Cuidar la democracia


Hace unos años fueron publicados unos artículos del Profesor Marcel Gauchet, director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, con el título “La Democracia contra sí misma”. En ellos hace una disección lúcida de la democracia en estos tiempos, muestra su desencanto por lo sucedido en las última décadas y llega a afirmar que “la hemos visto integrar en su seno a los opositores más refractarios. Y la hemos visto, en medio de esta victoria intelectual y moral total, perder sus colores, vaciarse de substancia, olvidarse en un activismo en el que termina por negarse a sí misma queriendo parapetarse”.

En Latinoamérica, después de numerosas dictaduras, ganó la democracia. No obstante, el balance de los gobiernos democráticos que vinieron desde los años 80 han terminado por desilusionar a muchos y, ella misma, defensora por esencia y fundamento de las libertades, de las instituciones, del control político y de la alternatividad del poder, entre otros, ha sido la puerta para que nuevos totalitarismos, aventuras peligrosas y negación de los principios que la sustentan, se instalen con fuerza en la región ante la perplejidad e incapacidad para reaccionar y defender la que es, sin duda, la mayor conquista de la historia política de Occidente.

¡Cuánta falta nos hace repasar los principios clásicos de la democracia liberal si queremos blindarnos de nuevas dictaduras –mal llamadas democráticas–, mesianismos tan peligrosos como oportunistas que parecieran flotar en el ambiente! Nuestra frágil democracia criolla es muy proclive al derecho a sucesión de las castas politiqueras al mejor estilo principesco, a los populismos rampantes y a la promesa electorera que jamás pasa por la criba del control de los electores. Total, es muy fácil el camino al desencanto, a la frustración y a creer que es mejor una ruptura radical. Desafortunadamente muchos de nuestros políticos y gobernantes, incapaces de frenar la corrupción, generadores de clientelas, oportunistas de la pobreza, y traidores a las promesas, hacen bien su tarea: permitir que la democracia se vuelva contra sí misma y, por ende, contra la libertad y la institucionalidad.

Razón le cabía a Churchill: “La democracia es el peor de todos los sistemas ideados por el hombre. Con excepción de todos los demás”.

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