Avanza la desigualdad

La desigualdad avanza cada vez más, particularmente en las naciones meridionales. El factor fundamental para el fracaso radica en que no se ha conjugado debidamente el crecimiento económico y la distribución de la riqueza.

Si bien hoy en día se vive mucho mejor que hace un milenio, un siglo o una década; no existe una eficaz correlación entre crecimiento económico y redistribución de la riqueza entre los 7.376 millones de habitantes del planeta. Esta preocupación ya la había planteado Adam Smith, quien inquieto por la pobreza y la desigualdad marginal de la economía de mercado defendía la función que en el campo social debía ejercer el Estado de la mano del mercado.

Existen datos vergonzantes que dan cuenta de los desajustes en materia económica a nivel global. Por ejemplo, las 85 personas más ricas del mundo acaparan la misma riqueza que las 3.500 millones más pobres, valga decir, la mitad del total de la población mundial. Además 1.500 millones de personas no tienen acceso a saneamiento, agua potable, electricidad, educación básica o al sistema de salud, es decir, soportan carencias económicas incompatibles con una vida digna.

Las condiciones de desigualdad varían de acuerdo a las particularidades políticas, geográficas, económicas, sociales y culturales de los países. Existen distintos modelos político-económicos para intervenir a su manera el problema de la desigualdad, como por ejemplo el estado liberal norteamericano, el estado de bienestar europeo, el estado regulador chino, incluso, frágiles e inestables estados como los africanos y asiáticos que apenas se encuentran en fase germinal.

Por tal motivo, ciertos países resultan ser más exitosos que otros en el propósito de brindar bienestar integral e igualitario a sus ciudadanos. El Índice de Desarrollo Humano (IDH) publicado en 2014 ubica en los primeros renglones a los países nórdicos europeos, a Canadá y Estados Unidos; por el contrario, en la parte baja de la tabla se encuentran principalmente los países africanos, asiáticos y latinoamericanos. Lo que permite establecer que en materia internacional la desigualdad entre paises también es la constante.

El Índice de Desarrollo Humano de Colombia para 2013, que valora criterios como vida larga y saludable, acceso a la educación y nivel de vida digno; fue del orden de 0.711, lo que le valió al país para ocupar el puesto 98 entre 187. Sin embargo, si el indicador se ajusta considerando la variable desigualdad, el país tan solo alcanza una calificación de 0.521 en el Índice de Desarrollo Humano ajustado por Desigualdad (IDHD). Este indicador demuestra que Colombia está más cerca de Nigeria, que ocupa el último lugar con 0.228, que de Noruega, en el primer puesto con 0.891 del IDHD.

Según el PNUD, en un escenario de igualdad perfecta el IDH y el IDHD deben arrojar cifras semejantes; por el contrario, a mayor diferencia entre ambos, mayor es el grado de desigualdad. Una vez hecha la relación, nuestro país arroja una pérdida en el IDH potencial debido a la desigualdad del orden del 27%.

La inmoralidad de la desigualdad que promueve el neoliberalismo, si bien es un hecho evidente, constituye el principal sofisma de distracción que utiliza el socialismo populista latinoamericano para atacar y desmontar el Estado de derecho y perpetuarse en el poder una vez llega por las vías democráticas. El engaño queda en evidencia una vez analizadas en detalle las cifras del IDHD que publica el informe del PNUD, el cual sostiene que “América Latina es la región que registra la cota más elevada en cuanto a desigualdad de ingresos”.

Si bien países como Brasil, Nicaragua y Venezuela, están ligeramente por encima de Colombia, los procesos revolucionarios de transformación hacia el socialismo que han emprendido desde hace mas de una década no han servido para reducir sustancialmente la brecha de desigualdad, su principal apuesta de gobierno.

En el caso de Venezuela la pérdida de desarrollo humano por causa de la desigualdad es del orden del 20%, en Nicaragua es del 26% y en Brasil del 30%. Luego de 22 años de firmados los acuerdos de paz en El Salvador, el IDHD del país centroamericano es de 0.485 y la pérdida de desarrollo humano por causa de la desigualdad es del 27%.

Como ya se dijo, la clave para el progreso de los países consiste en sostener el crecimiento económico y mantener al mismo tiempo el equilibrio en la distribución de los ingresos entre los habitantes.

El caso de Venezuela es trágico debido a que la planificación económica del Estado en cabeza del régimen chavista ha priorizado la distribución de ingresos por encima del crecimiento económico, por lo que descuidar el crecimiento económico ha representado la redistribución pero de la pobreza.

Brasil mantuvo un espectacular crecimiento económico durante el gobierno de Lula da Silva y sufrió a su vez una importante transformación institucional en materia redistributiva, no precisamente indiferente a los escándalos de corrupción; sin embargo el país fue muy vulnerable a la crisis económica mundial y durante el periodo de Dilma Rousseff la desaceleración del crecimiento impactó sustancialmente la redistribución, generando el incremento de la conflictividad social y la inseguridad.

El caso de El Salvador demuestra que para promover la igualdad en un país que padece los embates de la violencia no precisamente se requiere poner fin al conflicto, pues a pesar de la ambiciosa agenda de acuerdos firmados entre el Gobierno y el Frente Farabundo Martí, el país no ha logrado superar la brecha de desigualdad y crecimiento económico previsto tras el acuerdo de Chapultepec.

La voluntad política es el factor que debe imponerse al momento de mejorar la prestación de los servicios sociales básicos, lograr el pleno empleo y emprender acciones de transformación institucional para la promoción del desarrollo equitativo y sostenible.

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