La fascinación por el guerrillero

Siento como si el tiempo hubiera dado marcha atrás al leer columnistas que escriben de la misma forma que lo hacían algunos periodistas en los años 70 y 80, fascinadas por el halo heroico, la astucia guerrillera y el vedetismo de sus comandantes.

Como si después de aquellas “gestas” que nos deslumbraron, cuando Jaime Báteman, el hombre más buscado por las autoridades, caminaba por las calles de Bogotá tranquilamente, nada hubiese cambiado.

El fracaso del comunismo, el poder corruptor del narcotráfico sobre la política y los gobernantes, y sobre quienes lo pretendían derrotar, el paramilitarismo y su doloroso reinado de justicia privada, los crímenes de guerra de unos y otros y unos cuantos que luchaban por relegitimar el Estado a través de reformas.

Las heridas y las víctimas de esta confrontación asimétrica han quedado regadas por todos los lados. La Justicia ha sobreaguado a duras penas, pero cojeando y todo, ha llegado, incluso contra agentes del propio Sistema.

Por eso me causa estupor leer columnas en las que se trasluce la fascinación por el jefe “guerrero”, se invierten las responsabilidades penales y se justifica que sobre los criminales no caiga la Justicia.

Una de esas columnas fue la que escribió María Elvira Bonilla (El Espectador 15/12/2014) acerca de su encuentro con alias “Pablo Catatumbo”, jefe de las FARC, haciendo un reconocimiento del sitio, el paisaje habanero y la persona, totalmente aséptico como si no hubiera estado frente a uno de los máximos dirigentes e ideólogos de una agrupación terrorista.

Bonilla se sobrepasó en valoraciones al decir que “es más fácil dialogar con los guerrilleros en La Habana que con los negociadores gubernamentales”, desconociendo el secretismo pactado por ambos. Luego se desparramó, sin pudor y sin crítica, al presentar el lado humano del hombre que suspira con la literatura de Sandor Márai, premio nobel húngaro que se distinguió por narrar de manera magistral el horror vivido por su pueblo a raíz del comunismo impuesto a la fuerza. ¿Por qué no le preguntó por esa experiencia borrascosa de sufrimiento del régimen del terror estalinista? ¿Si había leído ¡Tierra, tierra! sobre su llegada a Estados Unidos? Es claro que la periodista no quiso molestarlo con preguntas “ofensivas” o retadoras. El leit motiv del oficio, tal parece, lo dejó en casa.

De manera que “Catatumbo”, el jefe militar de la cuadrilla que asesinó fríamente a los diputados del Valle del Cauca después de secuestrarlos, es un hombre horrorizado “por esta guerra” de la que él y las FARC “quieren salir”. Eso sí, “no de cualquier manera”, puesto que 40 años con “fusil y camuflado” y “alzado en armas” buscando el “ideal altruista” de “derrotar la desigualdad y la injusticia… no pueden concluir en una cárcel”. Ni una palabra sobre las viudas, los huérfanos, los finqueros arruinados, los niños reclutados ni la degradación del narcotráfico.

La columna es de manera inequívoca una síntesis, a manera de caja de resonancia, de lo que “Catatumbo” piensa de su suerte y la de sus “camaradas” que no se ven “entrando con sus manos esposadas a una prisión”, no sabe uno si es que se le paralizó la lengua y simplemente le puso la grabadora y transcribió tal cual. No hay inquietudes ni señales de contrapunteo ni cuestionamientos. Le convendría mucho leer las entrevistas de Oriana Fallaci.

Bonilla le reconoce a ‘Catatumbo’ poseer “memoria de guerrero” que le permite tener “presente la larga y variada lista de los protagonistas de un conflicto viejo…”, como para que no queden dudas de que sus “responsabilidades son iguales a las de otros”. ¿Cómo es que no cae en cuenta que esa es una añeja estratagema con la que se pretende distribuir ‘democráticamente’ la culpa y la mala conciencia, pues haciendo a todos culpables termina siendo lo mismo ser soldado o policía que guerrillero. Ah!, la culpa colectiva, el concepto ideal para lavar la mala conciencia.

Y para rematar, le transcribe la idea de que el Estado es el principal responsable de todo, “En el ápice de la responsabilidad, coronando el cuadro, está un Estado débil e impotente que ilegítima e irresponsablemente alimentó o toleró un orden de cosas contrario al ordenamiento legal”, cliché usual de ‘Voz’ el periódico-panfleto de los comunistas criollos.

La columna de Natalia Springer (El Tiempo 15/12/2014) no debe pasar desapercibida, ya que se ubica en la tendencia a achacarle toda las culpas al Estado. En el colmo de los desafueros, intenta invertir el orden de los hechos y responsabilidades en la sangrienta toma del Palacio de Justica por el M-19, una locura de la que los exmilitantes del grupo se han arrepentido. Según Springer, la culpa en la “masacre” es por igual del Estado y el M-19, “el máximo responsable” fue el presidente Belisario Betancur, la tropa “disparó indiscriminadamente contra guerrilleros y magistrados” no fue la guerrilla la que entró de esa forma ajusticiando magistrados y celadores. Betancur “en defensa de las instituciones, ordenó la destrucción de la Cúpula del Poder Judicial…” (sí, leyeron bien, ‘ordenó’).

Concluye sus ligerezas, que demuestran poca o tendenciosa lectura de informes de comisiones y protagonistas diversos, igualando el narcotráfico con el Estado por el daño causado a la sociedad colombiana “la responsabilidad del poder Ejecutivo… en la conducción de una guerra feroz y ruinosa”, descalificando de un plumazo todo lo actuado por el Estado.

Coda: el cese unilateral de hostilidades de las FARC, condicionado a no ser atacados, es lo mismo que un cese bilateral. Para evitar dobleces y trampas los guerrilleros deben concentrarse y organismos de la ONU los únicos garantes.

A todos los lectores les deseo felices fiestas de Navidad y muchas felicidades en 2015.

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