La represión en Cuba

Cuando Raúl Castro informó sombríamente al pueblo cubano el mes pasado en un discurso transmitido a todo el país sobre la apertura de plenas relaciones diplomáticas con Estados Unidos, él dejó en claro que su régimen no estaba llevando a cabo cambios drásticos.

En un mensaje probablemente destinado a probar a los inquietos miembros de base del Partido Comunista de que no tenían motivo de preocupación, insistió en que el cambio tendría lugar “sin renunciar a uno solo de nuestros principios”.

Para aquellos que están deseosos de un verdadero cambio en Cuba —una apertura genuina y una relajación del estricto control que ejerce la dictadura sobre las actividades de los cubanos comunes y corrientes— eso sonó ominoso. Como, de hecho, ha probado serlo.

Esta semana, un puñado de cubanos valientes decidieron poner a prueba las intenciones del régimen llevando a cabo un performance a micrófono abierto en la Plaza de la Revolución de La Habana. Encabezados por la artista cubana Tania Bruguera, quien divide su tiempo entre La Habana y Estados Unidos, ellos planeaban pedir a los ciudadanos que hablaran sobre sus visiones sobre el país.

Se trataba evidentemente de un acto básico de autoexpresión, algo que no causaría cuestionamientos en cualquier otra parte, pero que no se permite en un estado policial como el de Cuba.

El plan nunca pudo cumplirse. Bruguera y unos 50 cubanos de su misma opinión fueron arrestados antes de que el evento pudiera tener lugar. Algunos, como el periodista Reinaldo Escobar, editor en La Habana de 14ymedio.com y esposo de la prominente bloguera disidente Yoani Sánchez, fueron detenidos por la Seguridad del Estado antes de que pudieran salir de sus casas.

Dos días después, Bruguera fue arrestada (de nuevo) conjuntamente con varios otros disidentes luego que fueron a una cárcel exigiendo que se pusiera en libertad a opositores del gobierno encarcelados en la ola represiva anterior.

Críticos de la apertura de la administración de Obama a Cuba señalaron justamente que la respuesta de mano dura del gobierno cubano a los eventos planeados muestra la futilidad de la decisión de la Casa Blanca de restablecer las relaciones. Ellos afirman que el Presidente debería haber exigido una “garantía” de libertad de expresión antes de hacer la apertura a Cuba.

Por desgracia, los gobernantes de Cuba jamás llegarían a un acuerdo que requiera cambios en su política doméstica —en particular las tácticas de estado policial que aseguran la supervivencia del régimen— a cambio de reconocimiento diplomático.

Estas maniobras represivas en contra de la libertad de expresión ocurren en Cuba con repulsiva regularidad, digan lo que digan otras naciones. (Para su vergüenza, la mayoría de ellas no dice nada, como ocurrió en este caso, con la excepción del Departamento de Estado de EEUU. ¿Por qué resulta tan difícil a otras naciones democráticas de la región denunciar al gobierno cubano por sus violaciones a los derechos humanos?)

Este es un régimen que no conoce otra manera que no sea la fuerza bruta —intimidación, arrestos, encarcelamiento, “actos de repudio”, etc.— para imponer su voluntad cuando enfrenta un reto desde adentro. Eso no va a cambiar de un día para otro.

La apuesta que ha hecho el presidente Obama es que las relaciones diplomáticas podrían resultar, con el tiempo, un modo más efectivo de traer cambios a Cuba que la táctica del aislamiento. Es demasiado temprano para llamar al suyo un experimento fallido, pero está claro que Cuba no pasó su primera prueba.

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