39 puñaladas…

Quizás el fogoso líder sabía demasiado y eso le costó la vida. Todo puede suceder en los oscuros escondrijos de las miserias del poder.

El brutal asesinato del parlamentario Robert Serra y de su asistente María Herrera lo envuelve el misterio. Un drama que nos recuerda las trepidantes andanzas cinematográficas de Alfred Hitchcock. Al emergente líder lo liquidaron de treinta y nueve puñaladas sin forzar la puerta y con la huérfana presencia de sus cuatro escoltas. Se tejen muchas teorías y un sinfín de intrigas que solo tienen respuesta en aquel que jamás volverá a hablar. Los hechos son dramáticos, pero con la posibilidad de encontrar pistas. Claro: sí el verdadero interés es descubrir a los culpables y no lograr rédito político imputando a adversarios ideológicos solo para lograr desviar la atención. Sutil manipulación de los hechos para ocultar verdades en la conducta particular del occiso. Al ser ultimado de treinta y nueve puñaladas se desprende que se buscaba hacerlo sufrir hasta el desangre.

El caso pareciera tener un trasfondo de perversión o de alguien profundamente celoso: no descarten una relación sodomita que termina entre virulentas caricias de puñal. Los celos multiplicados a la enésima potencia son un cóctel letal. La escena indica que quienes lo hicieron se ensañaron de manera feroz; destilando el más profundo de los desprecios por el líder político. Fue una brutal arremetida en donde el rencor incontenible cobró. La forma horrenda de ultimarlo no la hace un profesional al que le encargan liquidar a un rival político que estorba. Si hubiese sido un sicario ejecuta limpio y rápido sin construir un escenario donde se muestra un profundo odio. Mata por pago sin dejar rastro. No le interesa demostrar aversión por su víctima. Es un trabajo de cerebro frío y pulso certero, nada de involucrar emociones que delaten su intencionalidad. Es la precisión del cirujano para tratar de hacer un trabajo que se acerque a la perfección. Nada de convertir al objetivo en una masa sanguinolenta en donde sobra la impericia. Es un patrón de conducta que no concuerda con este caso. Aquí existe el prototipo del ritual. Tan parecido al sacrificio con animales que practica la religión yoruba de la cual era adepto Robert Serra. Ajusticiado en el área donde pululan los colectivos fanáticos que comandaba, sin violentar su casa es algo sumamente sospechoso. Liquidado en un sitio en donde se supone estaba rodeado de muchos amigos o por lo menos de conocidos crea dudas sobre la versión oficial. ¿Cómo no se percataron de la presencia de algún extraño en la zona? ¿O será que el parlamentario conocía a sus victimarios, y por eso se justifica que no forzarán la puerta ni se llevaran nada? ¿Será cierto lo de varios hombres vestidos como santeros, en su casa y a la hora del crimen? La investigación tiene que comenzar por su amplio entorno político y religioso. ¿Quiénes eran sus amigos íntimos?, que tipo de relación mantenía con ellos. Los vecinos cuentan de muchas visitas de extraños personajes masculinos que se retiraban en la madrugada causando algunos escándalos.

Seguramente si profundizaran con la honradez de encontrar la verdad, lograrían llegar al fondo de este asunto. El régimen buscó enlodar a todo el mundo. Desde el imperio norteamericano pasando por el senador Álvaro Uribe. Toda una cortina de humo en donde todo se torna confuso. La lucha de alacranes con sus ponzoñas preparándose para la refriega existencial, nada de buscar la verdad solo lograr que el tiempo actúe y de paso se lleve en los cuernos a la oposición. Son los recursos del totalitarismo para distraer y lograr que sus seguidores crean en la guerra de las galaxias. Quizás el fogoso líder sabía demasiado y eso le costó la vida. Todo puede suceder en los oscuros escondrijos de las miserias del poder…

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