Señor Alcalde Mayor

O gobierna y muestra resultados, o renuncia, para mayor simbolismo, desde la icónica Santamaría.

Podría sorprenderle que desde una columna de periódico que prohíja la libertad de expresión le escriba un ciudadano de a pie que no lo votó para Alcalde, que jamás lo ha visto personalmente, que no es su conmilitón político, que nunca le ha creído cosa alguna, ni menos podría considerarlo, como muchos de sus electores, un superhombre, o sea que (por esa ristra de respetuoso disentimiento) pudiera no tener derecho a reclamarle por lo que ha sido su aparatoso desempeño como mandatario de Bogotá.

Pues no haya lugar a tal sorpresa, señor Alcalde. Como millones de capitalinos, naturales o por adopción, y como demócrata que desde sus tiempos universitarios sabe lo que es un Estado de derecho, lo que significa el mandato que el electorado impone al elegido para un cargo público, lo que conlleva en responsabilidades cumplir farragosas promesas de campaña para todos los ciudadanos, y, en suma, lo que determina el ejercicio de la función pública a la luz de la Constitución y las leyes, acepté el veredicto de las urnas a favor suyo y me puse a esperar cuándo sería verdad tanta belleza anunciada.

Pero hoy, a escasos quince meses de terminar el período, el balance de su gobierno (corrijo: de su desgobierno) no podría ser más lamentable para la ciudadanía, con una preocupación adicional: que mientras más se evidencia que su administración no responde a las necesidades y apremios (muchos atávicos, otros nuevos) de la capital, usted más se disgusta, más se dispone al enfrentamiento hirsuto, más proclama su conocida orientación política (respetable, pero controversial) y más se empecina en divulgar un predicamento inverosímil: que usted es víctima propiciatoria de altos poderes que no toleran su orientación doctrinaria ni su amor encendido por “lo social”.

Imposible enunciar en una columna como esta todos los descalabros padecidos por Bogotá durante su estada en el palacio Liévano, desde cuyos balcones ha mostrado reconocidas dotes tribunicias, pero desde cuyos escritorios no ha salido una decisión política o una medida administrativa frente a la cual sus gobernados pudiéramos decir “gracias, señor Alcalde”. Sus anuncios de bienandanza bogotana se los han llevado los vientos helados de Monserrate, mientras usted persiste, un día sí, y otro, y otro, en revirar contra todo funcionario o entidad que ose pedirle explicaciones por sus desaciertos o lo conmine a cumplir con sus deberes.

Por eso, estoy seguro de que al finalizar cuanto usted llamará, con jactancia, la “era Petro”, en las ‘Memorias’ que la registren (lujosa edición costeada, como ¡todo!, por nuestro menguado bolsillo de contribuyentes) no se explicarán: ni la fugacidad de sus muchos gabinetes, ni sus agrias relaciones con el Concejo, ni su promesa de renunciar si la Corte Constitucional le ordenaba reabrir la fiesta taurina, ni las 800 y pico tutelas que promovió entre sus amigos para demandar su destitución, ni la expedición del POT por decreto, ni el rechazo del cabildo a su reforma tributaria, ni por qué yerra con un modelo de recolección de basuras, ni por qué la 7.ª es hoy intransitable y repugnante, ni qué hay de vivienda social, ni contra ‘ollas’ bazuqueras, ni del metro, ni de las ‘tapahuecos’, ni del robo de celulares, ni de comparendos ‘ordenados’ para arbitrar recursos…

Ahora, atascado en este inmenso parqueadero que es Bogotá, pienso que usted, señor Alcalde, debiera optar: o gobierna y muestra resultados, o renuncia, para mayor simbolismo, desde la icónica Santamaría. ¡Adivine qué preferiríamos ocho millones de ciudadanos!

vimaruiz@hotmail.com

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