La fabricación de un tóxico tamal tributario

Debilitar el aparato productivo, cubrir sobregiros de gastos exprimiendo contribuyentes y volver al lenguaje trasnochado de la lucha de clases es irresponsable.

Mientras ustedes, amables lectores, terminan de disfrutar de este puente, en una reunión hoy entre ponentes y Minhacienda se le estarán dando los últimos toques a la ponencia de un tamal tributario envenenado, envuelto inconstitucionalmente con la ley de financiamiento del déficit presupuestal que el Gobierno procuró ocultar durante la campaña presidencial.

Hija del populismo tributario que empezó a insinuarse cuando Santos sentenció que “haría chillar a los ricos” y que remató con el bautizo a lo Chávez del “impuesto a la riqueza”, la reforma sigue el itinerario peligroso de buscar aplausos populares a costa de debilitar el aparato productivo, de cubrir sobregiros de gastos exprimiendo contribuyentes y de ahondar la fractura nacional introduciendo elementos trasnochados del viejo lenguaje de lucha de clases.

Uno a uno, juiciosamente, los gremios expresaron ante el Congreso evidentes razones de preocupación sobre lo que les corre pierna arriba y sus discrepancias con la reforma. Tiempo perdido, me temo. Contentillo les darán con cosas menores. Y algunos de sus dirigentes, ya bajitos de tono y plegados al Gobierno, preferirán seguir cultivando relaciones personales e invitaciones a galas palaciegas antes que defender el interés de sus afiliados.

Les concederán migajas de dignidad y de razón para que los gremios tengan pírricas victorias para mostrar a su gente. Y eso ocurre porque en los mismos gremios saben que, en tiempos de mermeladas y tamales, sus argumentos se vuelven irrelevantes ante la seducción que implica para tantos parlamentarios aumentar sus propios cupos en las partidas presupuestales.

A pesar de excepciones honrosas, pululan congresistas que llegan a sus curules por una enorme bolsa y no por su capacidad de interpretar las necesidades de la gente, ni de representar a los sectores productivos. Por eso, a la hora de votar una reforma tributaria, lo que protegen es su propia plata para poderse reelegir y seguirse lucrando. Ahí, en esa talegada de plata, están sus votos. No en el mérito, ni en la virtud.

Y el Gobierno sabe que la víspera de las votaciones puede cuadrar los votos rebeldes con partidas presupuestales para orientación de los congresistas. Y el Congreso tensiona con ausentismos y chantajes el tiempo legislativo para aumentar las cotizaciones de sus votos aprobatorios. Y muchos dirigentes gremiales se entregan al Gobierno por temor a represalias o por cálculos individuales.

Por lo pronto, en la ponencia que querrán llevarles escrita desde Minhacienda a los parlamentarios para que en su mayoría, como mansos y perezosos borreguitos, la validen con sus firmas, insistirán en violar la Constitución, que exige para las reformas tributarias un camino legislativo distinto al de la ley de financiamiento. En estricto sentido jurídico, a lo máximo que se podría llegar es a financiar el megahueco del 2015, pero nada relativo a las vigencias siguientes.

Pero creo que las mayorías en el Congreso no le exigirán al Gobierno que presente integralmente el panorama fiscal. Y que nada dirán de los efectos recesivos de la reforma, ni de la desaceleración que puede inducir, ni de promesas incumplidas sobre austeridad y recorte de gasto, ni de compromisos de no aumentar la carga tributaria, ni de las embarradas de la reforma del 2012, ni del estruendoso error de cálculo del marco fiscal de mediano plazo.

Más allá del envuelto, ya tendremos oportunidad de referirnos al contenido tóxico del relleno. El tiempo de la reforma se agota. Ya se escuchan la proximidad de la tutaina y la nanitanana nanitaea. Ojalá los gremios sean firmes y encuentren quien los represente. Ojalá el Congreso recupere su independencia y ojalá el Gobierno proceda con mayor responsabilidad, diga la verdad y deje de hacer populismo tributario. Ya veremos.

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