Un reto sobre la mesa

Uno de los tres pilares del Gobierno es la Educación. Un milagro que se debe a Óscar Iván Zuluaga y a las luces desafiantes que sobre este tema puso como candidato a la Presidencia.

Al fin la educación se convirtió en una prioridad para el presidente Juan Manuel Santos. Es uno de sus tres pilares. ¿A quién se debe este milagro? No hay duda de que a Óscar Iván Zuluaga y a las luces desafiantes que sobre este tema puso como candidato a la Presidencia. Zuluaga tiene muy bien estudiadas las soluciones para convertir la educación en el primer motor de desarrollo y generación de empleo.

No nos engañemos. La realidad que afrontamos en este campo es muy dura. En el informe Pisa, Colombia ha sido ubicada entre los diez países de más bajo nivel educativo. Dos factores, según Zuluaga, explican este desastre. El primero es la gran brecha abierta entre la calidad de la educación privada y la educación pública, y en esta última, la que se observa entre las ciudades y las zonas rurales. El segundo factor, muy grave por cierto, es la falta de una exigente formación en nuestros educadores.

Por culpa de esta deficiencia educativa, Colombia tiene la mayor tasa de desempleo juvenil en América Latina. Solo cinco de cada nueve estudiantes logran terminar el bachillerato; los demás lo abandonan por el apremio de conseguir un empleo.

La solución número uno que propone Zuluaga se relaciona con la primera infancia. Aunque no vacila en reconocer que Santos ha logrado abrir jardines de formación básica para dos millones y medio de niños, todavía hay otros dos millones que no cuentan con esa cobertura. El segundo eje de su proyecto es la instauración de una jornada completa de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, con desayuno y almuerzo, para los nueve millones de niños ubicados en el sistema público. El costo de esta reforma sería de cinco billones de pesos, suma apenas ligeramente superior a la que supuso la construcción de cien mil viviendas gratis. Regalar casas es un beneficio social nada comparable al que supone una reforma educativa de este alcance. Y como complemento, las comidas gratis a los nueve millones de estudiantes abrirían un considerable mercado a los medianos y pequeños agricultores de todo el país.

Terminada la jornada escolar a las cuatro de la tarde, habría dos horas adicionales destinadas, según elija el alumno, bien sea al deporte, a la lectura o a una formación en oficios técnicos que les permitirá a los muchachos el acceso a empleos calificados.

La formación de los maestros, tercer eje en la propuesta de Zuluaga, implicaría desde luego un aumento de sus remuneraciones, nuevos y más exigentes requisitos para el ingreso de aspirantes a la docencia y una prima adicional por los buenos resultados que puedan obtener. En ellos se impondría el bilingüismo, pues el inglés, convertido hoy en lengua universal, es imprescindible.

Finalmente, la educación superior debe ofrecer ciclos para que todo bachiller pueda obtener un título tecnológico. Como bien lo ha escrito Andrés Oppenheimer, por encima de carreras humanísticas como Derecho, Sociología, Psicología o Filosofía, que hoy ofrecen poca salida laboral, el siglo XXI da prioridad a la ciencia, la investigación y la tecnología. Tal formación contribuiría a reducir la marginalidad social y asegurar una considerable ampliación de la clase media, empeño que permitió a Singapur llegar al primer mundo.

¿Logrará Santos acercarse con su tercer pilar a este objetivo? La ministra Gina Parody parece haber acogido propuestas como la de una jornada escolar completa. Pero los obstáculos que puede encontrar son dos: la negativa interferencia de Fecode a la hora de buscar una mejor calidad en los maestros, y la falta de recursos, teniendo en cuenta que la reforma tributaria está destinada a cubrir el hueco fiscal que deja el primer gobierno de Santos, y al sustento de una voraz burocracia impulsada por intereses políticos. Como sea, el reto de una verdadera revolución educativa está puesto sobre la mesa.

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