¿Qué sigue, Presidente?

Con la promulgación —esta mañana, en Palacio Nacional— de la legislación reglamentaria de la reforma constitucional en materia energética, concluye la etapa de reformas estructurales que el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto se propuso a principios de sexenio.

Se puede afirmar que, pese al escepticismo que aún generan en buen número de mexicanos dichos cambios legales, el objetivo se cumplió. Y sobradamente, pues no sólo se alcanzaron las metas propuestas sino esto se logró con el apoyo de un porcentaje amplio en el Congreso de la Unión.

Sin embargo, lo peor que podría hacer el gobierno federal hoy 11 de agosto de 2014 —617 días después del lanzamiento del Pacto por México— es considerar terminado el trabajo.

Es decir, el gobierno haría mal en dar por sentado que ya pasó a la historia por el hecho de que en este sexenio se consiguió algo que en ningún otro (al menos desde que el partido en el poder perdió el control de la Cámara de Diputados en 1997).

El gobierno cometería un grave error en regodearse en ese hecho, ciertamente incuestionable.

Es cierto que, de hoy en adelante, el calendario político siente la fuerza de atracción de las elecciones intermedias de 2015. Y sería normal que en el Segundo Informe de Gobierno, que deberá entregarse al Congreso el próximo 1 de septiembre —y en el mensaje político que con ese motivo exprese el Presidente de la República—, se haga alusión a las reformas estructurales concluidas.

Pero el error consistiría en creer que no se puede obtener más y no convocar a hacerlo.

Primero, porque los frutos de las reformas están lejos de cosecharse. Es más, experiencias internacionales en la materia muestran que los primeros años transcurridos después de la aprobación de reformas semejantes a las de México suelen dar armas a sus oponentes. No sólo porque no aparecen de inmediato las ganancias prometidas sino porque no es raro que las reformas tengan efectos negativos sobre la economía en el corto plazo.

Segundo, porque ya sabemos que en México la ley puede decir una cosa, pero no cumplirse.

Pero, tercero, y voy más allá: el gobierno federal necesita nuevos retos.

Ya hemos visto, en sexenios anteriores, los resultados de dedicarse a administrar lo existente, a limitarse a llevar el día a día de la cosa pública.

Eso conduce a la frustración. En un mundo globalizado, el inmovilismo y la precaución excesiva son sinónimos del retroceso, porque el vecindario internacional sigue en marcha. Y no es como si no tuviéramos competidores avezados.

Llámeme desesperado, lector, pero yo quiero saber qué más aparece en los planes del gobierno.

Las reformas del Pacto por México, ya están. A lo mejor con muchos asegunes, pero ya se lograron. Hay que echarlas a andar. Pero, ¿luego qué?

Si el gobierno y el PRI quieren ir a las elecciones de 2015 pidiendo el voto por algo que ya pasó —las reformas que, de acuerdo, no son poca cosa—, personalmente voy a morir de aburrimiento, porque será más de lo mismo.

No he visto en la agenda del gobierno nuevas metas. ¿Se acabaron las ideas o se terminó el combustible?

No es como si pudiéramos darnos por satisfechos. Países con muchos menos recursos naturales como el nuestro, con muchas menos bendiciones geográficas, nos llevan un mundo de ventaja en la pista internacional.

Perdimos, lamentablemente, casi dos décadas. Diecisiete años en que nos dedicamos a la pequeñez, a los juegos verbales, a la pirotecnia política, a encadenar los candados por la enorme desconfianza que nos producía todo.

Ya estuvo. Cortemos amarras. Es inconcebible que un país con 11 mil kilómetros de costas, con tres mil kilómetros de frontera con Estados Unidos, con recursos naturales sin igual y un pueblo entrón, tenga a la mitad de su población en la miseria. Es una vergüenza. Es indigno de una nación como ésta.

¿Qué espero del mensaje hoy del presidente Enrique Peña Nieto en Palacio Nacional? Que asuma este momento en la historia. Que diga que las reformas son el punto de partida, no de llegada. Que abjure de la cortedad de miras. Que así como se sacudió los tabúes del pasado, ahora tenga el arrojo de mirar el futuro y convoque: de aquí, para adelante.

Sería muy triste que el banderazo de la temporada electoral —algo irremediable, porque los tiempos son los tiempos— tuviera que ver, solamente, con vanagloriarse por lo ya hecho.

Por supuesto que los partidos buscan el poder. Pero, ¿para qué? Exijamos que nos lo digan. ¿Para qué quieren ganar la mayoría en el Congreso en 2015?

Se le eligió, Presidente, para liderar. Y eso significa huir de los lugares comunes, del conformismo y de las soluciones a medias.

Hay reformas pendientes. Hay que acabar con la corrupción y el amiguismo. Hay que fortalecer el imperio de la ley. Hay que flexibilizar el marco laboral para incrementar la productividad y, consecuentemente, el ingreso de los mexicanos. Hay que sacarle mayor provecho al campo. Hay que cambiar el chip de la administración pública.

Ahora es cuando. Ya se vio que es posible construir mayorías legislativas para dejar atrás el inmovilismo. Y hacerlo sin provocar cismas sociales.

Los pilares de toda sociedad exitosa son la democracia, la libertad, el Estado de derecho y la sociedad civil. Hay que apostar por ellos. Ir más allá, no darse por satisfecho y desatar la imaginación del país.

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