Totalmente serios

Las Farc sí son serias y hay que tomarlas muy seriamente. La andanada de estos días, a pocos días de la posesión del presidente para un segundo mandato, es, precisamente, el mejor ejemplo de que así debe ser.

El miércoles pasado, Sergio Jaramillo, Alto Comisionado de Paz y cerebro de las negociaciones con las Farc, dijo, en un foro de víctimas, que aquellas eran poco serias, pues mientras negociaban en La Habana la paz, destruían la infraestructura en el sur del país, golpeando a los ciudadanos, dejándolos sin energía eléctrica y contaminando las fuentes de agua.

Era la primera vez, que hacía una crítica tímida a esa organización, desde que se iniciaron las conversaciones, frente  a un auditorio de víctimas, Y lo hizo luego de que el presidente Santos advirtiera a las Farc que el proceso de paz podría romperse si continuaban con esas prácticas, y mostró su indignación, subrayando que la guerra es entre dos ejércitos, Las Fuerzas Armadas y la Policía, de lado del Estado, y esa guerrilla, del otro, y no contra los civiles.

Creo, sinceramente, que el señor Jaramillo está completamente equivocado. Las Farc sí son serias y hay que tomarlas muy seriamente. La andanada de estos días, a pocos días de la posesión del presidente para un segundo mandato, es, precisamente, el mejor ejemplo de que así debe ser. No sólo demuestran su capacidad de sembrar el terror en regiones enteras del país -porque en departamentos como Arauca y Valle realizan el mismo tipo de acciones- sino también, la de golpear la economía de Colombia donde más le duele al gobierno, en el sector energético, en particular la producción petrolera, su fuente primordial de ingresos.

Son tan serios, que ante los ojos del mundo tildan al doctor Santos de criminal de guerra por haber ordenado dar de baja a alias Alfonso Cano, en lugar de tomarlo preso. No creamos que esta es una balandronada: no sólo reivindican su condición de actores armados legítimos, reconocidos como tales por el propio Estado contra el que combaten; sino que además señalan a su representante de criminal de guerra, lo que quiere decir, que la baja de Cano es, ni más ni menos, un crimen de Estado. Ya veremos a sus ONG aliadas en el mundo, denunciando en todas las organizaciones internacionales, públicas y privadas relevantes, a nuestras instituciones.

Lo que es poco serio es que el señor Jaramillo y el doctor Santos  no tomen seriamente las acciones de las Farc: Deberían plantearles que por la ruta del terrorismo a gran escala, lo único que conseguirán es romper las conversaciones, como el propio Santos lo dijo, pero enfáticamente. Y probando sus palabras con hechos, como suspender unilateralmente la mesa de La Habana hasta que cese el terrorismo, condicionando  su continuación a que las Farc reconozcan, de una vez por todas, a sus víctimas, y a que  sus criminales sean juzgados y sancionados, como exigen la Corte Penal Internacional y hasta ONG  de izquierda. Todo esto, convocando a la movilización de la opinión pública, en respaldo a esta posición.

Es la única manera  de que a esa organización le importe lo que diga un gobierno al cual tiene atrapado, cuyas tibias protestas apenas les producen sonrisas porque saben que éste tolerará lo que sea, si a cambio tiene la ilusión de “alcanzar” la paz. Más, si las Farc cuentan  con el apoyo a las negociaciones de  instituciones tan respetables como el Episcopado, cuyo presidente, Monseñor Castro, luego de viajar a Cuba sin que el país lo supiera, viene sonriente, a decirle al país que las conversaciones entre las Farc y al gobierno, deben continuar sin fijar estipulación alguna; lo que significaría que la Iglesia católica le pide al país que esté dispuesto a aceptar todo crimen atroz que esa organización terrorista cometa, durante el tiempo que sea necesario, no importa que millones de colombianos sufran las consecuencias de estos, cada día, para mantener el espejismo  de “llegar” a la paz.

Ahora bien, si el presidente Santos quisiera mostrar su seriedad en negociar la paz en el marco de la defensa del Estado democrático de derecho que él preside, no debería legitimar a las Farc de la manera que lo hizo en las declaraciones anteriormente citadas (y desde el inicio mismo  del proceso de paz), convirtiendo a un grupo terrorista en un ejército regular que tiene por objetivo sustituir nuestra democracia por una dictadura -algo que alias Timochenko ha vuelto a plantear claramente en estos días- y que no combate sino que pone bombas, asesina y mutila civiles, a soldados y policías, estos,  casi siempre, en estado de indefensión; recluta menores y viola a sus mujeres, trafica cocaína, destruye infraestructura, etc. Pero claro, soñar no cuesta nada. Mientras tanto, el país tendrá que presenciar un ascenso continuo del terrorismo, oyendo palabras de advertencia para que todo siga igual.

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