del país, a partir de la realidad.

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