Cumbre borrascosa

La última vez que los mandos de las FARC estuvieron juntos fue en febrero de 2002, en El Caguán.

De ahí en adelante solo han retrocedido y huido ante la ofensiva del Estado y sus Fuerzas Militares. Hoy vuelven a reunirse en La Habana en condiciones óptimas de comodidad y seguridad. Podrán hacer la Conferencia más tranquila de su historia.

Gracias al presidente Santos y a su cuestionable política de paz, las FARC resucitaron, sus jefes se han vuelto a saludar, a mirarse cómo han engordado y envejecido, han constatado quienes siguen con vida. Se contarán historias, hablarán con nostalgia de los que ya no están, de corregir errores, harán cuentas, dirán que pasaron un mal momento, calibrarán sus fuerzas y trazarán una línea de conducta. Refrendarán su sagrado juramento de tomarse el poder por medio de las armas.

Los 18 que llegan hacen declaraciones tan graves y desafiantes como las de quienes, como Iván Márquez y compañía han hecho desde hace dos años. Uno de los “históricos”, alias Pastor Alape, leyó un texto en que afirma que en su lenguaje no figuran las palabras “entrega de armas”, “transición”, “desmovilización”, que la “dejación de armas” y el “cese de fuego” son temas bilaterales. Habla de “armisticio” que significa, según el diccionario de la RAE, cese temporal de hostilidades mientras se acuerda la paz.

Nada nuevo, siempre lo mismo, tal como el general Mendieta le contó a la nación, no hay un cambio de actitud en las FARC. Algunos intelectuales se devanan los sesos apelando a experiencias de otras negociaciones para justificar el “alargue” de las conversaciones, el “secretismo”, el trato de “par” o “contraparte” a las FARC, y hasta “las causas objetivas de su alzamiento”, pero, se olvidan de reconocer con quiénes estamos tratando, ahí les falla su capacidad investigativa. Olvidan que algunas negociaciones se adelantaron, incluso en Colombia, mediando declaraciones sobre el fracaso de la vía armada y su intención de acogerse a la democracia.

La retórica de los jefes guerrilleros es la misma y debe ser tomada en serio pues coincide con sus ataques terroristas. En cambio, el discurso oficial está afectado por la incoherencia, la ingenuidad y el entreguismo. Según el presidente Santos, todo lo que está sucediendo es “una buena señal” de que los diálogos “van por buen camino”. Expresó, sin rubor, que los negociadores de la guerrilla necesitan hacer consultas con los suyos y que por eso el gobierno ha facilitado el desplazamiento de “los que están COMBATIENDO… los más duros” (mayúsculas mías), de modo que el accionar terrorista es “combate” y piensa que en la guerrilla hay duros y blandos.

Por supuesto están en pie de lucha si por tal se entiende que antes de viajar a La Habana dejaron instrucciones para seguir “combatiendo”, por ejemplo, asesinaron un policía en Caquetá, colocaron un explosivo a metros de una escuela en Meta, volaron un oleoducto en Putumayo, instalaron una red de minas quiebrapatas en Cauca, atacaron una hidroeléctrica en Tolima.

El jefe negociador del gobierno, el doctor de la Calle, en el colmo de la ingenuidad pretende hacernos ver que la presencia de oficiales de la república en reuniones con criminales de guerra en La Habana, que siguen asesinando policías y soldados, “es un homenaje, una manifestación de respeto a nuestras Fuerzas”.

Y por si fuera poco, deja mal parado a Santos su ministro de Defensa cuando afirma que los guerrilleros que viajaron a Cuba “están allá huyendo de las acciones directas de las FF. AA. (El Espectador, oct. 24/2014)” pues eso quiere decir que la autorización presidencial los salvó de caer en manos del Ejército. ¿Habrá algo más contradictorio que ordenar “perseguirlos” para luego dejarlos escapar a través de innumerables operativos de despeje?

La delegación Oficial podría aclararnos cuántos miembros de las FARC están en Cuba en condición “legal”, es decir, con las órdenes de captura suspendidas. Si cada delegación puede acreditar 30, ¿a dónde han ido los guerrilleros reemplazados por los 18 que llegaron? Porque uno se imagina que no se quedaron allá, y si regresaron al país no será para cantar villancicos.

Las facilidades que le ha proporcionado este gobierno a las FARC no es cosa menuda. La conferencia nacional de las FARC permitida por el presidente Santos suena a un “cañazo” de esos que hace un jugador de póker desesperado por una mala racha que decide jugarse por el todo o nada. Con la salvedad de que aquí el jugador no está poniendo en el asador su billetera sino la suerte de un país y la unidad en torno a sus instituciones.

Entiéndase pues, que la función de los escándalos armados por periodistas amigos del presidente contra Uribe por sus intentos de negociar con las guerrillas, tienen por objeto ablandar a la opinión para que le parezca normal la cumbre de las FARC consentida por el presidente.

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