Muro de la infamia

La Guerra Fría

Triunfo de la libertad

El Muro de Berlín, que erigió la República Democrática Alemana (RDA), se convirtió en el peor símbolo de la derrota y división de ese país al culminar la Segunda Guerra Mundial.  La capital del III Reich alemán, que debía durar mil años, estaba en ruinas y su caudillo se pegó un tiro para no caer en las garras de las tropas soviéticas. Berlín quedó en manos de los países que hasta ese momento habían sido los “Aliados”, es decir Estados Unidos, Inglaterra, Rusia y Francia, los cuales tenían el control por partes de la ciudad. Cuando la potencia norteamericana lanzó las dos bombas atómicas sobre Japón, Stalin en Moscú entra en pánico, teme que la propuesta a Washington por parte del estadista conservador inglés Winston Churchill, en el sentido de seguir la guerra contra los países de la “Cortina de Hierro”, se haga realidad y un bombardeo acabe con su vida y el régimen comunista. Así que desata lo que se conoce como la Guerra Fría, que consiste en seguir con la doctrina de Trotsky de exportar la revolución y desestabilizar al mundo capitalista. Ello en tanto el espionaje soviético, junto con los filocomunistas internacionales y sus apoyos, buscan la fórmula para producir la bomba atómica. Cuando Stalin la obtiene de los científicos prisioneros alemanes y por cuenta de sus agentes en Estados Unidos, la relación de fuerzas Estados Unidos-Rusia cambia. Ya con el paraguas nuclear se avanza en la Guerra Fría con el mundo capitalista, mediante movimientos revolucionarios y guerras de baja intensidad.

El símbolo de esa Guerra Fría que libran Washington y Moscú es Berlín. Rusia decide que en la parte que controla de la ciudad, bajo dominio de Alemania Oriental, se erija un muro que debe dividir para siempre la urbe. En un lado se mostrará al mundo las bondades del sistema socialista y en el otro la decadencia del capitalismo. Pronto el pueblo alemán de ambos lados denomina la estructura como “Muro de la Vergüenza”. Este se inaugura oficialmente el 13 de agosto de 1961 y va a durar hasta el 9 de noviembre de 1989. El astuto Stalin no advirtió que el talento y laboriosidad del pueblo alemán muy pronto desbordaría en crecimiento, desarrollo y riqueza a la otra Alemania, la oriental. Así que, al final, este “muro de la infamia” sirvió para destacar el progreso y bienestar en Alemania Occidental y acentuar la pobreza y malestar de la socialista sometida por las bayonetas.

El muro se extendía por 45 kilómetros y dividía a Berlín en dos. Fue uno de los símbolos más aciagos y conocidos de la Guerra Fría y de la separación de Alemania. Como se dijo, por un tiempo el Muro oculta la frustración y la miseria que agobia a los berlineses de la zona socialista, a los que los comisarios del Partido Comunista local tratan de mantener aislados e ignorantes del auge de la otra Alemania, con el infundio de la explotación y los salarios de hambre que  paga el capitalismo. Ello tuvo algún efecto hasta que aparece la televisión y estos alemanes de la parte oriental comienzan a ver desde sus hogares que no hay tal “miseria” del capitalismo de libre mercado. A partir de ese momento todos quieren cruzar el Muro, incluso a riesgo de su propia vida. El modelo hace crisis cuando una visita del presidente estadounidense Kennedy a la ciudad desafía la represión comunista y declara “yo también soy berlinés”. Moscú se da cuenta de que es imposible masacrar a todos los alemanes que quieren huir de la zona ocupada y en poder de un gobierno títere. Luego el presidente Reagan exige a Gorbachov: “tumbe ese muro”. El canciller Helmut Kohl aprovecha la implosión de Alemania Oriental y negocia directamente con Moscú. Los hilos de la más fina diplomacia alemana, con el valiosísimo apoyo del papa Juan Pablo II y de Washington, presionan sobre el Kremlin, que está exhausto en lo económico por la implacable competencia armamentista y científica con Estados Unidos. Al caer el Muro de Berlín las mentes políticas más agudas de Occidente comprenden que la Unión Soviética va rumbo al desastre. Ese 9 de noviembre histórico, cuando las autoridades de Alemana Oriental anuncian a sus gobernados que podían moverse libremente por toda Berlín, el corazón de ese gran pueblo parece estallar de júbilo. Ya los días del comunismo en Europa estaban contados…

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