Proceso pírrico

Una victoria ‘pírrica’ –vale la pena aclararlo, pues a menudo veo el término usado incorrectamente para referirse a un triunfo insignificante, o mentiroso– es una que le ha hecho tanto daño al vencedor que es como si hubiera perdido. Para ponerlo en términos económicos, una en la que los costos superan los beneficios. Cuenta la historia que Pirro, al ver su tropa casi exterminada por el ejército romano al que acababa de derrotar, dijo: “Otra victoria así y estaremos completamente liquidados”.

Al conocer los estimativos de lo que puede costar el ‘posconflicto’ que se está diseñando en La Habana, que van de 40 a 100 billones de pesos, hay que comenzar a preguntarse si la paz que está planteando este gobierno no terminará siendo una victoria pírrica para el país. Para poner esas cifras en contexto, el metro de Bogotá, que varios expertos están clamando que no se haga, por su elevado costo, esta tasado en 15 billones. El hueco de la salud, que en cuatro años no se ha podido saldar, en unos 10.

Cuando el gobierno habla de paz en el lenguaje publicitario, sentimental y utópico con el que ha intentado hasta ahora mercadear el proceso, me recuerda a Buzz Lightyear, el astronauta de Toy Story que quería llegar, en enternecedora paradoja, “Al infinito… ¡y más allá!”. Pero nosotros, la sociedad civil, que somos quienes vamos a financiar el proyecto, tenemos la obligación de aterrizar los pajaritos (de la paz) que nos están pintando y pedir una respuesta realista y pragmática a la pregunta de quiénes, cómo y durante cuánto tiempo vamos a pagar lo que se pacte en Cuba.

Porque lo cierto es que Colombia no se caracteriza precisamente por exitosos proyectos para alcanzar el infinito (aunque sí hemos mandado a mucha gente al más allá), sino más bien por el incumplimiento y la pequeñez. En Colombia es un hito terminar una carretera, aunque se demore 40 años y cueste muchas veces lo presupuestado. En este momento, las cuentas del Estado están en rojo por culpa de las promesas del ejecutivo, la rapacidad del legislativo y la inoperancia del judicial. Para recuperarlas, se improvisa un reforma tributaria contrahecha que espantará la inversión, desmejorará el empleo y probablemente reducirá, en lugar de aumentar, el recaudo. Para colmo, el petróleo, el eje de la economía y de los ingresos del gobierno, está cayendo en los mercados mundiales, por lo que ahora sí lloraremos no habernos preocupado por la competitividad del resto de la industria nacional en los últimos años.

Así las cosas, el país se encuentra en una tremenda encrucijada: o fracasa el proceso, lo que todavía es una posibilidad, y seguimos enfrentados al horror del terrorismo, o se firma la paz y –de ahí lo pírrico del asunto– se quiebra la nación. Queda también una tercera opción –quizá esa sea la ‘tercera vía’ de la que tanto se habla– que consiste en la muy colombiana costumbre de firmar para luego incumplir: eso también puede pasar.

Esta semana un alto funcionario del Estado me dijo en privado, preocupado: “Esta crisis fiscal es la punta del iceberg que hundió el Titanic”. Lo más grave es que no se ven por ningún lado los botes salvavidas.

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