El falso mea culpa de las Farc

Las Farc no han reconocido de manera clara y sincera que son los responsables de la más vasta actividad criminal que haya conocido Colombia en toda su historia. Lo que hicieron ayer en La Habana está lejos de ser un mea culpa convincente y creíble. Lo que declaró en Cuba el jefe guerrillero alias “Pablo Atrato”, en el sentido de que  las “acciones” de las Farc durante el “conflicto armado” afectan a la población civil, pero que ésta “no ha sido blanco principal ni secundario para ellos”, no es sino una hábil manera de tratar de lavar las atrocidades cometidas por ellas contra la fuerza pública, como si ultimar, herir y mutilar militares y policías no fuera un espantoso crimen.

Al mismo tiempo que “Pablo Atrato” decía eso, otro vocero de las Farc, un tal "Matías Aldecoa", exigía en La Habana que “Estados Unidos y otras potencias extranjeras” reconozcan su “responsabilidad central” en el llamado conflicto colombiano. El terrorista que lanzaba esa soflama no dijo si entre las “otras potencias extranjeras” él incluía a la desaparecida Rusia de Stalin, dictadura totalitaria de donde partieron efectivamente las órdenes, los dineros, el entrenamiento y el sostén político para crear un aparato político-militar devastador que pudiera apoderarse de Colombia, en plena guerra fría, para reforzar el comunismo soviético.

La intención de las Farc es acusar a lo que ellas llaman los “diferentes actores del conflicto” de  tener una “responsabilidad múltiple y sistémica”, es decir a “los partidos políticos dominantes, empresas trasnacionales, medios de comunicación y potencias extranjeras como Estados Unidos”. Es decir, toda Colombia y sus aliados son culpables de victimizar a las Farc.

Esa banda sigue siendo artista en eso de acusar a todo el mundo para que en medio de un mar de culpas fabricadas, la responsabilidad de ella, la deuda de sus 50 años de  crímenes continuados de guerra y de lesa humanidad, quede diluida entre las supuestas culpas de los otros y llegue a convertirse en un fenómeno trivial y hasta invisible.

Colombia no puede aceptar reconocimientos mentirosos, ambiguos, desviantes o “incipientes”, como dijo la representante liberal Clara Rojas, quien recordó con mucha razón que las Farc, ante el solo tema de los secuestros, tiene mucho que explicar pues tema de los apoderarse de Colombia en nombre del comunismo soviético al cual menos han sido afectadas más de 40.000 personas de las cuales se estima que es responsabilidad de las Farc el 67%”.

Decir que la población civil “no ha sido blanco principal ni secundario” de las Farc es mentir cínicamente. Peor: es dar una muestra más del mal que roe la mente de los jefes de esa banda: su rechazo neurótico de la realidad. Desde el comienzo de  las Farc, antes incluso de que Tirofijo tomara el mando de esa organización, los indígenas, campesinos y hacendados fueron el sector preferido de ellas por ser el más vulnerable y del que más dividendos podían sacar. Los primeros secuestros de las Farc fueron de civiles (recordar los secuestros y asesinatos en 1965 de Harold Eder y Oliverio Lara Borrero). ¿Por qué ignorar los asesinatos de civiles entre 1958 y 1960 durante la violenta implantación de la “república independiente” de Sumapaz? Las brutalidades de las Farc contra los civiles continúan hasta hoy.

La gran mentira lanzada ayer en La Habana no tiene como destinatario a los colombianos, pues éstos saben muy bien lo que vale la palabra de las Farc, sino las autoridades europeas que el presidente Santos va a contactar la semana próxima durante su nueva gira. ¿Santos va a sugerir a los gobiernos de esos países que pidan disculpas a las Farc por haber ayudado a Colombia en la lucha antiterrorista? Nada debe sorprendernos ahora.

El requisito del reconocimiento de sus crímenes no se llena con una frase equívoca y mucho menos si tal paso no va acompañado de un reconocimiento claro de las víctimas y del principio de que éstas deben ser resarcidas a la altura de los daños sufridos. Lo que las Farc hicieron hasta ahora no es eso. Ellas se burlan de las víctimas y hasta tratan de manipular a algunas de ellas. A otras las acusan de ser “victimarios”. Hasta se atreven a negar el carácter de victimas a personas que secuestraron durante muchos años, como Clara Rojas y el general (r.) Luis Mendieta. Las Farc son coherentes en el mal. Su adicción por la violencia y su negación del otro, del ser humano, les impide avanzar hacia la vida. Y hacia el deber de pensar.

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