En defensa de la oposición democrática

¿Será que a la crisis de la democracia, cuyas características son materia de reflexión internacional, se le están agregando más ingredientes en nuestro país?

El entusiasmo con el que se acompañó a Fukuyama, cuando proclamó la “universalización de la democracia liberal occidental como última forma de Gobierno humano”, ya no existe.

Más bien, son muchos los que participarían en el debate que plantea Niall Ferguson, al bautizar el decaimiento de las instituciones con el nombre de ‘la gran degeneración’. A esa tendencia atribuye este brillante historiador británico los problemas económicos, políticos y sociales de occidente.

De lo que se trata es de instituciones. Cuando ellas favorecen el ahorro, la inversión, la innovación y el fortalecimiento de los marcos regulatorios políticos, las sociedades florecen. Por el contrario, si dichas instituciones se enferman sobrevienen las dificultades y el malestar social.

Para un número creciente de observadores, eso es lo que está sucediendo. De ahí el interés en analizar y pronosticar el escenario global en los próximos años a la luz de la nueva realidad de Estados Unidos y el progreso de China.

Pues bien, en los distintos continentes existen preocupaciones acerca del futuro de la democracia, tal como la hemos entendido y apoyado hasta el momento.

¿Será que estamos evolucionando hacia la ‘minoricracia’, se preguntan algunos, a raíz del menguado número de ciudadanos que acude a las urnas para tomar decisiones? ¿La incapacidad de los gobiernos para satisfacer las expectativas de los ciudadanos hará que el desprestigio del sistema sea cada día mayor? ¿Si esta tendencia se profundiza, cuál es el futuro que le espera a ese sistema, en el cual hemos creído porque le hace homenaje a la libertad de expresión?

Son tantos los interrogantes, que Stiglitz afirmó que el principal tiene que ver con la democracia en el siglo XXI. Desafortunadamente, hay más preguntas que respuestas.

Y lo que se vive en países como el nuestro genera inquietudes adicionales. La verdad es que, a pesar de todos los esfuerzos que se han hecho a lo largo de los años, es imposible decir que se erradicaron ya todos los males.

Así lo demuestra el estado de la opinión con respecto a los partidos y a las instituciones, al igual que las malas prácticas, que siguen incidiendo sobre los resultados electorales.

Si a lo anterior se suma la dañina tendencia a descalificar la crítica democrática con acciones y expresiones que estigmatizan, polarizan innecesariamente y deforman la realidad, es inevitable decir que en Colombia está haciendo falta un gran esfuerzo colectivo para salvar la democracia. Así de claro.

No nos equivoquemos. La idea epidérmica e irresponsable de que no hay razón para preocuparse porque todo ha sido siempre igual, es mejor ponerla en el cajón de las cosas inútiles.

Hoy, más que nunca, es importante y necesaria la oposición democrática.

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