Una tributaria mataempleo

A quien se arriesga a montar una industria y generar empleo, el Estado lo exprime como naranja.

La reforma tributaria aprobada en comisiones económicas del Congreso y defendida con vehemencia por el presidente Juan Manuel Santos busca apagar el incendio de las finanzas públicas con gasolina. Y la conflagración puede llevarse por delante a la golpeada industria colombiana y al conjunto de la economía.

Con el cuentico del impuesto “a la riqueza”, el Presidente ha tratado de convencernos de que la reforma solo afectará a los más ricos. El hecho de que ahora quiera cambiarle el nombre por impuesto “contra la pobreza” solo ilustra la frivolidad con que la Casa de Nariño trata el asunto. El lío no es de nombres, de ese maquillaje que tanto gusta a ciertos asesores que pululan por Palacio, sino de consecuencias. Y las consecuencias pintan desastrosas.

Más allá de cómo lo bauticen, este impuesto será cobrado a quien posea más de mil millones de pesos de patrimonio. Un pequeño industrial, que está muy lejos de ser un ricachón, tiene una bodega y una maquinaria que con gran facilidad valen más de mil millones, así que le clavarán este gravamen. Sobre la maquinaria ya pagó IVA al comprarla y sobre la bodega paga anualmente predial. Paga, además, Industria y Comercio, renta, Cree, 4 x 1.000, parafiscales y otros más.

Todo sumado eleva su tasa de tributación a niveles casi confiscatorios. A quien se arriesga a montar una industria y generar empleo, el Estado lo exprime como naranja. Muchos han cerrado ya, como lo indican las cifras de la Andi y del Dane: en el mundo de apertura y libre comercio de hoy, hay que competir con productores en cuyos países no les clavan esa andanada de impuestos. Un informe de septiembre del Foro Económico Mundial ubicó a Colombia entre los cinco países con más alta tributación, con una tasa de entre 50 % y 70 % según el método. Son mucho más bajas las tasas de países con los que pretendemos competir: Chile, 28 %; Perú, 36 %. El promedio de América Latina es del 47 %.

Dicen en el Gobierno que los más ricos de los ricos pagarán mucho más que el pequeño industrial. Olvidan que muchos de esos ricos generan gran parte de la inversión y del empleo, y generarán mucho menos con esta cascada tributaria, pues, por muy ricos que sean, sus productos tampoco serán competitivos y eso los llevará a reducir o cerrar sus plantas y a botar trabajadores. De paso, la evasión y la informalidad se van a disparar, y la deseada bancarización de los colombianos seguirá siendo un sueño lejano. Con esta carga impositiva, muchos más querrán esconder su patrimonio mientras los que siempre han actuado dentro de la formalidad terminarán pagando más. Otra cosa: la compra de vivienda de estratos medio alto y alto se frenará, pues a quien compre lo clavarán de una. Y si la construcción cae, habrá más desempleo.

¿De dónde viene el hueco fiscal que el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, trata de tapar con tan desesperada reforma? Por una parte, de la caída de los precios del petróleo, pues más de la mitad de los ingresos del Estado proviene de esa fuente. Pero por otra, del desbordado crecimiento del gasto público de un gobierno que ha multiplicado entidades y cargos burocráticos, y que ha repartido ‘mermelada’ entre sus aliados políticos hasta niveles diabéticos. El gasto de funcionamiento creció 13 % en el 2013 y crece 7 % este año, en buena medida para contentar a los políticos que auparon al Presidente a su segundo mandato.

Ahora está más claro que nunca: la cuenta de la reelección la pagaremos entre todos, como me atreví a predecirlo hace algunos meses. De manera directa, los que tengan más de mil millones de pesos de patrimonio. Y de modo indirecto, todos los demás colombianos, pues habrá menos inversión y, en consecuencia, más desempleo. Y para colmo, la reforma solo tapará una parte del hueco, pues el petróleo sigue bajando y la ‘mermelada’, subiendo.

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