La riposta de Francia atacada por el terrorismo

A unas horas de la gran manifestación del 11 de enero en París para repudiar las matanzas islamistas del 7, 8 y 9 de enero pasado, en el que 17 personas fueron cobardemente ultimadas, el espíritu de los franceses es de combate, de movilización y de unidad. No ha habido una sola persona en este país de 66 millones de habitantes que invite a manifestar mañana por la paz. Nadie ha declarado que tras esos actos bárbaros, en el que periodistas, policías y judíos fueron asesinados por ser periodistas, policías y judíos, hay que abrir unas negociaciones de paz con las infames redes extremistas que ordenaron, planearon y ejecutaron estas acciones sangrientas.

El espíritu de los franceses es, por el contrario, de indignación y tristeza, con una mezcla de cólera profunda y sin aspavientos y de un inmenso deseo de que se imparta justicia a quienes le han declarado desde las sombras la guerra a Francia. Quieren que se venza y neutralice a quienes quieren demoler el edificio democrático francés con golpes de tal brutalidad. Ello supone un trabajo de reflexión y de debate franco en todas las instancias. Profesores, intelectuales, periodistas y políticos discuten ya en este momento, en la prensa y en la blogesfera, por qué y cómo se llegó a esta situación, cómo fue posible que una amenaza de tal amplitud evolucionara de esa forma, desde el exterior al interior, y qué resortes intelectuales (laxismo, angelismo, escepticismo) contribuyeron a una baja de la vigilancia del Estado y de la sociedad.

Discuten cómo ampliar la libertad de expresión y no repetir los errores del pasado y actuales en el que una élite bien-pensante auto proclamada, de izquierda y de derecha, amenaza con procesos por difamación y con el ostracismo académico y social a los pensadores indóciles como Eric Zemmour, Alain Finkielkraut y Michel Houellebecq, para citar los tres más en boga, que se atreven a “deconstruir” los “deconstructores”, a ir más allá de las fronteras mentales fijadas por cierta clase política, al tocar temas intocables como la identidad nacional y al desmontar los artilugios lógicos de aquellos que tratan de minar, desde mayo de 1968, los valores y rodajes que han hecho la Francia.

Si de esta inmensa movilización antiterrorista y pro libertades no sale una dinámica nueva de libertad intelectual que empuje más lejos las barreras del políticamente correcto, el combate contra el islamismo radical seguirá siendo muy difícil en Francia y los desfiles bajo la consigna de “Todos somos Charlie” habrán sido vanos.

Nadie ha instilado, por otra parte, hasta ahora, la insidia de que los comandos de la Gendarmería al abatir a los tres matones extremistas en los dos operativos antiterroristas cometieron un “exceso de fuerza”, como suele ocurrir, lamentablemente, en algunas sociedades abiertas, tentadas por la automutilación política y militar. Nadie imagina tal cosa aquí porque no la hubo y porque tal sugerencia sería vista como un acto de traición. Por el contrario, el gobierno central y los jefes políticos, los medios de información, así como miles de particulares, han aplaudido y dado las gracias a la fuerza pública por la forma ágil, valiente y eficiente como actuó en estos tres días terribles. Y hasta un ex jefe de Estado conocido por su moderación predica hoy la mayor firmeza. “La República es justa pero ella debe ser igualmente implacable ante los asesinos que pisotean los valores e intentan levantar los franceses los unos contra los otros”, dijo Jacques Chirac en un mensaje a François Hollande.

Los franceses están enviando un mensaje al mundo. Al desafío del islamo-terrorismo, y al de cualquier otra empresa violenta contra las instituciones republicanas, hay que responder con entereza de carácter, con la unidad de todos y con un reforzamiento del análisis político, de la legislación de seguridad y de los recursos defensivos del Estado.

Las manifestaciones espontáneas que surgieron desde el mismo 7 de enero, tras las primeras revelaciones de la masacre en Charlie Hebdo, y las de los días siguientes y la que habrá, gigante muy seguramente, el 11 de enero, abrieron esta sana perspectiva de una revaluación y examen de todo lo que es necesario para encarar con éxito a tales enemigos. Los manifestantes no esperaron las directrices de los políticos para salir a demostrar su voluntad de defender las libertades. Nadie quiere desviar ese esfuerzo intelectual, moral y político, ni proponer la capitulación ante los infames predicadores como una vía para solucionar el problema.

Como precedente de la manifestación de mañana en París, los franceses se lanzaron hoy sábado a las calles. Las cifras dadas por el ministerio del Interior al final de la jornada son muy alentadoras: 120.000 personas desfilaron en Toulouse (un cuarto de la población de esa ciudad), 75.000 en Nantes, 45.000 en Marsella, 35.000 en Lille, 23.000 en Niza, 22.000 en Orleans, 6.000 en Caen. En total, hubo 700.000 manifestantes hoy en una veintena de ciudades. La de mañana domingo será una manifestación pacífica pero combativa y de alcance histórico.

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