De mal en peor

Si no vuelven a tumbarlo, Petro tiene 16 meses más para terminar de acabar con Bogotá.

Bogotá, con 8 millones de habitantes, a donde llegan a diario miles de visitantes extranjeros, centenares de ciudadanos de otras regiones en plan de establecerse y exiliados de la violencia, va de mal en peor. Las autoridades encargadas de atender las necesidades de las personas y de resolver los mil problemas de una gran ciudad no son competentes o no “congenian” con el Alcalde. Por eso, la rotación en el gabinete distrital ha sido constante. Con excepción del director de Planeación Distrital, Gerardo Ardila, y de la secretaria de Hábitat, María Mercedes Maldonado, quienes trabajan en serio desde el principio, las demás secretarías del Distrito han pasado de mano en mano, de funcionarios que entran y salen del puesto sin dejar rastro. Porque Petro los nombra por ser sus copartidarios, no por ser expertos en el oficio. Entonces, las chambonadas que cometen las pagamos los habitantes, las paga Petro, pues nada de lo que inventa le resulta, y las paga Bogotá, que va cuesta abajo en la rodada, como en el tango.

Esa rodada comienza poco después de posesionarse Petro con la renuncia de Antonio Navarro, secretario de Gobierno y peso pesado del grupo político del alcalde en ese momento. Pues Petro, a lo largo de su accidentada alcaldía, ha militado en tres grupos políticos. Es Polo Democrático y, como no lo dejan mangonear, se sale a fundar el Progresismo, grupo que secunda el alboroto público que armó cuando el Procurador lo destituyó y le decretó injusta muerte política. Después de caer, de subir, de volver a caer y volver a subir, pues el presidente Santos lo destituye y luego lo reintegra, Petro da otra voltereta: cae en brazos del santismo, donde ayuda a que J. M. Santos le gane a Óscar Iván Zuluaga la Presidencia. Esa alianza de nada ha servido, pues Bogotá es un caos.

En movilidad, la inmovilidad ha llegado al extremo. Los ciudadanos están al borde de la histeria, ya que, si no van en moto, cualquier vehículo gasta más de una hora en recorrer 20 cuadras. Para subir a TM en hora pico la espera es de horas haciendo fila, y adentro pueden robarle celular y cartera y, si es mujer, estar expuesta al manoseo. Según cálculos recientes, por las estrechas vías bogotanas ruedan casi 2 millones de vehículos particulares, miles de taxis, motocicletas, buses y busetas, centenares de flamantes SITP casi desocupados y miles de tractomulas, furgones, camiones, todos haciendo lo que les da la gana, pues no hay autoridad que ponga orden ni que ayude a destrabar los trancones que han convertido a Bogotá en un infierno. De remate, el sexto mejor alcalde del mundo, según su versión, tuvo la genial ocurrencia de fijar una franja en la 7.ª a los SITP, con multa de 308.000 pesos para carro particular o taxi que ose utilizarla. Entonces, quien vive al borde de la 7.ª o desee entrar o salir de alguno de esos edificios o deba subir a la 5.ª está perdido. Ayer me dijo un taxista: “Si quiere bajarse en la 7.ª la dejo en medio de la vía y usted verá qué hace. Pues si la acerco a su puerta me clavan 308.000 de multa”.

En vista de que administrar TM ha sido un desastre, la Secretaria de Movilidad propuso cambiar el nombre por Empresa Gestora del Transporte Integrado de Bogotá, y el Concejo perdió tiempo en debatir esa estupidez. Y su orden a la Policía de Tránsito fue poner comparendos. Incapaz de organizar el tráfico, la secretaria organizó cómo captar dinero.

Petro, por su parte, comienza a pagar sus errores: la plaza de toros regresa a los toreros y cae su esquema de aseo, con sanción de 410 millones de pesos. Su prepotente estilo de gobierno hace agua. Con un agravante: un pariente suyo está acusado de indebidos negocios con el Distrito, estocada mortal a quien fue líder anticorrupción. Si no vuelven a tumbarlo, Petro tiene 16 meses más para terminar de acabar con Bogotá.

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