Libertad y terror

Los franceses proclamaron en 1789, la Declaración de los Derechos del Hombre, uno de los documentos cumbres en la emancipación de los ciudadanos que ocupamos la tierra. Fue Antonio Nariño quien los introdujo en la Nueva Granada al precio de su integridad personal. Por algo fue el Precursor de la Independencia. El foco central de los Derechos de los Hombre y del Ciudadano fue la libertad. Dice en su Art. 11: La libre comunicación del pensamiento y de opiniones es uno de los derechos más preciosos de hombre. Todo ciudadano puede hablar, escribir, imprimir libremente, con la salvedad de responder del abuso de esta libertad en casos determinados por la ley.
Ratificada esa Declaración en 1793, la Asamblea señaló que el gobierno está instituido para garantizar el goce de los derechos naturales e imprescriptibles que son la igualdad, la libertad, la seguridad y la propiedad. Mucho tiempo ha pasado luego de la Revolución Francesa. Los Derechos Humanos o Derechos Fundamentales como los denomina la Constitución colombiana surgen de la entraña de la democracia. Los recientes sucesos acaecidos en Paris, protagonizados por una célula radical islámica en los cuales hacen “justicia religiosa por su propia mano”, ejecutando a varios caricaturistas de una revista hebdomadaria y provocando otro hecho similar en un mercado judío, evidencia la contradicción entre las libertades en una sociedad democrática occidental y la conducta militante, no solo de extremistas musulmanes, sino el trasfondo de la formación de los habitantes en estados teocráticos consolidados y de la corriente del nuevo “Estado Islámico” que pretende establecer un Califato a sangre y fuego, ardiendo en su fanatismo que acusa como enemigos de su credo a las demás religiones y a otras ramas moderadas del credo mahometano.

La democracia tiene una regla imperativa de procedimiento que es la norma de la mayoría donde se determina que la voluntad del conjunto de ciudadanos se expresa en ella y por consiguiente no es obligante la unanimidad. La mayoría ejerce su poder conforme a las reglas y una de ellas es el respeto a las minorías, supuesto moral y legal del sistema democrático. Si bien es cierto que la mayoría no puede abusar de su condición de serlo, la minoría no puede acudir a la fuerza para imponerse bajo pena de recibir toda la carga legítima del Estado. Las migraciones de ciudadanos de otras regiones y culturas suelen hacer parte de minorías étnicas que se escudan en los derechos humanos para no integrarse y no respetar las leyes y costumbres de las mayorías nativas, lo cual crea conflictos graves en la convivencia y el orden público. Exalta inclusive la fiebre de rechazo a los extranjeros. En el caso francés en comento, desató una ola gigante de unidad e indignación con base en la defensa de la libertad, no de confrontación racial, aunque no será suficiente para evitar brotes xenofóbicos.

El problema de las mayorías en los países democráticos de hoy es que diferentes clases de minorías acuden a una variable tipología de violencia que justifican invocando los derechos humanos. Invierten la ecuación del principio de las mayorías que quedan entrampadas en el dilema moral y aplacador de conciencias, mientras las minorías actúan de manera perturbadora y muchas veces criminal. Es el momento en que las mayorías sucumben conmovidas por una falsa piedad, mientras las minorías asaltan o despedazan la constitución, la ley y virginidad ciudadana. Para muestra un botón: los terroristas de todas las latitudes, a sean guerrilleros en Colombia o los activistas de la yihad islámica en Nigeria o Francia, son minorías que en nombre de la igualdad, la justicia social o la ofensa a su dios o su profeta, ejercen la violencia contra las mayorías. La respuesta de la democracia francesa fue contundente, desde la movilización de la ciudadanía hasta la actuación de la gendarmería.

Hay episodios de menor calibre que no rebasan los límites de la prensa provincial, pero que rebelan el mismo problema. En días recientes una pareja de profesionales visitaban Medellín e iban en su automóvil rodando por el deprimido de una avenida urbana. Por evitar una colisión con otro carro, el suyo de la pareja dio una voltereta y los pasajeros heridos pidieron socorro. Los primeros en acudir fue un grupo de vagos callejeros, pordioseros de oficios y drogadictos vitalicios que pululan en esa zona que se extiende hasta el río Medellín. Por supuesto que despojaron a las víctimas de todos sus haberes y desaparecieron antes de llegar la policía. Estos sujetos hacen parte de un conglomerado de personas que forman lo que la municipalidad denomina “habitantes de la calle”, apoderados de una franja de varias cuadras, amenazan y atracan a los transeúntes, así vayan en sus carros, motos o ciclas. El 40% son de otras ciudades. Intocables, son a la vez un problema de seguridad, higiene o salud e intoxicación. Una minoría contra la tranquilidad de la mayoría. Pero no hay solución legal, según las autoridades. También en micro sufrimos el revés de la democracia. Si no hay normas actuales, pues a proponer las que eliminen “el gobierno de los habitantes de la calle” para que podamos vivir los habitantes de la ciudad, que somos la mayoría.

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