Patología

Colombia es un paciente que padece males simultáneos. De cuerpo calamitoso pero de espíritu valeroso afronta el cáncer de las Farc, el ELN y el EPL; además, según el más reciente dictamen de la Defensoría del Pueblo con fecha del 4 de noviembre de 2014, al paciente también lo agobian cuerpos malignos, entre ellos, el Clán Usuga, Los Rastrojos, La Empresa, La Oficina de Envigado, Las Águilas Negras, Los Paisas y dos facciones del Ejército Revolucionario Popular Antiterrorista (Erpac) –Bloque Meta y Bloque Libertadores del Vichada-. Sin contar el resistente virus de combos, bandas y pandillas que se hallan sobre todo en las principales ciudades del país.

El cuadro clínico se agravó desde que quedó en evidencia hace más de tres años la compatibilidad genética entre el cáncer guerrillero y los tumores criminales. Reacción que los expertos en seguridad, incluso Juan Carlos Pinzón, Ministro de Defensa, se permitieron llamar Farcrim.

A pesar de la acelerada mutación que han demostrado tener los anticuerpos, las defensas del organismo no parecen responder eficazmente, todo porque la dosis de moral suministrada al sistema inmunológico ha sido reducida desde que el oncólogo Juan Manuel Santos decidió iniciar un tratamiento alternativo consistente en negociar con el cáncer.

Con el tratamiento alternativo del Dr. Santos, los glóbulos blancos, leucocitos o Ejército Nacional, como quiera que se quieran hacer llamar, han sido sometidos a un adormecimiento sistemático que ha reducido su capacidad para contrarrestar el cáncer mediante la aplicación de tres técnicas médicas: sustitución de las defensas generales más importantes, reducción de la capacidad operativa y procesos judiciales en contra de su imagen institucional.

Luego de un largo periodo de ocultas asesorías externas, la junta de médicos que desde 2010 llevan el caso decidió remplazar el tratamiento que venía demostrando positiva evolución durante ocho años de seguridad democrática que persistía en el fortalecimiento del sistema inmunológico del paciente, por las técnicas de la medicina cubana que desde los noventa han adquirido inusitado reconocimiento en la región suramericana.

La recomendación de avanzada de los galenos foráneos, entre ellos europeos y venezolanos, que asesoran al oncólogo Juan Manuel Santos, al cirujano jurídico Humberto de la Calle, al anestesiólogo Sergio Jaramillo, al inmunólogo Mora Rangel y al internista Frank Pearl; no consiste propiamente en combatir el mal sino en aprender a vivir con él.

El tratamiento sería perfecto siempre y cuando habláramos de convivir con un simple virus, mas no puede ser el caso para el paciente que adolece de cáncer. Menos aún si es el caso de una democracia que aunque frágil anhela ser vigorosa.

A pesar de las recaídas del paciente por los reiterativos embates de las Farc, como el asesinato de los indígenas nasa por el simple hecho de descolgar una pancarta alusiva a su verdugo, el revolucionario tratamiento médico contra el cáncer sigue su curso luego de haber sido suministrado al paciente una dosis de contentillo discursivo por parte del cirujano jurídico Humberto de la Calle.

La junta de médicos que lleva el caso parte del hecho de que las Farc son un tumor cancerígeno íntegro al que lograrán convencer de dejarse extirpar y fantasiosamente piensan además que luego de la intervención quirúrgica el cuerpo del paciente quedará por fin limpio de células malignas.

Desconocen que desde que decidieron incursionar en el narcotráfico en la década del ochenta ya no son Farc sino Farcrim. Desde entonces, han logrado afectar muchos órganos vitales del cuerpo como la economía, la justicia y la política, lo que ha llevado a doblegar sistemáticamente la voluntad de lucha contra el cáncer de todos los dolientes del paciente.

Tratar el cáncer como si fuera un pequeño tumor cuando en realidad se ha propagado por todo el cuerpo conducirá al paciente a la muerte. Negociar con las Farc como subversión cuando en realidad son criminales representa desconocer la historia para beneficio postrero de los comandantes guerrilleros.

La firma del acuerdo de la Habana tal cual lo tiene establecido la junta médica con las Farcrim, no representa otra cosa que el compromiso del médico a no recetar quimioterapia y la palabra del cáncer de mutar a gripa. En términos de Estado, la renuncia al pleno ejercicio de la fuerza por parte de la legítima institucionalidad ante el vacuo compromiso del verdugo de no usar el hacha.

¿Qué pasará con las células farcrim que no decidan atender lo pactado en el acuerdo y quieran seguir haciendo del enriquecimiento ilícito su objeto social; y qué pasará con las que aún acogiéndose mutarán en nuevos organismos que harán de la política su objeto social para doblegar la libertad y la democracia colombiana? ¿Qué pasará con las estructuras bacrim si como ciertamente lo indica la Defensoría del Pueblo desde que se iniciaron los diálogos de la Habana se han expandido hasta alcanzar presencia activa en 27 departamentos y 168 municipios? ¿Qué pasará con las bandas, combos y pandillas que abundan en las ciudades y estarán a merced del interés de estructuras cada vez más poderosas?

Promover la seguridad no es de guerreristas promotores de la guerra, por el contrario, desmontar la seguridad a través de la claudicación y el apaciguamiento es promover nuevos ciclos de violencia en la medida que los que hacen la guerra a través de las armas buscarán por siempre imponer su orden y su ley.

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