Las horas extras

Un problema común de la gestión pública es no tener en cuenta los efectos secundarios de las reformas, que muchas veces borran con el codo las buenas intenciones –cuando son sinceras– de los proyectos.

Los antibióticos, para usar un ejemplo médico, pueden ser eficaces para combatir una infección, pero su uso indiscriminado hace que surjan patógenos adaptados resistentes a la droga, lo que causa un círculo vicioso de infecciones cada vez más difíciles de curar. La aplicación irresponsable de un remedio termina siendo un problema de salud pública para todos.

Algo parecido le va a pasar a la industria y a los trabajadores colombianos de aprobarse la reforma a las horas extras que planteó el Presidente durante la última campaña.

Su propuesta de “revivir” las horas extras es, primero que todo, una inexactitud, ya que en Colombia las horas extras nunca han desaparecido. Lo que se hizo en 2002 fue extender la jornada laboral para que las empresas pudieran emplear trabajadores hasta más tarde, pero manteniendo el número total de horas semanales. Más allá de ese número se incurre en horas extras, como ha sido siempre.

Pero lo verdaderamente dañino de esta idea son sus probables consecuencias. Parece suponer que las empresas son agentes inertes que no reaccionan a los cambios en los incentivos, y por supuesto no es así. Ante un encarecimiento de los costos laborales –que es, en últimas, el efecto tangible del proyecto–, las empresas, que viven bajo la presión implacable de reducir costos, no se quedan cruzadas de brazos, sino que buscan alternativas. Para algunas de ellas será tercerizar el empleo, o contratarlo en otros países.

Para otras, será reemplazar tareas humanas con máquinas o computadores, como ya sucede desde hace tiempo. Otras recurrirán a la informalidad laboral, que es uno de los grandes males del país. Y algunas, sencillamente, contratarán menos personas. En todo caso, los más perjudicados por la reforma serán aquellos a quienes dice beneficiar: los trabajadores, sobre todo los más necesitados.

Estas medidas afectan especialmente al sector de servicios, pues los hoteles, los restaurantes, los call centers, e incluso muchos almacenes comunes y corrientes, necesitan tener un staff nocturno disponible para atender a sus clientes. Encarecer ese rubro es reducir el personal empleado y disminuir la calidad de los servicios prestados, lo que pone a las firmas en desventaja frente a sus competidores internacionales.

Nada de esto es nuevo, por supuesto, y los políticos a cargo de estos temas lo saben muy bien. Muchos estudios indican que los excesivos costos laborales son uno de nuestros mayores obstáculos para competir en una economía globalizada. Que se insista en una reforma que claramente aumentará el desempleo y la informalidad, y que además perjudicará la competitividad del país, sólo se explica por ignorancia o por demagogia, y no creo que el gobierno sea ignorante.

Lo más paradójico de todo es que la reducción del desempleo ha sido uno de los aciertos indiscutibles de este gobierno y del anterior. Evidentemente, algo están haciendo bien. ¿Para qué meterse, entonces, con una política que estaba funcionando?

@tways / ca@thierryw.net

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar