Carro en la playa: ¡Poder al desnudo!

Una congresista en bikini metida con carro blindado, escoltas y moto policial en las mismas playas de Cartagena tiene una trascendencia política que va más allá de la figura de la propia congresista en monocuco, embadurnada en bronceador de coco. Delata el estilo prepotente de quienes ostentan poder político en Colombia. En una sociedad tan desigual como la nuestra, los carros blindados y los escoltas son una radiografía social del abajo y arriba colombiano. De un lado, en la base de la pirámide los ciudadanos que trabajan cumplen la ley a cabalidad y pagan impuestos entre otras cosas. Del otro lado, en la cresta, las élites con poder político, conformada por ministros, congresistas, gobernadores, alcaldes, diputados, concejales, secretarios de despacho, secretarias y asistentes y su entorno familiar, que siempre sacan para obtener un provecho o ventaja a relucir el famoso estribillo: “Ustedes no saben quién soy yo”.

En Colombia el poder sirve para abusar, doblegar a la autoridad y pisotear las leyes que rigen para el resto de ciudadanos. Asunto nada nuevo sobre la faz de la tierra, ya Montesquieu en 1748, en su libro ‘El Espíritu de las Leyes’ escribió: “La experiencia nos ha enseñado que todo hombre investido de poder abusa de él”.

Lo preocupante en la actualidad es el grado de ostentación y privilegios pagados con nuestros impuestos para alimentar el ego de nuestros gobernantes, inmersos en una cultura fantoche en busca de estatus social. Caravanas de escoltas, carros blindados, aviones y helicópteros los mantienen en una burbuja de cristal alejados de las realidades y preocupaciones del pueblo. Por eso no saben que existe la inseguridad en las calles, y menos los trancones vehiculares en las ciudades. Colombia es el país que, en proporción a su tamaño y economía más recursos destina a la protección de sus políticos y clase dirigente. Son más de $500 mil millones al año. Qué tiempos aquellos en que alcaldes como Carlos Virviescas, Jorge Reyes Puyana, Alfonso Gómez Gómez y Plinio Silva Marín bajaban a pie al Palacio Municipal, saludando de mano a los ocasionales transeúntes de nuestras calles… ¡Los actuales por lo menos se deberían bajar de la nube en la que viven!

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