“Tenemos en nuestras manos la posibilidad del cambio”

Ciudad colapsada

Bogotá crítica o crónica

Una crisis representa, sobre todo, un cambio. Cuando el cuerpo entra en crisis, por ejemplo, a través de la enfermedad, el momento crítico es el que define si hay recuperación o deterioro total. Si se está ante una crisis, algo tiene que cambiar. Si las cosas no cambian es porque no hay crisis. Frente a cuestiones físicas es fácil descubrir cuando se está ante una; incluso, en el ámbito personal también se presenta de manera relativamente clara cuando se atraviesa por una crisis vital o de identidad,  pero cuando hablamos de situaciones sociales es un poco más complejo determinar si los fenómenos que se enfrentan corresponden a una crisis o no. Es cierto que así como en el cuerpo, el cambio desencadenado por la crisis no se hace esperar, en las dinámicas sociales estos cambios suelen tardar en el tiempo. Pero lo claro es que tras una crisis algo nuevo sucederá.

En el caso de Bogotá es difícil establecer si nos enfrentamos a una crisis o no. Algunos pensarán que es obvio que una ciudad colapsada en tantos sentidos está atravesando una aguda crisis. Ante esto hay que decir que algunos sistemas se instalan en  dinámicas nocivas y no llegan a hacer crisis nunca. Es el caso de las enfermedades crónicas, por ejemplo, que se mantienen en el tiempo sin esperanza de cambio alguno. Debemos enfrentar que el caso de Bogotá puede ser crónico y no crítico, pues llevamos años soportando múltiples males que se prolongan en el tiempo y parecen no cambiar. Si observamos el comportamiento ciudadano, también queda en evidencia que nos acostumbramos con facilidad al malestar y no reaccionamos frente al incremento de éste. En Bogotá hay escándalos diarios de todo tipo. El Alcalde nos sorprende con sus ocurrencias absurdas día a día y las filas en Transmilenio aumentan en la misma medida que el desespero de los usuarios. Los trancones son cada vez más largos y los huecos dejan cada vez más llantas pinchadas. Los niños llegan más tarde a las casas y los ladrones inventan todos los días nuevas artimañas. Esto, por hablar solo de los males que salen a la luz. Y no pasa nada. La vida sigue en la maltrecha Bogotá como si nada pasara. Se decora de modo cada vez más prematuro y excesivo la ciudad para la Navidad y el comercio se prepara para su bonanza. Y no pasa nada.

Frente a este panorama hay dos escenarios posibles: que llegue una profunda crisis con su respectivo cambio, o que aparezca un buen médico especialista en casos crónicos. Tenemos la oportunidad en las próximas elecciones de poner a la cabeza de nuestra ciudad un líder que enfrente el problema. Pero también tenemos en nuestras manos la posibilidad del cambio. Podemos inducir la crisis a través de la actitud crítica que como ciudadanos nos corresponde. El escenario ideal es un líder que tenga como objeto la ciudadanía y que sea capaz de dejar de lado su ego; que impulse procesos desde la población y no desde su delirio de grandeza. De lo contrario seguiremos enfermos como ciudad y, lo que es peor, acostumbrados a ello.

 

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