Un ajuste general

A la solicitud de retiro por parte del general Rubén Alzate, por un descuido evidente, la acompañó un regaño presidencial público y poco decoroso. Los uniformes militares se deben lavar en casa…

La inevitable solicitud de lo que en el argot militar se llama “la baja”, por parte del general Rubén Alzate Mora, en un acto de dignidad previsible de parte de un oficial de sus calidades, resume una serie de yerros que van desde los cometidos por él mismo hasta los inoportunos apuntes del presidente Juan Manuel Santos exigiéndole explicaciones públicas -que las tiene que ampliar-.

Ya lo dijo el procurador Alejandro Ordóñez, el brigadier les debe una aclaración extensa a las autoridades respecto de su decisión de ir al caserío Las Mercedes, a 30 minutos de Quibdó, sin tomar las medidas de seguridad necesarias, entre ellas haberse rodeado de la escolta acostumbrada para un militar de su rango y responsabilidades.

Bien sabido es que las Farc no conocen límites para ejecutar sus acciones, y mucho menos, si como se sabe y es premisa, se negocia en medio del conflicto armado. ¿Ingenuidad, engaño, descuido, confianza? No vamos a agotar aquí las hipótesis que permitan una comprensión sensata de lo ocurrido.

Y esas explicaciones, más allá del comunicado de anteayer, las debe dar el general Alzate a los organismos de control e investigación respectivos. Pasarán semanas e incluso tal vez meses para que tengamos un juicio calificado, y lo más objetivo posible, de los acontecimientos que rodearon la caída del oficial en manos del frente 34 de las Farc.

Pero no podemos dejar pasar por alto los reclamos públicos y perentorios del Presidente al General. La situación merecía más tacto: además de que las Farc, por más mesurados que queramos ser, cobraron cierta victoria simbólica (con el secuestro y la entrega, con el golpe militar y el significado político de la liberación), resultó menos apropiado que Santos Calderón increpara a Alzate, públicamente, cuando en el caso especial de un militar tan destacado lo recomendable era “lavar la ropa sucia en casa”…

No cae bien ese regaño cuando al General, además de renunciar, se le imponía la obligación de explicarles a los civiles lo ocurrido, pero también de enviar a la tropa un mensaje calculado que no resquebrajase ni el honor del Ejército ni la moral de combate de unas Fuerzas Armadas que, además, enfrentan una situación en exceso compleja por las conversaciones que se desarrollan en La Habana.

En medio de la suspensión del diálogo, decidida por el Gobierno a propósito del secuestro del alto oficial, había que evitar cualquier paso que reforzara la imagen “humanitaria” aprovechada por las Farc en todo este episodio. Con un enemigo al frente buscando manipular el regreso a la libertad del general Alzate y sus acompañantes, todavía menos indicado resultaba un jefe de gobierno poniendo en entredicho a sus más firmes colaboradores.

El general Alzate ha pagado, ni más ni menos, el precio de los riesgos extremos que corren las Fuerzas Militares en el contexto de los ataques irregulares y terroristas que planea la guerrilla contra el Estado, nuestro Estado, tal vez imperfecto, pero fuente de cohesión social y política de Colombia y los colombianos.

Ya capeado en parte el temporal, deben venir las explicaciones y correctivos. No puede ocurrir en el futuro que las Farc, incluso con sus actos ilegítimos y a menudo bárbaros, se beneficien de equivocaciones tan incompresibles de las autoridades civiles y militares. Que siga el diálogo en Cuba, pero que desde ya el Gobierno adopte la estrategia necesaria para evitar que las Farc conviertan este episodio en mecanismo ventajoso y de chantaje en la mesa de negociaciones.

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