Prometeo (II)

Entrevista concedida a un medio extranjero.

Como si de modernos Prometeos se tratara, el Gobierno colombiano y las Farc vienen acusándose mutuamente de "jugar con fuego", a tal punto que los diálogos en La Habana podrían romperse.

¿O sea, que la guerrilla está mejorando sus posiciones gracias a la Mesa de La Habana?

Peor aún, el Estado ha quedado atrapado en sus propias ínfulas pues, en realidad, lo que hizo fue darles a las Farc la oportunidad de sumergir a la sociedad en un proyecto de cambio, o sea, un proyecto político-militar basado en la identidad guerrillera múltiple que conjuga con alta precisión, (a) la acción dialógica -política-, y (b) la coercitiva -terrorista-, sin que la población pueda hacer otra cosa que lamentarse por las víctimas. Y si no puede hacer nada es porque -según el propio Gobierno, y hasta la Iglesia Católica- si la gente quiere el bien sublime (el mito) de la paz, debe tolerar dócilmente el terrorismo.

Pero habla usted como si la Fuerza Pública no existiera.

Toda esta ambigüedad con que el Gobierno maneja la situación afecta delicadamente a las FF.AA. que, en medio de tantos vaivenes, ven comprometida su imagen como protectoras de la sociedad por cuanto se hallan sumidas en una profunda disonancia cognitiva.

Semejante disonancia consiste en atacar al adversario, pero sin llegar a ser acusadas de romper el diálogo político; perseguir al rival, pero a sabiendas de que éste puede ser su juez en los tribunales del mañana, y golpear al antagonista, pero sin afectar su verdadero centro de gravedad: las redes populares e internacionales de apoyo.

¿Y eso qué significa, exactamente?

Eso significa que en medio de tanto desconcierto, las Fuerzas se encuentran inmersas en una problemática irresoluble, o sea, atrapadas en medio del discurso gubernamental que las impulsa a prepararse para el posconflicto calculando cada una de sus operaciones para no vulnerar el diálogo en Cuba, y la necesidad de contrarrestar el frenesí violento de las Farc-Eln contra la población indefensa.

¿Entonces, cuál es el resultado?

El resultado es que a pesar de todos los esfuerzos militares por contener a la guerrilla, la población termina aceptando a los subversivos como las autoridades válidas en muchas áreas de interés geopolítico, pues, en virtud de las negociaciones con el Gobierno, los insurgentes parecen autorizados a cogobernar legítimamente al país.

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