Inmunes

Las fotografías de Santos dándose coba con doña Mechas, fungiendo de maestro de escuela en Barranquilla o pernoctando en una cajita de fósforos de interés social en Valledupar, me recuerdan a esos investigadores sociales que cuando van a Guambía se disfrazan con anaco, jigra y chumbe.

No hay respeto por la otredad ni afirmación de la diferencia. Como en el póker, fanfarronear, farolear, alardear, cacarear, ostentar y pretender, es una medición de fuerzas frente al otro, pero también una negación; no es lo mismo que ser. La blofeada de Santos parece ser el camino expedito para conectarse con sus electores; es su decisión más acertada, pero aunque la imagen salga en primera plana, no convence, porque la gente sabe cuándo un gesto es impostado y cuándo surgido del corazón.

Encajar y ser parte más que cuestión de sapiencia, precisa carisma, un escaso don entre políticos y gobernantes. Sus intervenciones populares cuentan con claqué de galería pero carecen de eco en las comunidades. Y no lo hay porque somos inmunes.

Desde la respuesta inmunológica, a Santos no se lo ama ni se le cree; apenas se confía en él, porque confianza e ignorancia son afines; y mientras, ejercemos una resistencia inmunológica, como con los virus, para sobrevivir, muy a la manera de Heidegger. La nuestra es una sociedad cansada.

A veces las palabras de Santos son bellas; pero como en Las palabras y las cosas de Foucault, las suyas apenas tocan la realidad; y mientras no lo hagan de manera encarnada, el camino de la paz y de la equidad solo será promesa.

Cuando Santos aparece como hombre del común, se juntan el etnocentrismo y el blof; como si su visión fuera el ombligo del universo y la ajena algo deleznable, imperfecto, prescindible. La forma más simple de etnocentrismo es la asunción de que las premisas culturales son las mismas en todas partes. Por esto Casanare, La Guajira y el archipiélago de San Andrés y Providencia, se han convertido en apéndices extirpables de nuestro mapa.

El totalitarismo santista de lo idéntico, la ausencia de provincia en el Gabinete, produce reacciones inmunológicas generalizadas, negación frente a la otredad.

Colombia es un país lleno de otros y si no se los empieza a mirar, a darles la voz que la Constitución del 91 preconiza para todos, la paz será texto bonito y la equidad, otra entelequia. Ambas requieren la participación de los otros, aunque resulten incómodos.

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