Fanáticos vs. Demócratas

He concluido que, en el siguiente sentido, yo no soy Charlie Hebdo. Creo que el humor no tiene por qué pasar por la ofensa y la blasfemia. Ofensas y blasfemias que, hay que resaltar, en el caso de la revista se extendían a otras religiones y que incluía a minorías políticas y raciales. Ridiculizar las creencias religiosas, insultar, ofender deliberadamente, es poco civilizado, poco respetuoso, poco tolerante. Por cierto, muchos de quienes en Colombia defienden a Charlie Hebdo callan que, con el auspicio de este gobierno, se aprobó una ley que limita seriamente la libertad de expresión y establece sanciones de cárcel a quienes “hostiguen” “por razón de su raza, etnia, religión, nacionalidad, ideología política o filosófica, sexo u orientación sexual”. Acá la revisa estaría cerrada hace tiempo, abrumada por las multas y las penas de cárcel contra el magacín y sus colaboradores.

Dicho esto, yo sí soy Charlie Hebdo. Y lo soy porque creo que en una democracia sustantiva el único límite a la libertad de expresión deben estar en la injuria y la calumnia y no en el criterio arbitrario de un funcionario gubernamental o de juez. Le tengo pavor a la censura y no dudo ni por un instante en que es un error acallar a quienes se salen del esquema, rompen los moldes, acuden a la sátira e incluso a la ofensa, son bufones o excéntricos. No me gusta la apertura a la censura que he citado y creo que es, como otros actos de este gobierno (por ejemplo el quiebre al estado de derecho que hizo vetando la reforma a la justicia aprobada en el Congreso), un pésimo antecedente para la democracia. Como lo son, también, las presiones abiertas o sutiles del Ejecutivo contra los medios y columnistas críticos, a muchos de los cuales logró apartar de sus puestos, y el silencio cómplice de otros medios y periodistas con tales prácticas intimidatorias de la Casa de Nariño.

Y soy Charlie Hebdo porque, por supuesto, rechazo la acción criminal de los fanáticos que deciden asesinar a quienes los ofenden. Quienes matan a quienes piensan distinto a ellos, sea cual sea el motivo, solo merecen la cárcel. Y eso incluye a los fundamentalistas, a los integristas islámicos, a los yihadistas de todos los pelambres que han decidido imponer su visión religiosa a punta de terror.

Pero el problema no solo es el fundamentalismo religioso. El problema es el fanatismo en todas sus especies, religiosas y políticas. Igual de condenable es el yihadista que asesina por sus convicciones religiosas que el nazi o el fascista por las suyas raciales o políticas. O el comunista, puestas así las cosas.

Los que resultan detestables, y hay que combatir, son todos los que deciden que usar la violencia está justificado para alcanzar un ideal político o defender una visión religiosa. Y por ese ideal o por esa creencia secuestra, asesina, acude al terrorismo. Lo que se condena es el método, el medio violento para imponerles a los demás las creencias propias. Por eso en Europa el asesinato político está más duramente condenado que el común. El “delito político” es causal de agravamiento de la pena y nunca lo justifica.

En Europa los asesinatos en Charlie Hebdo y de cuatro personas más acorraladas por los terroristas en un mercado judío, ha movido a la unidad de los demócratas, sin distinción de religión, partido o ideología, en defensa de la libertad y contra el terrorismo. En su momento, fue lo mismo que consiguieron los españoles contra ETA. Aquí no hemos sido capaces.

Peor aun, no solo no nos atrevemos a decir que no hay mayor diferencia entre los terroristas de Al Qaeda o el Estado Islámico y los de las Farc y el Eln, sino que hay quienes defienden su supuesta “motivación altruista” y pretenden que sus crímenes queden sin castigo. Si los fundamentalistas islámicos están matando desde el 11 de septiembre, nuestros fanáticos asesinan hace cincuenta años.

Sí, necesitamos unidad y acción contra los violentos, contra los terroristas, contra quienes quieren imponernos por la violencia su visión del mundo. Y necesitamos defender a quienes, así ofendan, solo tienen la palabra y el lápiz para expresarse. Es la libertad frente al terror, la civilización frente a la barbarie. Sí, también yo soy Charlie.

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